Seria, solemne, con el gesto propio de las grandes ocasiones, imbuida en el papel de madre protectora de la patria, recordando el espíritu de su fallecido marido y mentor, creyéndose una evita Perón reencarnada, rodeada por efigies de la señora, entre ellas la que de fondo le acompañó en toda su comparecencia, Cristina Fernández de Kitchner, CFK, hizo público ayer el proyecto de ley por el que el gobierno argentino nacionaliza YPF y pega una grave estocada a Repsol, a los intereses inversores españoles en Argentina y, por encima de todo, a los propios argentinos, que van a ser los principales perjudicados por esta decisión infantil y sin sentido.
El gobierno español reaccionó por la noche con contundencia verbal pero falto de hechos, entre otras cosas porque poco hay que se pueda hacer en la práctica. Las llamadas a los embajadores a consultas, o la ruptura de relaciones son hechos serios que son tomados como tales por gobernantes serios, pero el populismo que llena la boca y mente de CFK y todos su gobierno no les va a prestar demasiada importancia. De momento le toca a España, y a Repsol la primera, sufrir el golpe, inesperado en la forma y momento, pero no en el fono, y el resto de empresas españolas deberán ver que actitud toman. Lo más prudente sería no hacer nada de golpe y, poco a poco, ir saliendo de un país que vuelve a demostrar que posee una clase dirigente que no sabe gobernar. Argentina lleva décadas dando tumbos, sometido a un populismo radical, allí llamado peronismo, que es más una religión que una ideología, y que hace caso a sus dogmas y no a la realidad. Esa ha sido la causa principal por la que ese país, rico, culto y con enormes posibilidades, no ha logrado despegar económicamente en las últimas décadas. Sus bandazos, decisiones arbitrarias, histrionismos y demás actos propios de opereta le han granjeado una imagen de nación poco seria, insegura y con la que uno se debe andar con cuidado. Algunos de sus vecinos han aprendido de esos errores, y desde hace unos años son Chile, Perú, Colombia y, sobre todo, Brasil, los que acaparan las inversiones exteriores y el desarrollo en la zona, logrando unas fantásticas tasas de crecimiento que poco a poco están logrando sacar a esos países del pozo en el que se han encontrado durante tantas décadas. Argentina no. Sumida en el caos tras el corralito de principios de siglo, su expansión de estos años se ha debido a la masiva exportación de productos primarios, especialmente soja y carne, a una China que lo compra todo, y que todo lo demanda. Eso le ha generado una entrada de divisas que tapó en parte el agujero dejado por el desplome financiero, pero la política económica de los Kitchner ha consistido básicamente en un proteccionismo de lo más rancio, y de unas escenas como las vividas ayer, que han sufrido empresas de toda condición y origen. Así, poco a poco Argentina ha sido expulsada del sistema de crédito internacional, nadie le presta nada, visto lo visto, y tras lo de ayer, aún menos. Su declive económico está muy ligado a lo que ayer sucedió, y es que la creciente inflación, algo superior al 20% según los analistas, está agudizando el descontento de la población y, ante una crítica cada vez más aguda por parte de todos los sectores sociales, el gobierno de CFK ha tirado de manual de república bananera y arremete contra el enemigo exterior, causante de todos los males. Primero fue el señuelo de las Malvinas, hasta que pasó el aniversario de la guerra y el efecto se apagó. Ayer fue la pérfida España, la satánica Repsol, y la beatífica YPF, y mañana puede ser cualquier otra. Sin embargo es sólo cuestión de tiempo que Argentina vuelva a revivir el fantasma de la devaluación y la crisis financiera. Sus variables económicas así lo reflejan, y en ese caso se le echará nuevamente la culpa a otro país, otra empresa, pero nunca al incompetente gobierno que rige el país.
A todo esto hay que sumarle el mesiánico comportamiento de una CFK que mira constantemente a lo alto, buscando el guiño (desviado) de su difunto marido, y también a lo bajo, encontrando la complacencia en su nuevo gurú de cabecera (y quizás de otro mueble de habitación), de nombre Axel Kicillof. La comparecencia de la presidenta argentina que ayer pudimos ver, si uno se abstrae de la gravedad de lo que estaba pasando, era una representación tan cómica que invitaba a reírse a carcajadas. Parecía más la interpretación de un teatro, de un vodevil que el mensaje de un mandatario internacional. Ese es el nivel que deben sufrir los argentinos, y ese es el camino por el que les llevan, el de una comedia que acabará, como en ocasiones anteriores, en drama.
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