A medida que la crisis avanza no sólo hace mella en los ciudadanos y descompone el tejido de los países que azota, sino que corroe poco a poco, pero sin pausa, la estructura internacional que hemos construido trabajosamente durante las últimas décadas. En el caso europeo, auténtica zona cero de la crisis internacional, es esa Unión que llevamos desarrollando desde mediados del siglo pasado la que cada vez es, paradojas de la vida, menos unión y más presión. Como dijo un comentarista de radio en vacaciones, los países europeos empiezan a comportarse cada vez más como primos de riesgo.
Y es que la sensación de que esto se descompone y tonto el último se extiende por todas partes. Ya no es el lema ese de “X no soy Grecia” donde X es cualquier país, cosa que a los griegos seguro que no les hace mucha gracia, sino que entramos en una fase directa de acusaciones sobre el pasado, algunas de ellas ciertas, otras no, que lo único que hacen es ahondar la profundidad del pozo en el que nos sumergimos. Desde hace unas semanas la moda parece ser la de “caña a España”. Es cierto que ofrecemos un flanco fácil, porque nuestra economía está en estado de coma, las tasas de paro son vergonzosas y lo que parecía un futuro próspero de manos de un crecimiento imparable se ha tornado en amargura tras los restos de la burbuja inmobiliaria. Olemos mal, empezamos a parecer a un apestado, un leproso de la antigüedad, y la gente se aparta y nos mira mal. El problema es que yo puedo decir estas cosas y mi opinión, válida como cualquier otra, carece de relevancia, y no es capaz ni de perjudicar ni de beneficiar al conjunto del país, pero caso distinto es si un presidente de otro país europeo se dedica a criticar el pasado de España o ponernos como ejemplo del peligro. Eso sí nos hace daño económicamente, y es lesivo, pero no sólo para nosotros, sino para el conjunto de Europa, y es que la economía española tiene unas dimensiones tan grandes que pueden hacer inabordable un rescate, tal y como se encuentra hoy en día diseñado ese mecanismo. Por lo tanto, un poco de precaución no vendría mal. Sin embargo pedir eso en campaña electoral es como aspirar a procesionar sin que llueva. Francia, que celebra primera vuelta de sus elecciones presidenciales en dos fines de semana se ha convertido en un combate de candidatos en el que España es un arma arrojadiza en ellos. El primero y más insistente ha sido Sarkozy, que busca una reelección avisando de que, si gana el socialismo, Francia seguirá el camino de la ruina trazado por España. Poco a poco el resto de candidatos también se han unido a este discurso, tanto desde filas centristas, Bayrou, como desde la extrema derecha de Le Pen hija. El último que se ha sumado a esta moda es el candidato socialista, Hollande, al que esta mañana he visto en unas declaraciones que realizó ayer por la noche en las que afirmaba que la crisis del euro no había golpeado a Francia, pero sí a España, comentarios que así, en suelto, son un elogio a la política llevada a cabo por…. Sarkozy. En fin, visto lo visto el tema va a seguir en la campaña y nos va a tocar aguantarnos, pero no deja de ser algo infantil y peligroso, porque reitero que la caída de España arrastrará a Francia y al conjunto del euro, en aplicación de esa teoría anglosajona que nos califica como “too big to fail” o demasiado grandes para caer. Esta es la teoría a la que ayer se agarró, por ejemplo, Felipe González, al descartar el rescate español porque eso supondría el fin del euro. Es un argumento verosímil y que Sarkozy, Hollande y el resto de candidatos no debieran olvidar tan fácilmente. La frescura de los brioches franceses depende mucho de lo que suceda con nuestra prima de riesgo, aunque no se lo crean.
Lo que es del todo impresentable es la actitud que está teniendo Mario Monti, primer ministro temporal de Italia, que también se ha lanzado al ruedo de las acusaciones contra España, y en este caso su falta es más grave por dos motivos muy serios. El primero es que, frente a Rajoy, Sarkozy o el resto de candidatos franceses, Monti no ha sido votado por ninguno de sus ciudadanos, sino impuesto por la Unión Europea, y carece de legitimidad moral en muchos aspectos. El otro es que su actitud es cobarde, porque trata de salvar a la también maltrecha Italia haciendo que sea España la devorada por los leoninos mercados, y actúe así de cortafuegos. Eso ni es leal ni justo ni presentable, y tiene tanto de “Unión” como este que les escribe de sex symbol.
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