El resultado de la primera vuelta de las elecciones
francesas del Domingo 22 ha
sido de lo más abierto y sugerente. Las encuestas auguraban una clara victoria
del candidato socialista, François Hollande, frente al aspirante a la
reelección, el inquieto Sarkozy. Finalmente sí
ganó Hollande, pero por poco más de un punto, por lo que lo que se suponía
una clara derrota de “Sarko” se ha transformado en una dulce segunda posición.
El resultado del resto de partidos podría, a primera impresión, dar una pista
de lo que va a suceder en dos semanas, pero la cosa es más complicada de lo que
parece.
Tercera ha quedado Marine Le Pen, hija de Le Pen, con casi
un 20% de los sufragios. Los analistas se han mostrado sorprendidos por este
resultado, pero esas afirmaciones sólo me demuestran que los analistas son
tontos, porque hace ya algunos años fue Le Pen padre el que logró pasar a la
segunda vuelta de las presidenciales, creo que sucedió en la reelección de
Chirac, por lo que la fidelidad del voto ultra se ha mantenido estos años
prácticamente sin variaciones. Sumémosle un voto desencantado y protestón que
se decanta por una alternativa que, sí, es repugnante, pero que cosecha
partidarios, y tenemos un guarismo como el que se ha dado. Las otras
formaciones han rondado el 10% de los votos, tanto para los partidarios de la
extrema izquierda como para los centristas. Haciendo cuentas a groso modo puede
uno suponer que si el 10% de los centristas se divide, el 10% de la extrema
izquierda se suma a Hollande y el 20% de al extrema derecha a Sarkozy, este
ganaría la segunda vuelta con una clara ventaja, de entorno a diez puntos. Sin
embargo las cosas no son tan simples. Es cierto que los votos de la extrema
izquierda se sumarán al socialismo, pero el reparto en los otros dos casos no
es tan claro. En los centristas es muy probable que más votantes se decanten
por la alternativa socialista que por la gaullista, haciendo así un voto más de
protesta contra el gobierno que ahora termina su mandato que un ejercicio de
cambio hacia el futuro. Y de lo que vaya a hacer el votante del frente Nacional
nadie puede afirmar nada a ciencia cierta. Hay de todo, desde extremistas que
jamás votarán a Sarkozy por considerarle un payasete blando, hasta algunos que
le apoyarán, pasando por voto antisistema que puede quedarse en casa y
agrupaciones, entre las que puede encontrarse la propia líder del partido, que
no verían mal una derrota de Sarkozy para de esta manera tratar de hacerse con
el control de la derecha francesa, acudiendo a rapiñar los restos de un partido
que el presidente habría llevado hasta el fracaso. Por tanto, la incógnita es
muy elevada, y creo que lo más seguro que puede afirmarse es que, gane quien
gane, lo hará por poca diferencia. Lo que sí puede desprenderse de estos
resultados y escenarios es que la estrella de Sarkozy se ha difuminado a lo
largo de estos cinco años de mandato. Más allá de su discutido papel ante la
crisis, y el efecto demoledor que esta tiene sobre los gobiernos, el
último en caer, ayer mismo en Holanda, Sarkozy ha protagonizado un mandato
en el que los gestos y el efectismo han estado por encima de todo. Ha gobernado
más para los medios que para la nación francesa, su matrimonio con Carla Bruni,
su paternidad, su imagen de señor bajito que no deja a su mujer ponerse tacones
para que no le haga parecer aún menor, su hiperactivismo, lleno de grandes
gestos y palabras, habitualmente saldado con la nada… todo ello ha desdibujado
la imagen de un gobernante que llegó con mucho ímpetu al Elíseo y que ha
acabado con su imagen tocada, con la triple A perdida y con la sensación,
cierta, de que París está al dictado de lo que Berlín diga tanto en la crisis
como en el devenir de la desunión europea.
Y este es el factor primordial de cara al resultado de las
elecciones que se está olvidando. Todo el mundo dice que una victoria de
Hollande sería buena porque ayudaría a rebajar la presión de los mercados sobre
España y la rigidez del objetivo de déficit impuesto por parte de Bruselas
(Berlín). Es una idea con lógica, pero me temo que, de conseguir la victoria el
PSF, se demostrará falsa. Francia y su economía no están en condiciones de
imponer a Alemania la forma de gestionar la crisis, y puede que el relevo en el
Elíseo sea, para Merkel, un mero cambio de pareja de baile, pero no de música ni
de ritmo. En todo caso la partida está ahñi, y un nuevo actor le daría otro
estilo de juego. A ver que sucede.
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