Absortos con la depresión económica en la que vivimos
sumidos los españoles, resulta difícil darse cuenta de lo importante que son
estos momentos para ese proyecto conjunto que llamamos Europa. Blogeros,
articulistas y pensadores de todo el mundo están escribiendo día sí y día
también posibles recetas para tratar de sacar al continente del atolladero en
el que se encuentra sumido y que amenaza su propia existencia. Básicamente hay
dos posturas, una encarnada en la austeridad, defendida por Alemania, y otra
que busca el crecimiento, defendida por EEUU. Y aunque pueda parecerles una
afirmación sin sentido, ambas son correctas y erróneas.
Y la clave para afirmar eso está en un factor que me parece
tan obvio que no entiendo como nadie lo recalca, y es que lo que llamamos
Europa NO existe. Frente a EEUU, que es un país, con un gobierno, un idioma,
una constitución y una historia, Europa no es sino un tratado internacional por
el que una serie de países con legislaciones, lenguas e historias particulares,
se ponen de acuerdo para gestionar ciertos asuntos de manera común. Y de la
misma manera que se han acordado ciertas cosas resulta casi imposible hacerlo
en otros aspectos fundamentales, porque cada país es soberano, autónomo, y
posee intereses particulares, en los que a veces prevalece el interés común, y
en otras ocasiones, no. El caso del euro es un ejemplo magnífico de hasta dónde
pueden llegar esos acuerdos y hasta donde no y, por tanto, mostrar sus
debilidades. La introducción de la moneda única fue el logro de toda una
generación de dirigentes y técnicos europeos, y fue un éxito del que podemos
sentirnos plenamente orgullosos. Sin embargo ya entonces abundaban artículos,
anglosajones muchos, tachados de saboteadores, que avisaban de que una moneda
única con Banco Central único, el BCE, necesitaba un tesoro único, que emitiera
deuda común para todos los países, y un sistema fiscal común que ejerciera un
papel de estabilizador y que permitiera transferir rentas entre países. Lo
cierto es que nada de esto se llevó a cabo, principalmente por la enorme
pérdida de soberanía (léase poder) que eso puede suponer para los países, y
desde hace tiempo mantengo la idea de que el Euro fue diseñado como moneda, sí,
pero también como instrumento que forzase esa integración real de Europa en una
especie de federación de estados. Lo que nadie pudo prever es que los primeros
años del euro, tras la breve crisis de las puntocom, se desarrollasen en medio
de un auge económico sin parangón en las décadas pasadas. Las monedas empezaron
a circular en 2002 y desde entonces su valor creció, y lo que ahora conocemos
como la burbuja del crédito (inmobiliario, soberano, privado) se infló. Los
países lograban así unos ingresos discales maravillosos y no existía tensión
alguna que hiciera peligrar los objetivos de convergencia. El Euro “funcionaba”
sólo, y el viejo debate sobre las estructura paralelas se abandonó en el cajón.
Sin embargo, el fin de la burbuja en 2007 y su explosión en 2008 cambió
radicalmente el panorama. El final de los ingresos ratifícales volvió a poner
sobre el tapete las enormes desigualdades que existen entre las economías de
los países europeos, nuevamente sin al existencia de esas estructuras de
gobierno y fiscalidad que las compensen, pero ahora con el factor diferencial
de una moneda única y una política monetaria unificada, que puede ser buena
para unos, mala para otros, y todo eso al revés en breve plazo de tiempo. Poco
a poco las tensiones han ido creciendo y nos hemos plantado hoy ante un
panorama incierto ante el que sólo se puede optar, es mi opinión, por dos
salidas. Unión o ruptura.
La ruptura, parcial con la salida de un país del Euro, sin
que nadie sepa como se puede hacer eso, llevará a la completa por las tensiones
que sufrirán el resto de naciones, y se producirá si no se actúa en la otra dirección.
La Unión, la salida menos mala, pasaría por la definición de una nueva
estructura de gobierno de la UE que fuera tal, un gobierno efectivo, en el que
cada país se comportase como una región de un estado federado llamado Europa,
cediéndole la mayor parte de la recaudación de los impuestos nacionales y
otorgándole el poder para decidir cómo gestionar los asuntos económicos en todo
el territorio. Ahora mismo hay un pulso entre esas dos tendencias, y seguro que
sospecha qué país es el más interesado en que gane la solución integradora… si
es posible, mañana más.
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