Hay muchos planes ideales para una mañana de sábado de
finales de mayo, anticipo pleno del verano, soleada y radiante como pocas, y
quedarse en casa viendo la rueda de prensa de José Ignacio Goirigolzarri,
Goiri, nuevo presidente de Bankia, explicando las inmensas necesidades de
capital de la entidad no es de los más apetecibles, pero es lo que tocaba, así
que no me fui a ningún lado y me tragué toda la comparecencia y las preguntas
posteriores. En su descargo, hay que elogiar a Goiri que haya contestado el
sólo a más preguntas sobre este asunto que todos los demás implicados, gobierno
incluido, pero pocas cosas más podré decir buenas sobe él y la entidad que
preside.
Si los anuncios del jueves, 15.000 millones, y el viernes,
19.000 millones, parecían una especie de subasta de la vergüenza, o mejor, de
la desvergüenza, la confirmación de las cifras el Sábado nos dejó a muchos
sumidos en una preocupación que aparentemente no se reflejaba en el rostro de
Goiri. “Cómo vamos a hacer frente a esto”, “de dónde va a salir la pasta para
cubrir este agujero” y demás reflexiones me venían a la cabeza mientras que
cifras y más cifras salían del televisor sin soporte ni credibilidad alguna.
Cuando, en las preguntas, Goiri
reitera una y otra vez que lo que se va a hacer es aportar capital y no recibir
un préstamo, y que por tanto no se va a devolver nada, empiezo a entender
su cierta tranquilidad, y mi nerviosismo. Vaya, así que no prestaremos dinero a
Bankia, sino que nos subiremos en su barco a afrontar la tormenta y, si no nos
ahogamos, llegaremos a sacar rendimiento de todo esto. Y si todo va mal, pues
todo perdido. Y en medio de esos dos escenarios una previsible y larga travesía
por el desierto en el que miles de millones de euros de capital público,
obtenidos vía colocación directa o entregados para ser usados como colateral
ante el BCE van a aumentar el conjunto de la deuda pública española, en una
cifra de entorno al 2% del PIB. Maravilloso, esto cada vez se parece más a
Irlanda. Si no está nada claro cómo se va a obtener el dinero, lo que sí quedo
más o menos despejado es el panorama de los antiguos gestores de la caja banco,
o como se quiera llamar. No deben preocuparse por el momento, y conociendo a
este país, no lo harán nunca. Quizás algún día alguien ose a hacerles una
entrevista y preguntarles, antes de los anuncios, qué papel tuvieron en la
descapitalización, ruina y quiebra de la cuarta entidad financiera de España, y
de empantanar al erario público en una trampa que deja al caso Banesto
convertido en un juego de niños. No creo que haya comparecencias
parlamentarias, seguro que no hay juicios, y menos condenas. Es probable que un
par de años, o menos, todos los anteriores componentes del consejo de
administración de Bankia, que dimitieron el viernes por la tarde, tengan un
nuevo puesto, muy bien remunerado, sino en otra entidad financiera seguro que
en un ente público de distinta relevancia, pero muy bien remunerado y
considerado. ¿Dónde colocamos a Rato? ¿A Olivas? ¿y MAFO cuando deje el Banco
de España? Eran preguntas que se hacían la semana pasada cuando este escándalo
aún estaba por cuantificarse. Supongo que ellos estarán muy tranquilos, viendo
como los que mandaron construir el aeropuerto de Ciudad Real o el de Castellón
no han sido procesados ni acusados de nada. Se unirán a la ingente cantidad de
directivos de uno y otro signo que, entre todos, han arruinado a este país con
la complacencia e inestimable colaboración de todos y cada uno de los
españoles, que hemos gastado sin control alguno y aplaudido con las orejas
cuando se derrochaba sin fin, siempre que alguno de los euros malgastados
cayera en nuestro bolsillo o pueblo. Así se escribe la crónica de una sociedad
enferma, que acaba postrada por el mal que ella misma contribuyó a crear, y que
ni supo no quiso remediar a tiempo.
Hubo un detalle de la rueda de prensa que me pareció
sintomático. Goiri hablaba frente a un atril y a su espalda un proyector
mostraba en una pantalla el powerpoint que iba desgranando las cifras que
trataba de explicar. En un momento dado el proyector, o el ordenador, empezaron
a fallar, y Goiri terminó su discurso de pies con el fondo de una pantalla
completamente negra. Esto permitió a los reporteros gráficos hacer unas fotos en
las que un claroscuro digno de Caravaggio preside en todas las informaciones
sobre la comparecencia. El rostro de Goiri brilla frente a esa oscuridad que le
rodea. Más le vale que así sea, si no quiere acabar atrapado por la negrura.
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