Esta es una palabra muy dura, lo se, y sospecho que es de
esas que echan para atrás a los pocos lectores que se atrevan a recaer en este
querido blog. “Puf, qué rollo” pensarán muchos. Y algo habremos avanzado,
porque hace unas décadas lo que se sentía al ver ese término era más miedo que
hastío. Ayer por la tarde, desde las 15:30 más o menos, la palabreja volvió a
las cabeceras de todos los medios de comunicación, porque la insostenible
situación de Bankia demandaba acciones contundentes y urgentes. Y
nacionalizarla era lo más obvio. Y así se filtró y posteriormente anunció.
Pese a que ha habido casos anteriores en esta crisis en los
que el estado ha intervenido, como es Caja Castilla la Mancha, Caixa Cataluña o
Cajasur, por citar algunos, Bankia es muy especial, tanto por su dimensión
económica como política, y el momento en el que se produce su caída. Se trata
del cuarto grupo financiero de España, tras el Santander, BBVA y La Caixa, y
posee enormes ramificaciones en el tejido político de Madrid y Valencia,
dominado por el PP desde hace muchos años. De hecho la presencia de Rodrigo
rato, un peso pesado del PP en la presidencia, ha sido uno de los causantes de
que la actuación que Bankia necesitaba haya tardado mucho más de lo necesario. Y
eso ha sido un grave error. Su dimensión sistémica es tal que una quiebra
descontrolada de la entidad sumiría a España en un agujero muy profundo, y de
muy graves consecuencias. Comparativamente hablando estamos ante un caso mucho
más grave, por tamaño e implicaciones, de lo que supuso la quiebra de Banesto
en 1993, con su posterior nacionalización. Ahora no es sólo Bankai una entidad
dañada, sino que España en su conjunto tiene a la economía contra las cuerdas,
y a todo el mundo mirándonos con caras de susto y cierta angustia. Creo que lo
que hemos vivido estos días me recuerda más a lo que sucedió en Estados Unidos
en septiembre de 2008 con la caída de Lehmann Brothers que ha otra cosa. Miedo,
carreras en los pasillos, informes que revelan impagos, auditorías imposibles
que no se pueden firmar, intentos infantiles por evitar una realidad que se
hace presente sin manera posible de eludirla, etc. Algo que han contado muy
bien varias películas americanas, como Margin Call, o Too Big To Fale, sólo que
con un cambio de escenario y de periodo de tiempo. El lujo de Nueva York por el
intento de skyline de Madrid, y 2008 frente a 2012. Cuatro años después, la
historia es la misma. Activos tóxicos que no valen lo que está escrito, deudas
imposibles de cubrir, refinanciación inalcanzable, destrozo patrimonial
inasumible, margen de resultados hundido, gobierno corporativo desnortado, con
el agravante de que en el ejemplo norteamericano eran gestores privados y aquí
los rectores de la entidad incluyen desde viejos políticos de todos los
partidos hasta sindicalistas, alcaldes y otros variopintos personajes que sólo
saben de la entidad lo que les paga por sentarse en su consejo directivo. Si se
acuerdan, hace cuatro años, cuando todo esto sucedió al otro lado del charco,
presumíamos mucho de sistema financiero, de seguridad en la gestión de las
provisiones, del rigor de la inspección del Banco de España, y se nos llenaba
la boca de orgullo y satisfacción. Pocas veces la realidad es tan dura con
aquel que, vanidoso y engreído, presume de lo que carece. Si hiciéramos una
moviola de esos meses, creo que no hay un solo dirigente político y económico
de esta país que no pudiera dejar de avergonzarse si hoy se escuchara, altivo,
petulante y soberbio, en una pose que muestra algunas de las muchas cosas malas
que han caracterizado estos años pasados que hemos vivido.
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