Comenté a unos amigos míos este pasado fin de semana que,
frente a la posibilidad de escribir el blog de hoy sobre la cena que hicimos en
el nuevo piso del gran IGU, amigo noble y fiel como pocos en el mundo, lo más
probable es que me decantara por comentar las elecciones francesas y, sobre
todo las griegas, que han sido aún más esperpénticas de lo que ya esperaba. Y
así estaban las cosas hasta que ayer, a primera hora de la tarde, Rodrigo Rato
dimitía como presidente de Bankia y ponía a muchos frente a uno de los
graves problemas de España, que hasta ayer era ignorado por casi todos.
Bankia es un buen ejemplo de lo mal, muy mal, que se ha
gestionado la crisis económica y financiera en este país. Basándose en dos
ideas muy sencillas (ya se arreglará todo en el futuro y que mis privilegios no
se toquen) tanto las entidades, como los distintos gobiernos de todo signo y
condición, como los reguladores, han hecho las cosas de la peor de las maneras
posibles y así nos encontramos como estamos. Si Bankia destaca no es tanto por
ser peor que las demás, sino porque es grande, muy grande, la cuarta entidad
financiera de España, poseedora de eso que se hace llamar como dimensión
sistémica, lo que viene a querer decir que si se hunde nos hunde (una versión
en pequeñito es la ruinosa fusión de las cajas gallegas o castellano leonesas).
Creada hace casi dos años, es el resultado de la fusión de varias cajas de
ahorros pequeñas (Laixetana, canarias, y otras que no recuerdo) y dos de las
grandes, Bancaja y Caja Madrid, que son las que controlan el grupo. Las dos
estaban mal, muy mal en el caso de la valenciana Bancaja, que como su prima CAM
y hermano, el Banco de Valencia, se abocaba a un futuro negro como la quiebra
de no unirse a alguien que le salvara. Lo lógico hubiera sido unir entidades
solventes con dañadas, en la confianza de que las buenas arreglasen a las
malas, pero la idea de juntar a dos entidades que se encuentran en graves
problemas era similar a esas películas de los ochenta en las que se junta un
ciego y un sordo, que dan algo de risa cuando las ves pero que no dejan de
producir bastante pena. Se habló en su momento de fusionar La Caixa con Caja
Madrid, operación que me parecía perfecta desde todos los ángulos de vista,
pero no se llevó a cabo por presiones políticas. Al final lo que se hizo fue
juntar a una caja del PP con otra del PP, para salvar a ambas, sabiendo que
ambas estaban mediohundidas. Un total sinsentido. Al frente de la entidad se
colocó a Rodrigo Rato, personaje que sigue estando entre los que admiro, pero
que carece de experiencia financiera. Buen macroeconomista y mejor político,
Rato nunca ha gestionado un banco o similar, y todo me hacia sospechar que su
nombre hay era tanto para dar imagen de solvencia a una entidad débil como para
apartarle de la carrera política y usar su aura de poder para apagar las
trifulcas internas entre las familias del PP que controlaban las entidades
(especialmente los Oliva valencianos de Bancaja, instalados en la más absoluta
irrealidad, quizás hasta ayer mismo). Tras la unión de las entidades
procedieron a segregar los activos tóxicos vinculados al ladrillo, la
“subprime” que en España no existía pero, por supuesto, había, en una entidad
matriz, llamada Banco Financiero y de Ahorros, BFA, y con un nuevo logotipo,
nueva imagen corporativa, en la vacua y extendida esperanza de que cambiando
los logos cambiamos el contenido de las cosas, Bankia empezó a caminar. En
verano del año pasado tuvo lugar el inicio de su cotización en bolsa, en medio
de intensos rumores, y con la prima de riesgo en 350 (bendita época….) y la
colocación de las acciones, en torno a los 3,1 euros, fue muy bien, sostenida
por un montón de bancos y, no lo duden, el gobierno, que se jugaban mucho en
aquella puesta de largo. De salir mal, Bankia se hubiera quedado allí, y muchas
otras cosas también.
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