Ha concluido la reunión que la OTAN ha celebrado en Chicago.
Un curioso encuentro en el que, pese a la trascendencia de lo tratado, la
información sobre el mismo se ha centrado en la situación económica europea, y
en los contactos de Rajoy con Merkel, Obama y Monti. Para muchos el único
recuerdo de esta noticia será el haber podido disfrutar del magnífico skyline
de Chicago, uno de los mejores y más abigarrados del mundo (no olvidemos que
allí se inventó el rascacielos) y de su espectacular arquitectura, a orillas
del lago Michigan, que hace de mar para una ciudad que es todo un mundo.
Pero de la cumbre de la OTAN en sí se ha hablado poco, y era
muy importante. El tema puede tratarse de muchas formas, pero la esencia de lo
que se discutía era cómo largarse de Afganistán de la manera más rápida posible
sin que parezca que estamos huyendo. Llevamos diez años y medio en Afagnistán y
la situación internacional ha cambiado mucho. Las potencias occidentales ya no
temen al terrorismo como antes, el 11S empieza a estar más en la memoria que en
la agenda diaria, Bin Laden cayó hace un año y lo que sucede en las montañas
afganas sólo logra alcanzar las portadas de los periódicos cuando el número de
militares patrios asesinados rebasa un valor cada vez más alto. Si a eso le
sumamos la delicada situación económica que atraviesan los países de la
coalición que controla, es un decir, Afganistán, es normal que se plantee la
retirada como la única alternativa posible. El
plan es que para 2014 el grueso de las tropas hayan desaparecido y sólo
permanezcan en el país pequeños contingentes dedicados a labores de formación y
espionaje (lo primero se dice, lo segundo no) corriendo el gobierno afgano
con la responsabilidad de controlar todo su territorio. Esta hoja de ruta, como
se dice ahora, tiene tres problemas prácticos que aún no están resueltos. El
menor, y no pequeño, es quién pagará el coste de mantener al estado afgano,
dado que hasta ahora la seguridad del país corría a cargo de los presupuestos
de defensa de los países ocupantes. Para esto se ha previsto una conferencia de
donantes que aporten financiación al régimen de Kabul a medida que el repliegue
sea efectivo y vaya tomando el control con
la idea de que sea para 2024 cuando el país posea la autonomía financiera como
para sufragar los gastos, fecha que se me antoja muy lejana. El segundo
problema, inmenso, es el papel de Pakistán en todo esto. A corto plazo es
necesario recomponer las relaciones con Islamabad aunque sólo sea para que
colabore con el esfuerzo logístico de la retirada de tropas y materiales, labor
que con la frontera y espacio aéreo paquistaní cerrado como está ahora mismo
sería mucho más compleja y, ahí duele, cara. Sin embargo, es obvio que más allá
de esta necesidad del momento es fundamental que Pakistán juegue un papel
decisorio a medio y largo plazo en todo lo que tenga que ver con Afganistán. Su
amplia y porosa frontera compartida, y la amenaza terrorista que ataca a ambas
naciones son motivos más que suficientes como para que la estabilidad en Kabul
interese mucho a Islamabad, y que las potencias occidentales vuelvan a
recuperar la confianza del aliado paquistaní de cara a que ejerza un cierto
papel de tutor sobre el estado afgano. Ahora mismo las relaciones de la
coalición con Pakistán son desastrosas, tras la serie de incidentes que,
comenzando con la incursión que acabó con la vida de Bin Laden en su
territorio, han acabado con la vida de numerosos soldados paquistaníes y han
puesto negro sobre blanco el doble juego que ese país lleva mucho tiempo
realizando, tanto con su apoyo a los países aliados como, encubiertamente, a
los talibanes y otros grupos islamistas radicales. Puede que Pakistán sea la
auténtica pieza maestra en este juego, y a día de hoy casi todo está por hacer
en ese campo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario