Ayer por la noche, deshecho tras
acarrear un nuevo televisor a casa, quitar el viejo y montar el nuevo, tras una
ducha reparadora y tumbado en el sofá sin ganas de levantarme para varios
meses, el 24 horas de TVE interrumpió la interesante entrevista que estaba
realizando a Guillermo Fernández Vara para ofrecer en directo la alocución de Nicolás
Maduro, vicepresidente venezolano, en la que, compungido y lloroso, comunicó la
muerte de Hugo Chávez. Maduro hizo el papel de Arias Navarro con Franco,
pero con el estilo florido y melifluo típico de los dirigentes latinoamericanos.
Es difícil valorar el papel de
Chávez en su país y en el mundo, pero es evidente que ha sido inmenso, y que
nada será igual tras su marcha. Militar golpista, que a la primera intentona
fracasó pero volvió a probar y lo logró, Chávez ha sido la quintaesencia del
populista latinoamericano, un personaje propio del continente que, aunque tiene
imitadores fuera, no ha logrado nunca alcanzar el grado de perfección al que se
ha llegado por aquellos lares. Perón, Castro Chávez.. todos ellos lograron
fundar regímenes políticos en los que su persona y personalidad eran el estado,
lo denominaba, y en los que las leyes existentes tenían la validez que les otorgaba
el guía, el líder aclamado por su pueblo. Chávez fundó lo que él llamó el
socialismo bolivariano, una extraña mezcla de comunismo, nacionalismo y
cristianismo, que no cuadraba con ninguna de las ideologías clásicas, pero que
era la expresión perfecta de la convulsa y volcánica personalidad de Hugo, un
hombre que a nadie dejaba indiferente. Asentado sobre una de las mayores
reservas de petróleo del mundo, el chavismo ha logrado sobrevivir como régimen gracias
a los ingresos que le ha proporcionado ese mar de crudo, pudiendo así lanzarse
durante años a financiar una política de subvenciones a la población venezolana
que, acogida al subsidio y arrebatada por la personalidad del líder, le ha
refrendado en varias citas electorales más o menos democráticas, pero en las
que era evidente tanto el férreo control que el régimen tenía sobre todos los
resortes del país como la capacidad de Chávez de enardecer a la población con
sus proclamas, dejando a la altura del barro a los candidatos de una oposición
que, durante muchos años, se ha mostrado débil, dividida y desnortada. Sin
embargo la riqueza del país ha sido muy mal gestionada. Más allá de la
propaganda del régimen, Venezuela sigue siendo uno de los países en los que la desigualdad
social es mayor y más cruel. Junto a zonas de lujo que sería difícil encontrar
en muchas ciudades europeas, Caracas exhibe unas inmensas bolsas de pobreza,
marginación y miseria, en las que ha arraigado el pandillismo, la droga y la
violencia, y que registran cientos, miles de muertes al año a mano de bandas
que se enfrentan por la gestión de esas barriadas. El país no es ahora más rico
de lo que lo era hace algunos años, pese a que las políticas sociales de Chávez
hayan permitido que cierto estado del bienestar se haya consolidado entre
amplias capas de la población. Importador de casi todos los productos básicos,
incluyendo alimentos, la última devaluación del bolívar, de un 30%, ha mostrado
la enorme debilidad de la economía venezolana, la situación de cuasi quiebra a
la que se enfrenta en breve y la necesidad de adoptar políticas firmes, serias
y de largo plazo para sacar al país de la sima a la que se enfrenta de seguir como
hasta ahora. Quizás este sea uno de los aspectos menos mencionados de los
obituarios que, hoy sí, por fin, editarán todos los periódicos, centrados más
en el caudillismo y la figura política de Chávez, pero su fracaso económico es
una de las mayores losas que deja tras su marcha.
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