martes, marzo 26, 2013

Dijsselbloem, un tipo peligroso


Seguramente el nombre de Jerome Dijsselbloem no les suene de nada, o en todo caso les parezca similar a un juego de letras en el que se busca combinar las consonantes de la manera más difícil posible para ser pronunciadas. Este personaje, que puedes serle ajeno, también lo era para mi hasta hace unas semanas, cuando fue nombrado presidente del Eurogrupo en sustitución del luxemburgués Jean Claude Juncker, un señor del que sí puede que tengan recuerdo, dado que fue el que de forma bromista, simulaba (o no) estrangular a Luis de Guindos en su primera reunión bruselense.

Nuestro amigo Dijsselbloem es el ministro de Economía de Holanda, y según contaron las crónicas de su elección parece que llegó al puesto de jefe del eurogrupo más por su nacionalidad y afinidad merkeliana que por su valía y experiencia. Joven, con un currículum bastante desconocido y sin una gran experiencia previa, a lo largo de estas pocas semanas en las que lleva en el cargo, en las que ha tenido que lidiar con la crisis chipriota en su apogeo, ha demostrado tener una locuacidad, impertinencia y audacia rayana en la estulticia. Hace casi dos semanas fue la “lumbrera” que comunicó al mundo el acuerdo, impuesto por el Eurogrupo, de gravar los depósitos bancarios de la isla, elevando la crisis chipriota a crisis europea de confianza en la banca, al dejar de ser santos los depósitos de los particulares. ¿Qué la normativa europea prohíbe expresamente tocar los que poseen menos de 100.000 euros? No hay problema, sale Dijsselbloem el valiente y declara que la normativa no se cumple. ¿Qué cunde el miedo en los parqués y bolsillos europeos? Sin problema, ya dirá algo Dijsselbloem que lo empeore… Tras el impacto del primer acuerdo chipriota y su rechazo unánime, las reuniones del Eurogrupo, Troika y autoridades de la isla han sido constantes, y han tenido ustedes buena cuenta de ello en todos los medios. Este fin de semana, al borde del límite fijado por el BCE, se ha alcanzó un acuerdo que condenaba a Chipre a la miseria y que confiscaba un porcentaje aún no muy claro, pero elevado, de los depósitos de más de 100.000 euros. Ayer, parece lejano, pero fue ayer, comenté ese acuerdo y expresé mis dudas al respecto, pese a que aseguraba que en esta situación un mal acuerdo era mejor que un no acuerdo. Y así se lo tomó el mercado, con subidas de la bolsa y bajadas de la prima. La situación, dentro de lo muy malo, parecía controlada, pero era una sensación pasajera. A media mañana salió Durao Barroso, el Presidente de la Comisión Europea, otro de los desaparecidos de las instituciones europeas en medio de la tormenta, y aseguró que lo de Chipre generará un shock en Europa y tendrá consecuencias, lo que empezó a poner nerviosos a todos, porque de sus palabras ni siquiera quedaba claro si apoyaba el acuerdo o no. Pero eso no fue lo “mejor”, no, porque al mediodía dio una rueda de prensa… sí, el ínclito Dijsselbloem. Los periodistas ya debían estar intuyendo que de sus palabras sacarían titulares, pero ni de lejos se esperaban lo que este señor pensaba decir. Salió ufano y contento, y expresó su satisfacción por el acuerdo suscrito la noche pasada, afirmando que ese acuerdo chipriota, basado en las quitas a depositantes, será el patrón, la norma, el modelo en el que se basen los nuevos rescates que se produzcan en el futuro. Bombazo. En una frase Dijsselbloem se había cargado el cinturón sanitario que habían extendido todos los ministros del Eurogrupo al decir que Chipre era un caso excepcional y que los depositantes europeos no tenían riesgos, y de paso se cargaba la seguridad jurídica de los contratos bancarios y la confianza de todos los ciudadanos de la UE en sus entidades. Ni un terrorista suicida hubiera hecho tanto destrozo en caso de inmolarse.

La reacción de los mercados fue abrupta, salvaje y sin fisuras. En un par de horas los índices de la bolsa, por ejemplo el Ibex, pasaron de ir ganado más de un punto porcentual a perder dos, y las primas periféricas se dispararon, subiendo la española casi veinte puntos hasta los 360. Y sobre todo, el nerviosismo se extendió por todas partes, porque lo de Chipre ya no es una excepción excepcional excepcionalísima, no, sino la futura pauta de actuación. ¿Quién se fía ahora de su banco y sus ahorros? ¿Quién garantiza que, dada una ventolera o capricho no sean confiscados, bloqueados, retenidos o gravados? Dijsselbloem debe dimitir, sí, pero después debe ser encerrado en un lugar como, por ejemplo, el medio del desierto del Sahara, en el que no pueda provocar nuevos desastres.

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