Seguramente el nombre de Jerome Dijsselbloem
no les suene de nada, o en todo caso les parezca similar a un juego de letras en
el que se busca combinar las consonantes de la manera más difícil posible para
ser pronunciadas. Este personaje, que puedes serle ajeno, también lo era para
mi hasta hace unas semanas, cuando fue nombrado presidente del Eurogrupo en
sustitución del luxemburgués Jean Claude Juncker, un señor del que sí puede que
tengan recuerdo, dado que fue el que de forma bromista, simulaba (o no)
estrangular a Luis de Guindos en su primera reunión bruselense.
Nuestro amigo Dijsselbloem es el
ministro de Economía de Holanda, y según contaron las crónicas de su elección
parece que llegó al puesto de jefe del eurogrupo más por su nacionalidad y
afinidad merkeliana que por su valía y experiencia. Joven, con un currículum
bastante desconocido y sin una gran experiencia previa, a lo largo de estas
pocas semanas en las que lleva en el cargo, en las que ha tenido que lidiar con
la crisis chipriota en su apogeo, ha demostrado tener una locuacidad,
impertinencia y audacia rayana en la estulticia. Hace casi dos semanas fue la
“lumbrera” que comunicó al mundo el acuerdo, impuesto por el Eurogrupo, de
gravar los depósitos bancarios de la isla, elevando la crisis chipriota a
crisis europea de confianza en la banca, al dejar de ser santos los depósitos
de los particulares. ¿Qué la normativa europea prohíbe expresamente tocar los
que poseen menos de 100.000 euros? No hay problema, sale Dijsselbloem el
valiente y declara que la normativa no se cumple. ¿Qué cunde el miedo en los
parqués y bolsillos europeos? Sin problema, ya dirá algo Dijsselbloem que lo
empeore… Tras el impacto del primer acuerdo chipriota y su rechazo unánime, las
reuniones del Eurogrupo, Troika y autoridades de la isla han sido constantes, y
han tenido ustedes buena cuenta de ello en todos los medios. Este fin de
semana, al borde del límite fijado por el BCE, se ha alcanzó un acuerdo que
condenaba a Chipre a la miseria y que confiscaba un porcentaje aún no muy
claro, pero elevado, de los depósitos de más de 100.000 euros. Ayer, parece
lejano, pero fue ayer, comenté ese acuerdo y expresé mis dudas al respecto,
pese a que aseguraba que en esta situación un mal acuerdo era mejor que un no
acuerdo. Y así se lo tomó el mercado, con subidas de la bolsa y bajadas de la
prima. La situación, dentro de lo muy malo, parecía controlada, pero era una
sensación pasajera. A media mañana salió Durao Barroso, el Presidente de la
Comisión Europea, otro de los desaparecidos de las instituciones europeas en
medio de la tormenta, y aseguró que lo de Chipre generará un shock en Europa y
tendrá consecuencias, lo que empezó a poner nerviosos a todos, porque de sus
palabras ni siquiera quedaba claro si apoyaba el acuerdo o no. Pero eso no fue
lo “mejor”, no, porque al mediodía dio una rueda de prensa… sí, el ínclito Dijsselbloem.
Los periodistas ya debían estar intuyendo que de sus palabras sacarían
titulares, pero ni de lejos se esperaban lo que este señor pensaba decir. Salió
ufano y contento, y expresó su satisfacción por el acuerdo suscrito la noche
pasada, afirmando que ese acuerdo chipriota, basado en las quitas a
depositantes, será el patrón, la norma, el modelo en el que se basen los nuevos
rescates que se produzcan en el futuro. Bombazo. En una frase Dijsselbloem se
había cargado el cinturón sanitario que habían extendido todos los ministros
del Eurogrupo al decir que Chipre era un caso excepcional y que los depositantes
europeos no tenían riesgos, y de paso se cargaba la seguridad jurídica de los
contratos bancarios y la confianza de todos los ciudadanos de la UE en sus
entidades. Ni un terrorista suicida hubiera hecho tanto destrozo en caso de
inmolarse.
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