Una de las derivadas de la
compleja crisis de Chipre es que ha vuelto a poner sobre el tapete las
difíciles relaciones que existen entre Rusia y la Unión europea. Alimentadas
durante siglos por una mutua desconfianza, las guerras del siglo XX conformaron
un enfrentamiento en el que parte de Europa se aliaba con Rusia frente a la
otra Europa, y acabaron por crear una cárcel rusa que abarcaba lo que hoy se
denomina Europa del Este, expresión que ha perdido gran parte de su carga y
significado que desde que se liberó del yugo eslavo. Desde entonces han vuelto
las miradas recelosas, más o menos intensas según qué asunto se trate.
En el caso de la isla
mediterránea la presencia rusa es más bien moderna, pero su intensidad es
enorme. Se sabe desde hace mucho tiempo que Chipre funciona como un lavadero de
dinero de oligarcas y otras gentes que llevan allí su dinero más o menos
oscuro, de tal manera que esa práctica ha creado un gigante financiero en una isla
en al que no hay ni estructuras productivas ni mucha población, menos de un
millón de habitantes. La existencia de la línea verde, separación entre el
norte turco y el sur chipriota ya otorgó en la época de la guerra fría a Chipre
de un estatus muy interesante de cara a las labores de espionaje e
intermediación, y quizás allí empezó el germen de la bomba binanciera que ahora
nos ha estallado. Esta situación era conocida por todos, y desde luego por
Bruselas, que nunca debió dejar que Chipre se incorporara a la UE ni al euro
porque no cumplía ninguno de los parámetros necesarios. Sin embargo ese error y
se hizo en su momento y las posibilidades de reversión, como pueden ver cada
día en las noticias, son escasas y abren escenarios muy complicados. Pero más allá
de la economía Chipre ocupa una posición estratégica en el Mediterráneo
oriental. Teniendo a una emergente Turquía al norte y a un convulso Egipto al
sur, al este se sitúa Líbano, Israel y, vaya vaya, Siria. En la costa Siria, en
el puerto de Tartus, Rusia mantiene una flota militar estable que es su principal
(y única) base de operaciones en el Mediterráneo y, sospecho, uno de los
principales argumentos en los que se basa el régimen e Moscú para mantener
inquebrantable su apoyo a la dictadura de Bashar al Asad. Esa base se encuentra
a unos doscientos kilómetros de Larnaca, ciudad costera chipriota, y a mi no me
extrañaría nada que Moscú, viendo que la caída del régimen de Damasco se puede
producir con motivo de la actual guerra, empiece a buscar un puerto alternativo
a sus buques, dado que es muy probable que de implantarse un nuevo régimen en
Damasco éste no sería muy partidario de los antiguos aliados del dictador. ¿Puede
ser Chipre la nueva cabeza de playa del ejército ruso en el Mediterráneo? A día
de hoy, estando la isla en el euro y la Unión, es imposible, pero no es
descartable que, de no haber acuerdo, Chipre salte del euro la semana que viene
(lo dudo mucho) y se eche en brazos de Moscú para que alivie su desastre
financiero y, de paso, el de los miles de ahorradores rusos que han utilizado
esa base para sus operaciones. Y del abrazo financiero al político no hay
mucho, y de ahí a la instauración de bases, nada de nada. Cierto, es un
escenario muy hipotético, rompedor y aparentemente improbable, pero tiene visos
de verosimilitud, “cuadra” en función de lo que se observa en el día a día. Y
para analizar hasta qué punto es factible o no nos faltan muchas piezas de información,
porque es imposible por definición saber qué es lo que opina el gobierno ruso
de todo esto y si uno pregunta en Bruselas obtendrá, al menos, veinte opiniones
diferentes. De todas maneras se debe tener muy claro que en este juego Rusia
velará por sus intereses y los de sus nacionales por encima de todo, y que
nadie parece que vaya a velar por el interés de Europa en su conjunto, lo que
abre las puertas a escenarios tan rupturistas como el que les he contado.
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