El
dato de paro registrado de febrero, que contabilizó un ascenso de algo más de
sesenta mil personas y que llevó la cuenta oficial a superar la barrera de los
cinco millones de registros en el INEM ha sido analizado desde muchas
ópticas, malo por la oposición, menos malo por el gobierno, al igual que se
hace con los datos de cada mes. Al oír estos datos a mi sólo se me ocurre un
término para calificarlos, y es el de fracaso. Fracaso de un gobierno, este y
el anterior, que ni sabe hacer nada para atajar el paro ni le importa, y fracaso
de una sociedad aborregada que no es capaz de buscar salidas al desastre que no
sean despedir y no crear empleo. Fracaso colectivo, sí.
Y la cosa no se va a quedar ahí,
no. Frente a los cantos de sirena que emite el gobierno sobre una recuperación
a partir del verano, mi opinión es que, nuevamente, estamos ante los deseos del
político ignorante que fía su destino a que las cifras remonten, y suelta una
cortina de humo para que la voz de los que algo saben de esto, no mucho, no sea
escuchada. Durante los años de gobierno del PSOE asistíamos a este patético
espectáculo de manipulación de la opinión cada, aproximadamente, seis meses. Se
nos decía “ya salimos” para ver que no, y a los seis meses otra vez, y así
hasta que la incapacidad de nuestros gobernantes quedó tan clara a los ojos del
electorado como a los de los que, desde fuera, hacía tiempo que no se creían
nada. Llegó el nuevo gobierno, y tras unos meses de mensaje sacrificado, los
números hicieron lo que era previsible que hicieran, seguir cayendo, y el
gobierno nuevo se encontró ante el mismo dilema que el gobierno viejo. Hacer lo
debido a costa de su cargo y poder o poner medidas temporales y fiarlo todo a
que “en seis meses” volveremos a la senda del crecimiento. ¿Y por qué
alternativa ha optado? Sí, la pregunta es sencilla de responder, pero resulta
asombroso que viendo el desastroso resultado que le dio al anterior ejecutivo
el actual siga por el mismo camino, cavando su fosa electoral y de imagen sin
que eso sirva al menos para reconstruir el tejido económico. Desde mi
ingenuidad me decía a mi mismo que, dado que el gobernante en esta coyuntura va
a ser triturado por la crisis, al menos tendrá los arrestos necesarios para
quemarse con estilo, haciendo lo que debe, pero no, me equivoqué. A un año y
cuatro meses de la victoria del PP el gobierno está bastante chamuscado, tiene
a la calle en contra y al imagen de la presidencia está en horas bajas, sin
contar con el efecto letal de un caso de corrupción, el amigo Bárcenas, que
demuestra la podredumbre que anida en los partidos políticos y la total
incapacidad de gestión de esta crisis por parte de los cuadros directivos del
PP. Volviendo a lo económico, señores del gobierno, no crean en sueños y en
esperanzas. La destrucción de tejido productivo que ha provocado la crisis en
España es de tal calibre que su reconstrucción, en el caso de volver a tasas de
crecimiento positivas elevadas, llevaría muchos muchos años, pero es que
modestamente no veo la fuente de esas tasas de crecimiento, ni elevadas ni
suaves. Tendremos un efecto rebote a finales de año, sí, pero sin consistencia,
sin financiación empresarial, sin consumo, sin inversión, sin demanda agregada,
sin todo eso que puede movilizar recurso no habrá manera de frenar esta
sangría. Las posibilidades de que una economía endeudada como la española
remonte por si sola son, en la práctica, casi cero. Se nos relajará el objetivo
de déficit por parte de Bruselas, y se dirán buenas palabras desde algunos
organismos internacionales y empresas de inversión financiera, sí, pero el
panorama es el que es. Estamos sumidos en una depresión económica que es mucho
más grave que la que vivió EEUU en 1929, fuente de tantos libros y películas que
asociamos a esos momentos de angustia y sufrimiento. Y de una depresión no se
sale con medidas de juguete. O se gobierna de verdad, inmolándose en la plaza
pública, o se acaba igualmente chamuscado pero deshonrado, y por ese camino,
que ya transitó el PSOE, camina el PP.
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