jueves, marzo 14, 2013

Ehto…. Habemus Papam


Creo que fue Heisenberg el que dijo que predecir es algo muy difícil, sobre todo el futuro, y si no fue él el que pronunció la frase lo merece, porque su principio de incertidumbre es lo que ha caracterizado a la sociedad desde que lo enunció a principios del siglo XX. Y en este siglo XXI la incertidumbre no hace sino crecer. Ayer mismo, al verse el blanco de la fumata los presentes en la plaza de San Pedro y los que la vimos por televisión o internet realizábamos comentarios o apuestas sobre quién sería el elegido, y el nombre de Scola no dejaba de circular por la red, dándose casi como ganador al producirse el acuerdo rápido, en la quinta votación.

Y entonces sale el protodíacono y nos deja a todos asombrados. El nuevo Papa es un argentino, Jorge Mario Bergoglio, de ascendencia italiana, pero porteño de cabo a rabo, como muchos de los allí residentes. Es Jesuita, tiene 76 años, y escoge como nombre para su papado el de Francisco, que nunca se había usado con anterioridad. Todas estas características, excepto la de la edad, son radicalmente nuevas. Todas. Nunca ha habido en la historia, que en este caso se remonta cerca de dos mil años, Papas que no sean europeos, por lo que ya este nombramiento es único. Nunca un Papa ha pertenecido a la compañía de Jesús, fundada por el guipuzcoano San Ignacio de Loyola, pese a la preponderancia que este movimiento ha tenido en el seno de la iglesia durante los muchos siglos en los que lleva existiendo, y nunca un Papa se ha llamado Francisco, nombre elegido que puede rememorar tanto a San Francisco de Asís, santo protector de los animales y ejemplo de humildad, o a San Francisco Javier, que impulsó la comunidad jesuítica por todo el mundo. No deja de ser sorprendente, fascinante hasta cierto punto, que una institución tachada con razón de carca e inmovilista como la iglesia católica haya generado en apenas un mes semejante revuelo, ofreciendo la primera renuncia de un Papa en seiscientos años y una elección que ha trastocado todos los esquemas posibles. Desde ayer los periodistas tienen un problema añadido, porque supongo que tendrían preparados semblantes de los candidatos “oficiales” o que más sonaban en las quinielas, y esta elección ha trastocado por completo muchas de las crónicas que estaban ya medio escritas. Internet ha paliado parte del problema, ofreciendo perfiles acelerados de la vida de un hombre muy famoso en Argentina y que, cosas de la vida, a punto estuvo de ser elegido en el cónclave en el que Ratzinger se alzó con el trono de San Pedro, en 2005. Durante estas semanas conoceremos aspectos de su vida y pasado que, como siempre sucede, ocultará cosas buenas y malas, pero más que eso lo importante es conocer cómo va a afrontar los enormes, inmensos retos que tiene por delante. Habrá que saber hasta qué punto Francisco I conoce los entresijos de la curia vaticana, y puede hacerse con el control de la misma para proceder a la limpieza necesaria que urge, o cuáles son sus opiniones y conocimientos de lo que pasa en el banco vaticano, si respalda el nombramiento del nuevo responsable efectuado por Benedicto XVI hace unas semanas, y cómo va a llevar a cabo la poda que necesita ese organismo, lleno de cizaña hasta las trancas. Y en lo que hace a su labor evangélica, ¿será Francisco I un defensor de los movimientos más duros, como los neocatecumenales, que han gozado del apoyo de Roma durante estos últimos papados? O por el contrario, ¿se volcará hacia una doctrina más social, comprometida, y de estilo más jesuita clásico? ¿Cómo va a afrontar el proceso de acelerada secularización que se vive en Europa y la dura competencia de los movimientos protestantes en Latinoamérica? ¿Va a sancionar con fuerza a los responsables de casos de pederastia? ¿Va a realizar reformas doctrinales?

Como verán, muchas e importantes preguntas que a día de hoy carecen de respuesta, pero que iremos conociendo a lo largo del tiempo. De momento la tarea que le espera es hercúlea, inmensa, sospecho que demasiada para un hombre, sea cual sea su valía, que se la presupongo muy alta. Lo que tengo claro tras la elección de ayer es que para conocer la respuesta no merece la pena preguntarles a los vaticanistas, que no han acertado ni una. De hecho hoy tengo un cierto punto de orgullo porque su fracaso predictivo nos ha dejado a los economistas con un buen sabor de boca. Ya no somos los peores, los más afectados por la eterna incertidumbre de Heisenberg

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