martes, marzo 12, 2013

Las dietas de Yolanda Barcina


Empieza una semana apasionante, en la que habrá que estar con al menos un ojo puesto en el Vaticano, porque a partir de esta tarde tendremos en directo el rito de las fumatas papales. Hasta saber el nombre del elegido puede pasar uno o muchos días, probablemente pocos, así que, como la actualidad está llena de acontecimientos, vamos con uno de ellos, negro como las fumatas que no dan Papa, y oscuro como las finanzas del banco vaticano, y no es otro el que el escándalo de las dietas cobradas por Yolanda Barcina, actual presidenta del gobierno foral navarro, Miguel Sanz, su predecesor, y otros altos cargos por su presencia en el consejo de Caja Navarra, la antigua CAN.

Cuando a principios de la semana pasada se supo que cada uno de estos consejeros se había embolsado dietas de entorno a los 5.000 euros por una reunión de poco más de una hora la escandalera fue de las gordas, y a medida que se conocían más detalles la cosa no hizo sino volverse más y más repulsiva. Listos como ellos solos, los consejeros troceaban reuniones de escasa duración en varias mucho más cortas, pudiendo así cobrar dietas por todas ellas. Tremendo. Pero lo peor no me pareció eso, aun siéndolo, sino la explicación que dio la propia Barcina cuando fue preguntada por ello. Admitió los cobros, pero los consideró normales en una época en la que un encofrador se levantaba cifras similares. Sin entrar en el hecho de que el encofrador las ganase en un mes, y no en un par de horas, Barcina no sólo se equivocó de plano al salirse del problema usando una excusa cutre, sino que mostró a las claras cual era la forma de trabajo, perdón por usar esa palabra en este contexto, que se estilaba entre la cúpula de la CAN, presidida me temo por un lema que rezaría “porque yo lo valgo”. Apropiarse de cuanto más dinero fuera posible porque no había control alguno, porque esa caja era el banco público desde el que el gobierno regional mangoneaba a sus anchas y porque si otros lo hacía, porqué yo no. Barcina, sin quererlo, ha confesado de plano la culpa, la gran culpa, el inmenso error en el que caímos como sociedad durante los años de la burbuja, en los que se robó sin control alguno, en los que todo el que pudo se llevó lo que estaba disponible, y en los que el gestor honrado, competente y que no robaba era tachado de pringado, tonto e imbécil, aunque me supongo que tendría que oír epítetos bastante más duros. Y todo ello generó un ambiente de total impunidad, de desvergüenza colectiva en la que el que lo sabía se callaba y el que no hacía lo posible por no enterarse. La CAN no era una caja mastodóntica sita en una gran ciudad, no, sino una pequeña caja regional cuya sede está en Pamplona, una ciudad pequeña que no creo que llegue a los 200.000 habitantes y en la que todos se conocen. El rasgado de vestiduras que ahora se produce con las declaraciones de Barcina tiene, por tanto, algo de farisaico, porque de esos miles de euros que se atracaban en la CAN se beneficiaba no sólo ella o los consejeros, sino muchas otras personas, e instituciones, y organismos de lo más variado, que veían como el maná de la CAN caía sin límite a través de las vías no habituales. La típica historia de voluntades compradas, silencios pagados y complicidades basadas en el vil metal que tantas veces hemos visto en televisión, tanto en series como en sumarios judiciales, esta vez en el marco de la meseta navarra y con unos toros corriendo por la calle estafeta, metáfora de una crisis que llegó a la CAN y que la arrasó, al encontrarse con una entidad saqueada, mal gestionada e incapaz de asumir el más mínimo de sus compromisos a futuro. Hoy en día, integrada en el grupo Banca Cívica, y aunque así no se diga, la CAN ha muerto, la muchos de sus fondos se han perdido y gran parte de sus empleados han sido despedidos o lo serán en breve.

¿Debe dimitir Barcina de su cargo de presidenta de Navarra? Por supuesto, pero no lo hará. No sólo porque vive en un país llamado España en el que no hay ningún valiente que dimita, ya que todos son unos cobardes, sino porque pensará, muy convencida, que porqué ella tiene que dimitir si todos se llevaban dinero, fueran de un partido o de otro, de un sindicato o de una asociación empresarial, que porqué ella tiene que pagar el pato si en la caja todos metían la mano. Y es que en el fondo ella, y tantos y tantos en España siguen sin admitir que han robado, sí, robado, y que el que todo el mundo lo hiciera no significa nada más, y nada menos, que todo el mundo robaba. Y como creen que no cometían delito no hay motivo de dimisión. Es para echarse a llorar y no parar.

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