miércoles, julio 31, 2013

El programa del Papa Francisco


El accidente del Alvia en A Grandeira lo ha ocupado todo durante estos días, pero dos asuntos de enorme trascendencia han logrado abrirse un hueco entre los hierros retorcidos y el cruel balance de víctimas. Uno es Bárcenas, que no cesa de proporcionar titulares jugosos, pero dado que Rajoy comparece mañana en el Congreso para, se supone, dar explicaciones, dedicaré otro día a comentar las novedades sobre ese apasionante asunto. El otro tema ha sido la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, y la actitud y palabras del Papa Francisco en esos días, que han supuesto toda una revolución, o al menos un intento de darle comienzo.

Cosa curiosa, ha Francisco le ha pasado con la JMJ lo que le sucedió a su predecesor Benedicto XVI, que llegó al cargo y a los pocos meses se encontró con un evento que él ni había organizado ni preparado. En aquel caso fue en 2005 en Colonia, y Ratzinger, poco amante de multitudes, lo pasó como pudo. En esta ocasión el marco, Río de Janeiro, era muy distinto, con un contenido social evidente fuera cual fuese el destino visitado y con una seguridad y organización muy deficientes. Pues bien, en este marco se ha desarrollado el primer viaje al exterior de Francisco (sí, ha visitado el sur de Italia, pero eso no cuenta “de verdad”). Se esperaban palabras nuevas, de aliento y compromiso por parte del Papa, para calibrar hasta qué punto la renovación de la imagen pontificia que ha emprendido Bergoglio iba a ir más allá de las formas o se iba a quedar en algo similar al marketing, pero los discursos que ha pronunciado ante las multitudes han dejado a todo el mundo asombrado y descolocado. Poco amante de la filosofía, de las palabras pomposas y frases retorcidas, las palabras de Francisco, expresadas en parlamentos de apenas diez minutos de duración, han sido de una contundencia y frescura como nadie las hubiera sido capaz de prever. Su mensaje ha dejado alucinados a los presentes en la JMJ, a las autoridades eclesiales y a la prensa que ha seguido el acontecimiento. ¿Y cuál ha sido ese mensaje? El de la humildad, el de la vuelta de la iglesia a las esencias, como portadora de la fe en Cristo, el de la necesidad de renunciar a privilegios, oropeles, formalismos, boatos y reverencias, el de recuperar el auténtico sentido de la comunión, el compartir con los hermanos la fe, los bienes, las alegrías y las penas. Las palabras más gruesas, pocas, pero dichas con intensidad, las ha dirigido a los cargos eclesiales. Sacerdotes, obispos y cardenales, han sido objeto de un mensaje directo y sin fisuras, de una orden de volver a ponerse no al frente de la iglesia, sino al servicio de la misma, de no ejercer un mando, sino un testimonio, de liberarse del luto que les embarga y contagiarse de la alegría de la fe. Ya con todo esto las palabras de Francisco hubieran sido muy novedosas, pero no se ha quedado ahí, ni mucho menos. Ha realizado un ejercicio de autocrítica, en un país en el que los evangélicos crecen a costa de las continuas bajas en el catolicismo, tratando de buscar lo que la iglesia ha hecho mal para no atraer a los fieles, y ha comenzado a esbozar su doctrina política, que todas las autoridades la tienen, se diga lo que se diga, abogando por, atención, la laicidad del estado. Revolucionario. El Papa de Roma pidiendo un estado laico y respetuoso con todas las doctrinas y creencias. Un mensaje coherente y que aplaudo desde aquí, y que muchos reclamamos desde hace tiempo a las jerarquías de las distintas confesiones, catolicismo en España, islamismo en otros países, que cada vez más tratan de influir en el diseño de las leyes y normas civiles. Seguro que cuando Francisco dijo estas palabras un escalofrío recorrió despachos, nunciaturas y prefecturas en medio mundo.

También se han destacado mucho sus palabras, en la entrevista que concedió en el vuelo de vuelta a Roma (aprende comunicación, Mariano) sobre quién es él para criticar a un gay de buena voluntad, frase muy comprometida con ese colectivo que difícilmente hubiera sido posible escucharla desde un ámbito religioso. En definitiva, el poso que deja el viaje de Francisco es enorme, su trascendencia mediática no deja de crecer a la vez que lo hace su capacidad de liderazgo, y comienza a ser un referente tanto en el plano religioso como en el social. En un mundo en el que no hay líderes, Francisco puede optar a ocupar ese puesto de referencia que tanto se echa de menos. Le queda lo más difícil, que es limpiar el Vaticano de la corrupción que allí anida, pero parte de su mensaje busca ganar fuerzas para emprender esa batalla. Sí, ha nacido una estrella que no va a ser nada fugaz.

martes, julio 30, 2013

Triste racha de accidentes


Como si no hubiera sido suficiente con la desgracia ferroviaria de Santiago de Compostela, Europa parece haberse contagiado de la mala suerte y la racha de accidentes de mayo ro menor intensidad no deja de producirse. La noche del Domingo al Lunes treinta y ocho personas murieron en un siniestro de tráfico en Italia, tras precipitarse un autobús desde un puente, al parecer por el reventón de un neumático, y ayer mismo en Suiza falleció una persona y varias decenas resultaron heridas por la colisión de, vaya, dos trenes, sin que aún se tengan claras las causas del siniestro. Semana funesta para los transportes colectivos en el continente. Que termine esta racha de una vez.

Quería hoy referirme al concepto de accidente, que tristemente está tan en boga, y a lo insoportable que supone su mera existencia en nuestro mundo, aparentemente controlado, dócil y dominado hasta el extremo por la tecnología y la profesionalidad. Cuando se produce un siniestro de este tipo la sensación individual puede ser muy diversa, pero la colectiva es de indignación e incredulidad. “No puede pasar algo así” “no es posible” y frases por el estilo se repiten una y otra vez en boca de expertos y aficionados, personas anónimas y dirigentes públicos. Y, por supuesto, estas cosas pasan, haciendo que esas frases huecas se conviertan en ridículas. Nos negamos a pensar en la mera posibilidad de que el accidente se produzca, tenga lugar, cuando es imposible, repito, imposible, evitarlo del todo, y esa negación esconde un infantilismo que esta sociedad muestra en un grado cada vez más intenso. La tecnología, los cientos, miles de personas que trabajan día a día en sectores como el transporte, el esfuerzo investigador, todo lo que se invierte… el objetivo final es que no haya accidentes, pero lo que se consigue es bajar la probabilidad de los mismos tanto que parezca que sea cero, aunque nunca se podrá alcanzar ese nivel. Es así de duro y cierto. La seguridad absoluta no existe en nada de lo que hagamos, planifiquemos o preveamos, en nada. El trabajo del día a día busca luchar por alcanzar ese umbral de seguridad, la máxima posible, pero debemos ser conscientes de que nunca evitaremos el accidente. De hecho este se produce porque uno de los flancos se ha mostrado en un momento algo más débil que el resto, y es por ahí de donde surge el riesgo que lleva al desastre. Recuerden el dicho ese de que una cadena es tan resistente como el más débil de sus eslabones. En el mundo del transporte, en especial del organizado como es el caso del tren o el avión, los protocolos, procedimientos y especialistas que trabajan en cada una de las fases que transcurren desde que partimos desde un punto hasta llegar a otro son inimaginables, nos asustaríamos de saber cuántas personas se dedican a ello día tras día. Cada vez que se produce un fallo, en un punto determinado del procedimiento, una vez investigada la causa, se procede a la revisión del mismo y a su fortalecimiento, por lo que es casi seguro que el siguiente accidente, cuando se produzca, no tendrá lugar en el mismo punto y por la misma causa que el caso anterior. De hecho es cruel decirlo, pero no es menos cierto que es con los accidentes como mejor se aprende a mejorar los protocolos de trabajo y funcionamiento de los sistemas, porque frente a simulaciones más o menos edulcoradas, el accidente supone una falla real, un fracaso del proceso, con consecuencias más o menos graves, a veces como esta vez inmensas e irreparables, pero que pueden ser la vía para encontrar graves fallas en un procedimiento que nadie previó en su momento que pudiera fallar en ese punto. Por eso es tan necesario investigar a fondo lo que ha producido el desastre, aprender lo máximo de él, y cambiar y mejorar lo que sea necesario para que no vuelva a repetirse nunca más… o casi.

Piense usted en sí mismo, en su vida diaria. Obviemos los siniestros graves. ¿Cuántas veces, en el plazo de un par de semanas, tropieza con un escalón, con una esquina de una mesa, se pega un resbalón que le hace perder momentáneamente el equilibrio, choca con algo o con alguien o se le cae algo de las manos? Eso también son accidentes, menores, nimios y muchas veces producto de sorna y carcajadas, pero piense que se han producido pese a que usted ha tratado de evitarlos. Si yo fuera un sabiondo tertuliano de televisión, de esos que ahora parecen saberlo todo sobre trenes cuando ayer no sabían lo que era un rail, pensaría un poco al respecto antes de lanzarme a juzgar tan alegremente como lo hacen.

lunes, julio 29, 2013

Vías de tren


Ayer hice el viaje de vuelta en autobús de Bilbao a Madrid algo más ensimismado de lo habitual. Leía, acabé de hecho el libro que llevaba empezado, sobre la historia de los relojes, pero lo hice de una manera automática. Cada poco tiempo levantaba la vista y me quedaba mirando la carretera, esos carriles llenos de coches que van de un lado a otro. Y en algunos momentos, la autovía surcaba sobre taludes en los que reposaba una vía del tren. Electrificada o no, en uso o llena de herrumbre, unos raíles siempre paralelos sobre traviesas que, en ausencia de tráfico sobre ellos, son la base de las más hermosas y crueles memorias.

Descarrilar es el accidente por antonomasia. En carretera a veces resulta increíble lo fácil que es estrellarse, salirse de la trazada, dado que nada nos lo impide, salvo nuestra pericia y atención, muchas veces tan escasa que es mejor no pensar en ello. En las vías la cosa cambia, el camino viene impuesto, y actúa como un seguro, un freno, una barrera de protección que impide que nos salgamos de nuestro camino. Es subirse a un tren y tener la más intensa sensación de ser llevado, de que la máquina te arrastra, de que el camino es el que realmente te guía y te permite trazar las curvas y las rectas. El único miedo que me surge, cuando veo las vías que cruzo en mi camino hacia Madrid, es que se produzca un choque entre dos convoyes que ocupen la única y solitaria vía que existe en la mayor parte del camino. Pero descarrilar.. no, eso no puede suceder. La técnica y la pericia humana trabajan juntas continuamente para que nada de eso pase. Es una mera pesadilla infantil, recuerdo de una época en la que los trenes se parecían demasiado a los juguetes que teníamos en casa, coquetos pero frágiles, bonitos pero inseguros, y en los que la maquinaria y las señales eran artesanía en manos de profesionales que, susceptibles de equivocarse, podían errar al dar paso a una unidad o frenar la que no debían. Los accidentes de tren, aparatosos siempre como pocos, eran ideales para las películas, en los que los malos y buenos luchaban en cabinas descontroladas, y la escena solía terminar con el bueno saltando y el malo refugiado en el fondo de la maquinaria contemplado con horror como un barranco, montaña u otro obstáculo le condenaban a la muerte, entre la satisfacción del público, que asistía con ojos abiertos al estrépito de los vagones despanzurrados unos contra otros, el ruido de las explosiones y la maraña de humo que lo cubría todo. El héroe se salvaba, a veces con la chica en sus brazos, otras no, y el malo caía. Y los raíles, infinitos, lo observaban todo, reposados tras la tensión que había sucedido sobre ellos. Los accidentes en el mundo real sólo sucedían en países recónditos, donde las escenas de la tragedia se mezclaban con imágenes de vagones atestados, desbordados por gente que salía por las ventanas y viajaba tanto sobre como entre los vagones. Era horrible, sí, pero lejano, difícil de entender, anecdótico visto desde la distancia. Inimaginable en nuestras vías modernas, en nuestras instalaciones, tecnificadas hasta el extremo, en nuestro paisaje de alta, orgullosa y moderna alta velocidad.

Y sin embargo, todo puede suceder, y ese camino recto, trazado y paralelo gracias a la mejor ingeniería del mundo puede desembocar, como sucede en los recónditos lugares que pueblan los tramos intermedios del telediario, en el más horrible de los desastres. Una curva sita en, por ejemplo, A Grandeira, a la entrada de la estación de Santiago de Compostela, se puede convertir en el escenario de una absurda y apabullante tragedia, y cuando se produce el desastre la escena es tan horrible como la que se da en esos lugares remotos, pero dada su proximidad, supone un impacto mucho más duro y deja lleno de angustia y desolación a quien, desde la comodidad de su casa, contempla los rostros de aquellos que se salvaron, o fallecieron, pensando que las vías les transportaban a lugar seguro.

viernes, julio 19, 2013

La quiebra de Detroit


Sumidos en nuestros marasmos internos, absortos por la necedad de nuestra actualidad patria, suceden procesos de una envergadura e intensidad enormes de los que apenas somos capaces de intuir sus consecuencias. Uno de los más fascinantes, crueles y asombrosos se está produciendo desde hace años en la ciudad de Detroit, en el estado norteamericano de Michigan. Sumida en una depresión continuada desde que la industria del automóvil empezó a decaer, la ciudad ha ido bajando poco a poco peldaños en su proceso de degradación, y ayer, como para certificarlo, se declaró oficialmente en quiebra, con una deuda de cerca de 18.000 millones de dólares. Una burrada

Detroit es un desastre. Una enorme ciudad, como cualquiera de las que jalonan Estados Unidos, con un núcleo de avenidas flanqueadas de rascacielos modernistas antiguos y modernos, con miles y miles de metros cuadrados de inmensas factorías de automóviles, la causa del auge y la decadencia de la urbe, la mayor parte de las cuales se encuentra ahora mismo en un estado que oscila entre el abandono y la más absoluta ruina, y kilómetros y kilómetros cuadrados de zonas residenciales, plagados de las típicas calles con casas americanas a los lados, que si en un momento parecían ser la imagen de la prosperidad hoy son una muestra de lo que el abandono y la desidia pueden hace en los paisajes urbanos. Cientos, miles de esas casas están abandonadas, quemadas, en ruinas, caídas en pedazos, sin ventanas, con tejados hundidos y paredes agujereadas, invadidas por una maleza que hace años que ya nadie controla. Barrios enteros, zonas inmensas de espacio y edificación, están abandonados desde hace años, tanto por una población pobre que en parte huyó de la ciudad como por los propios servicios municipales, incapaces de hacer frente a los costes derivados de la gestión de unos barrios lejanos y despoblados. A medida que el proceso de agonía se aceleraba la decadencia iba a más, y hoy en día muchas de esas zonas son auténticas urbanizaciones fantasma, decorados en los que apenas algunos vagabundos merodean o viven de lo que encuentran, lugares que han sido tomados por la naturaleza, y que es la que proporciona el mayor número de habitantes, en forma de árboles, arbustos y toda clase de animales. El clima allí es bastante inhóspito, con veranos suaves y húmedos e inviernos duros, con mucha nieve, lo que ha ayudado a aumentar la velocidad del deterioro de las construcciones. En el centro urbano, la zona en la que se concentra la población, menos de la mitad de la que fue apenas hace un par de décadas, las cosas no son mucho mejores. Varios de esos rascacielos a los que me refería al principio están igualmente vacíos, como muchos otros edificios que apenas son un mero decorado. Comercios, tiendas, colegios, teatros.. la panoplia de inmuebles abandonados a su suerte y que se hunden entre las sombras y la ruina es inmensa, y sorprendente. Para simplificar las cosas, no es una exageración afirmar que Detroit se muere. La ciudad pierde población de manera continuada y sin freno y poco a poco languidece. El resultado de todo esto es contemplar, fascinados, como una ciudad moderna se hunde en las sombras, en el abandono. Cuando uno pasea por el foro romano le asaltan muchas preguntas, y una de ellas es cómo pudo caer todo eso en el abandono, como la capital del mundo pudo llegar a ser, durante siglos, un villorrio en el que unas pocas ovejas y pastores deambulaban entre los foros, cada vez más ruinosos, llenos de hierbas y fragmentos de mármol que se desprendían de las edificaciones a las que ya nadie cuidaba. Detroit no es Roma, pero el proceso de degradación que vive es muy similar al que sufrió la ciudad eterna. Y resulta igualmente asombroso, y terrible, contemplarlo a la velocidad a la que se produce.

Si quieren más información sobre lo que allí pasa encontrarán muchos artículos en prensa sobre el problema financiero de la ciudad, pero yo les voy a hacer dos recomendaciones muy distintas. Una es que vean el documental “Searching for sugarman”, la historia de Rodríguez, el cantante. Magnífica producción en la que, de paso, podrán hacerse una idea de cómo son los suburbios de esa ciudad. La otra es este gran artículo de Jotdown sobre la decadencia de la ciudad, en el que se trata de comprender cómo ha podido suceder lo que allí está pasando. Moraleja: nada es tan sólido como podamos creerlo, y hasta los mayores edificios y avenidas que podamos imaginar, brillante y vibrantes un día, pueden ser ruinas abandonadas dentro de varios siglos, y al revés, la actividad y el bullicio pueden surgir donde menos se les espera, porque el futuro no esté escrito y, sinceramente, nadie es capaz de predecirlo.

Me cojo una semana de vacaciones para estar en Elorrio. Si no hay sorpresas, hasta el Lunes 29. Pásenlo muy bien, descansen y ojo al calor de la semana que viene, Promete ser duro.

jueves, julio 18, 2013

La corrupción política y el doping en el deporte


Las informaciones relativas a la presunta financiación ilegal del PP surgen cada día como brotes tras la lluvia. Ayer El mundo traía un suplemento de 16 páginas con hojas escaneadas que dan una idea de lo que se movía en Génova y quienes se lo llevaban, en teoría. En paralelo, esta semana un juez de Barcelona ha dictaminado que en el caso Palau se puede hablar de financiación ilegal de CiU mediante comisiones ilegales cobradas a las distintas empresas involucradas, el famoso 4%, y a poco que se escarbe el caso de los EREs en Andalucía será, seguramente, otra forma de financiación encubierta de un partido, en este caso el PSOE, con distinta metodología pero igual objetivo. Conseguir dinero.

¿Es inevitable la corrupción política? ¿Debemos resignarnos a convivir con ella? No, evidentemente no, pero sobre todo a la segunda pregunta. Los comportamientos ilegales deben ser perseguido judicialmente, castigados duramente y señalados para que el culpable sufra el oprobio y la vergüenza. Por cierto, esto último no se da en España, donde robar y corromper sigue siendo algo no tan mal visto. Pero el problema de fondo, el de la financiación de los partidos, sigue estando en el aire y si no se le da una solución volveremos a ver escándalos de este tipo durante el resto de nuestras vidas. Y aquí funciona una especie de hipocresía social que, a mi modo de ver, es muy similar a la que se manifiesta con el deporte profesional y el doping. Ya conocen ustedes mi teoría de que todos los deportistas profesionales están dopados, más o menos, de una forma u otra, y que todo el mundo lo sabe y consiente y que en función de la relevancia social del deportista, sus ingresos y poder, el amaño es descubierto o no. Las leyes antidoping se hacen cada vez más complejas y detalladas pero el doping no se queda atrás, y de salto en salto, la situación sigue avanzando en una especie de empate técnico insalvable. Aquí y cada vez que se me pide mi opinión al respecto reitero mi idea de que el doping debiera dejar de ser delito, que seamos honestos con nosotros mismos y que, dado que lo que nos importa del deporte son las marcas, records e ingresos, permitamos que cada uno se meta lo que desee y allá él. Las víctimas de la droga deportiva, que se suceden año a año sin que nadie las eche en falta o denuncie, al menos tendrían un cierto reconocimiento y todo sería más honesto que en la actualidad. Basta ver lo que pasa con el dopaje en deportes como el fútbol o el atletismo en los siempre politizados juegos olímpicos para hacerse una idea de hasta qué punto hacemos teatro cada vez que proclamamos la limpieza del deporte. Y en el asunto de la financiación de los partidos la situación es similar. Todos ellos delinquen para obtener ingresos ya que, de manera legal, no pueden sacarlos y estarían abocados a la desaparición. Las campañas electorales son caras, cada vez más, y sólo hace falta fijarse en EEUU para imaginarse hasta dónde pueden crecer los costes de una elección. La situación actual hace que las mordidas que los partidos realizan a empresas y organizaciones se traduzcan en adjudicaciones ilegales, amaños de contrato y prebendas más o menos descaradas una vez que el candidato “untado” ha alcanzado el sillón del poder, y todo ello en medio de la más absoluta opacidad. ¿Cómo se frena esto? ¿Prohibiendo las donaciones? Esa es la situación actual y ya ven ustedes que resultados ofrece. Mi propuesta es que nos dejemos de hipocresía, detengamos a todos los delincuentes actuales y, tras ello, cambiemos la ley a futuro, de tal manera que las donaciones a los partidos sean legales, públicas y, si se desea, publicitadas. Saquemos a la luz lo que ya sucede entre bambalinas y sepamos quiénes y por cuánto aportan a los diferentes partidos, y eso sí sería transparencia de cuentas. Lo demás sería seguir como hasta ahora, vivir en un mundo de falsedad, en el que todos sabemos que la contabilidad A es preciosa y la B es la real.

Cada vez que hay campaña electoral en EEUU varias webs sacan datos de quiénes han financiado a cada uno de los dos grandes partidos, y se pueden hacer análisis gráficos y estadísticos muy interesantes sobre los flujos de dinero, y ver qué empresas se decantan más por uno que por otro, y cuáles son las más conservadoras (o inteligentes) y financian a ambos para así resultar beneficiadas gane quien gane. Saber estas cosas puede parecer obsceno y lleva a muchos a rasgarse las vestiduras, pero la situación española de hoy en día es igualmente obscena y, además, hipócrita en todos los sentidos imaginables. En fin, creo que por probar no pasaría nada, y es que no podemos estar mucho peor que lo que ya lo estamos.

miércoles, julio 17, 2013

La moción de censura que no debe tener lugar


Finalmente ayer, delante de su grupo, reunidos en la antigua sede del Senado, Rubalcaba lanzó el órdago de la moción de censura condicionada, por llamarla de alguna manera, que será solicitada por el grupo socialista si Rajoy no responde públicamente ante la cámara de las acusaciones que Bárcenas suelta día sí y día también. El próximo miércoles, día 24, hay diputación permanente del Congreso. Ese día es el límite del plazo planteado por el PSOE para llevar a cabo su audaz golpe. Tal y como está planteada, una comparecencia de Rajoy en sede parlamentaria desactivaría esa estrategia. Está, por tanto, en manos del presidente, que no tenga lugar esa sesión especial. Ojalá sea así.

Mi idea de fondo es que, tal y como está planteada en nuestra constitución, la moción de censura no es útil para lograr el propósito que busca, que es la rendición de cuentas. Para ambos partidos esa sesión, de acabar produciéndose, puede ser dañina, y para los líderes, si es que aún lo son, destructiva. La moción se plantea como la presentación de un programa alternativo por parte de un líder de la oposición que cuenta con opciones serias de lograr el apoyo de la cámara. Por lo tanto, el hecho de que el PP disfrute de una holgada mayoría absoluta ya desmonta parte de esta teoría, porque esa moción no prosperará jamás. Además requiere un programa y un líder que la defienda, y en el PSOE ahora mismo no está clara ninguna de las dos cosas, empezando por el papel del propio Rubalcaba, que es cuestionado por mucho en el seno de su partido y que, pese a que puede utilizar ese debate parlamentario como una operación de fortalecimiento de su liderazgo, seguro que acaba viendo torcidas parte de sus aspiraciones en medio de la interminable batalla que se vive en el PSOE por el control del poder. Además, aunque el PSOE actúe como una gran fuerza de oposición, por parte del resto de grupos la moción se vive de una manera muy distinta. Rechazada por CiU y PNV y con una izquierda plural que no se apunta a algo que ellos no propongan, pudiera darse la paradoja de que no sólo el PP votase en contra de la misma, aunque los argumentos esgrimidos para ese NO serían muy distintos en función de las formaciones políticas que así votaran, recibiendo así el PP un apoyo indirecto, aunque no deseado por sus emisores. Por si fuera poco, la moción de censura no obliga formalmente al presidente del gobierno a responder, ya que puede delegar ese papel en cualquier otro parlamentario, por lo que pudiera ser que, diseñada para obligar a Rajoy a dar explicaciones, nos encontremos ante un tenso y agrio debate en el que Rajoy no se levante de su asiento en ningún momento ni diga una sola palabra. Si alguien piensa que esto no es posible y se echa las manos a la cabeza, comparto plenamente su estupor, pero así lo establece el reglamento de la Cámara. Y como prueba acudan ustedes al pasado, a la última moción de censura planteada en el Congreso, por parte de un nuevo líder del PP llamado Antonio Hernández Mancha que, necesitado de liderazgo y proyección pública, planteó la moción contra un Felipe Gonzalez situado en la cresta de su poder y gloria, antes de que los escándalos empezasen a derrumbarlo, y obtuvo respuesta de la bancada socialista por parte del aquel entonces vicepresidente, Alfonso Guerra. En ese debate Felipe González estuvo presente, pero no abrió la boca. ¿Pudiera pasar algo similar hoy en día? Sería un escándalo, y una muestra de desprecio al parlamento por parte de Rajoy tan obvia y descarada que no debiera quedar impune, pero no es descartable, ni mucho menos.

¿Qué es lo que debiera suceder a partir de ahora? En estos casos la pelota siempre está en el tejado de quien ostenta el poder, en este caso Rajoy. Debe dejarse de tonterías y comparecer, explicarse y dar su versión de unos hechos que, día a día, destruyen su capital político y llevan a su gobierno a embarrancar contra los arrecifes de la opinión pública. Creo que será más efectivo para que hable de una vez el que el Financial Times lo exija, como hizo ayer, que toda la presión del Congreso de los Diputados, por triste que suene. Y si comparece, Rubalcaba desactivará esa moción, que, sospecho, es lo que desea, porque él mismo se arriesga a hundirse con su ruinoso barco. En manos de Rajoy estamos. Se exige responsabilidad y compromiso con el país por su parte. Esperemos que lo tenga.

martes, julio 16, 2013

¿España se italianiza?


Tormentoso día el de ayer, y no sólo en el norte del país fruto de los chubascos y nubes de evolución, sino sobre todo por las revelaciones de Bárcenas y la más o menos manipulada rueda de prensa, por llamarlo de alguna manera, que dio Rajoy en su comparecencia con el primer ministro Polaco Donald Tusk. Para lo que dijo Rajoy quizás hubiera sido más interesante preguntarle a Tusk por Bárcenas, a ver si él nos daba una respuesta con mayor profundidad y contenido. En todo caso las espadas siguen en alto y hoy el mundo publica presuntos recibís de comisiones pagadas y cobradas en Castilla la Mancha por la trama de Bárcenas. Otro día de bombardeo mediático contra la Moncloa.

A medida que el escándalo sube de tono y alcanza una gravedad mayor crece al sensación de que el suelo que pisamos se reblandece, y de que todo podría derrumbarse. Entre la munición que conserva Bárcenas, la increíblemente torpe gestión que está realizando el presidente del gobierno y el PP y el desmadre que se vive en la llamada oposición, que sólo tiene claro que se opone incluso a sí misma, la sensación que me da es que todo es tan volátil que puede acabar por desvanecerse. Cada vez este asunto me recuerda más a la tangentópolis italiana que se vivió en los noventa, en la que un grupo de jueces, los que originalmente fueron denominados “manos limpias” llevaron a cabo un proceso contra la corrupción institucionalizada que recorría todas las esferas del poder romano, y que acabó por descomponer las estructuras del poder que habían regido Italia desde el final de la segunda guerra mundial. Los principales damnificados fueron la democracia cristiana, encabezada por aquel entonces por el cuasieterno Gulio Andreotti, que ha fallecido muy recientemente, y el partido socialista, dirigido por Betino Craxi. Opuestos en todo, pero unidos en el cobro, podría ser el lema de aquellos partidos, en los que las comisiones, sobornos, estafas y compadreos con la mafia y organizaciones similares (logias masónicas, banca vaticana, etc) eran el pan nuestro de cada día. El nombre de la trama, tangentópolis, venía a querer decir que en todas partes había trazas de corrupción, que era general, que no conocía límites ideológicos ni morales. A medida que la investigación avanzaba las cabezas políticas empezaron a rodar y el escándalo no parecía tener fin. La democracia cristiana se derrumbó por completo y todos sus líderes desaparecieron del mapa, el partido socialista tuvo que ser refundado y su anterior dirigente, Craxi, huyó a Túnez para escapar de la justicia italiana, y creo recordar que falleció allí. La indignación popular fue máxima ante lo que se iba conociendo y las masas, enfurecidas y en la búsqueda de una figura ajena a lps partidos que les habían traicionado, acabaron votando en masa a un tal Silvio Berlusconi, empresario hecho a sí mismo, uno de los hombres más ricos de Italia, poseedor de un imperio mediático con tentáculos diseminados por todas partes y dotado de una inmensa ambición y un carisma tan atrayente como bronceada era su piel. ¿Tanta regeneración y bronca para eso? se preguntarán. Sí, sí, la limpieza en Italia trajo como resultado un personaje aún si cabe más repulsivo que los que fueron eliminados, y de un mundo de gobiernos inestables y débiles se pasó a un reino de mayorías absolutas en las que el bufón Silvio hacía y deshacía a su antojo, y así más o menos hasta hoy. ¿Ha desaparecido la corrupción en Italia? No, en eso seguro que estamos de acuerdo. ¿Supuso el reinado de Silvio un paso en pos de la transparencia y la limpieza? Tampoco, si exceptuamos el lavado de las partes bajas del sujeto, que de tanto usarlas deben estar impolutas.

La lección italiana es, para mi, que resulta muy fácil definir qué es lo que se rechaza en un sistema político (Corrupción, mentira, engaño, opacidad, etc) pero que es muy difícil lograr que un cambio elimine esos comportamientos si no se lleva a cabo con inteligencia, serenidad y amplitud de miras. Hoy en día en España no hay nada de eso, el país está sumido en la depresión económica y social, y clama en contra de la corrupción sin que nadie enarbole bandera regenerativa alguna. Cuando haya nuevas elecciones, probablemente dentro de dos años, no las habrá antes, el resultado será un parlamento ingobernable y muy al estilo italiano de los ochenta. Y entonces, ¿cómo arreglaremos todo esto? Demasiadas preguntas sin respuesta

lunes, julio 15, 2013

Bárcenas y sus mensajes


Dicen los críticos de cine, y no les falta razón, que es la calidad y el nivel del malo lo que determina, en gran parte, el valor de la película de que se trate. Malos cutres, risibles, que no son tomados en serio, maniqueos hasta el extremo, producen historias fáciles de olvidar y que no dejan huella. Malos inmensos, dotados de alma compleja, vengativos, fríos y que llenan la pantalla son los que no olvidamos nunca. El Padrino, Darth Vader, Joker… muchas películas son sus malos, no los héroes con los que nos debiéramos identificar que, casi inevitablemente, acaban siendo olvidados por el público, enamorado hasta las trancas de “el malo”.

En la historia de Bárcenas y el PP, que cada día se supera en espectacularidad y dramatismo (el episodio de los mensajes de ayer es delirante) está claro quién es el malo, pero no se ven los buenos por ningún lado. El señor Bárcena es una joya que para sí lo quisieran los guionistas de series americanas. Dotado de porte y aspecto señorial, impone respeto con su figura, pelo canoso engominado y abrigos mafiosos diseñados para ocultar cosas, sean de valor o no. A su lado el resto de malos que hemos tenido en la reciente historia española son patéticos. Roldán, Amedo, De la Rosa… eran personajes débiles, ruines, casposos, incapaces de generar morbo entre la audiencia, caracterizados por su afán vengativo pero con unas piernas muy flojas y un afán desmedido por llevárselo crudo y salir indemnes, lo que era propicio para hacerles firmar pactos de silencio, reclusión y ostracismo. El único malo que tuvo enjundia en el pasado fue Mario Conde, que tenía pose, planta y cariño popular. Visto en perspectiva era el Joker de las películas, solo que mucho más guapo, con los potingues en el pelo y no en la cara, y con una corte de adoradores y pelotas que daban la vuelta a la esquina y llegaba hasta las puertas de la misma mansión del murciélago enmascarado. Al igual que Bárcenas, Conde ya vio  en sus tiempos que el poder y el dinero son importantes, pero más lo es la información, y a medida que iniciaba el ascenso social y mediático se iba guardando pedazos de información, escritos, conversaciones y demás pruebas para que, en caso de caída o desastre, le sirvieran para realizar el oportuno chantaje a quien tocase con tal de salir indemne de la situación. Un malo retorcido, previsor, con visión de futuro. Eso es ser profesional. El error que cometió Conde, que es muy típico en este mundo de los malvados, es pasarse de listo, sobrevalorar sus fuerzas y creer que la invulnerabilidad lo protegía de todo. Llevar a la quiebra a Banesto puede que no fuese el acto más delictivo que cometiera esos años, pero tuvo la entidad suficiente como para concitar el ataque de todas las fuerzas que se conjuraron contra él. En directo vimos como su estrella caía y, en ese momento, su actuación como malo fue prodigiosa, llena de matices y registros, merecedora de varios Óscar. Su caída fue en sí misma un espectáculo prodigioso, digno de la mejor novela de mafiosos, y marcó un antes y un después que nadie, hasta que ha llegado Bárcenas, ha osado emular. Pero Luis es mucho Luis. No es un outsider, un llegado de fuera al mundo del poder, un arribista sin escrúpulos. No, Luis es un profesional de la política, un hombre que lleva décadas metido en el mundo del poder, de los partidos, en este caso el PP, y el contubernio con el dinero y las influencias. Y desde luego, carece del más mínimo escrúpulo a la hora de conseguir sus objetivos. A lo largo de los años se ha forrado desde su puesto de tesorero en Génova y, como Conde, supo que la información, el saber, el acumular datos y referencias sería lo que le podría hace invulnerable. Y eso es lo que pretende demostrar.

¿Lo conseguirá? ¿Será Bárcenas el malo perfecto, que da el golpe que deja al público anonadado en su butaca y le impide respirar? No lo se, pero en este caso Luis está demostrando ser más listo que todos los que le precedieron, quizás porque ha aprendido de sus errores. Soltando bombas de racimo a diario desde la prensa amiga (o enemiga) está destrozando el partido en el que sirvió años, y del que se sirvió millones, y tiene a tiro la cabeza del mismo, que ahora ocupa, no se sabe si por días u horas, la presidencia del gobierno. El público asiste extasiado ante semejante trama y en la academia de Hollywood y en la HBO se estudia ya conceder algún premio a ese Luis que ha revitalizado a la figura del malo al olimpo de los dioses de la pantalla, al imaginario inmortal de los grandes personajes.

viernes, julio 12, 2013

Los drones no descansan


De mientras en España seguimos ensimismados en nuestras miserias generalizadas, y en las inexplicables riquezas de unos pocos, fuera pasan cosas. Las guerras que estaban en marcha no se cogen vacaciones de verano y las revoluciones que empiezan siguen, camino hacia no se sabe dónde. Y la I+d+i, ese concepto despreciado por el gobernante y ciudadano español, que no duda pagar para obtener un gran fichaje en su club pero ve como un gran coste la financiación de un laboratorio, ofrece nuevos y espectaculares resultaos en múltiples campos, casi siempre fuera de nuestras fronteras. En el caso de los drones estas novedades alcanzan unas cotas que ya rozan la fantasía.

Recordemos que el término “drone” hace referencia a todo aquello que vuela y que no está pilotado, concepto que va mucho más allá del avión teledirigido. Juguetes pequeños o aparatos de grandes dimensiones, los drones cuentan con un ordenador que les confiere cierta autonomía a la hora de tomar decisiones, como por ejemplo permanecer estables en un punto en caso de soportar corrientes de aire. Hay en youtube varios vídeos en los que se ve como la cooperación de pequeños caudricópteros permite crear estructuras mediante la apilación de las cargas que van cogiendo y soltando sin parar. Esto pueden parecer juegos sin importancia, pero no lo son. Ayer mismo tuvimos la oportunidad de ver uno de esos hechos que te dejan asombrado y, en cierto modo, asustado, ya que por primera vez en la historia un drone aterrizó por sí mismo en un portaaviones. Es decir, no había un señor con un control remoto guiando al avión y aterrizándolo, no, sino que el drone despegó desde una base en tierra con la orden de localizar el portaaviones, que se encontraba en el mar, y aterrizar en él. El ordenador de a bordo del avión y los GPS del mismo y del portaaviones debían encontrarse y organizar el aterrizaje. Y el aparto logra su cometido con una precisión que deja asombrado a quién lo ve, sobre todo al pensar que nadie “humano” está controlando esa secuencia. Se supone que habría muchas personas monitorizándola y equipos preparados en caso de que el experimento fallase y el drone se estrellara contra la cubierta o cualquier otra instalación del barco, o se apsara de largo o quedase corto, y acabara dándosela contra el agua. Pero no. El avión, con un diseño moderno similar a un ala delta, y no al clásico avión de ala estrecha, llega al portaviones y aterriza perfectamente, sin bamboleo ni duda alguna. Bingo. El resultado del experimento es un éxito total. Si uno observa las características del drone se da cuenta de que no es ningún juguete de aeromodelismo pintado como un juguete de Rambo, sino un señor avión, un aparato con un peso de veinte toneladas capaz de cubrir distancias de cerca de 4.000 kilómetros y con un techo de vuelo de 12.000 metros, y que, por supuesto, carece de asiento y cabina para alojar tripulante alguno. Tras lo visto ayer los primeros que debieran asustarse son los pilotos del SEPLA, porque puede que esto sea el remedo definitivo contra las inevitables huelgas con las que un año sí y otro también esos profesionales tratan de amargarnos los veranos, puentes y demás fechas señaladas. Pero yendo más allá resulta evidente que en el mundo drone se está produciendo un avance gigantesco tanto en autonomía de decisión como en capacidad de operar en cualquier situación imaginable. A medida que estos aviones posean capacidades de cálculo y decisión más poderosas podrán tomar decisiones de manera más autónomas, y no es descartable que, empezando por el campo militar, el futuro de la aviación esté completamente dominado por drones autónomos, en los que el piloto, caro, quejica y sometido a estrés y posibilidad de error, haya sido sustituido por completo por procesadores y núcleos de memoria RAM. Puede llegar un momento en el que vuelen los nostálgicos, pero que deje de ser una profesión como tal.

Las implicaciones militares de todo esto empiezan ya a verse (y discutirse) con preocupación. Transformar la guerra en una versión muy refinada de un videojeugo en el que matar gente es similar a eliminar monstruos en la play hace que la guerra se convierta en algo demasiado trivial, lejano y tentador de cara a quienes deben decidir su puesta en marcha. Además, toda la tecnología que busca salvar la vida de los militares lo hace a costa de aumentar las bajas de los civiles, que son atacados a distancia por las máquinas, precisas, frías y certeras, que se controlan desde ordenadores y oficinas sitos a miles de kilómetros de donde se realizan las operaciones de ataque. La ciberguerra se puede convertir en videojuego mortífero, y no es siquiera necesario pensar en la rebelión de estas máquinas al estilo “Terminator” para imaginar escenarios preocupantes. Esto es el futuro, y ya está aquí.

jueves, julio 11, 2013

El día en que me enamoré de Concha García Campoy


Ayer, con sólo 54 años de vida, falleció la periodista Concha García Campoy, conocida por casi todo el mundo en España dad su larga y provechosa trayectoria profesional, tanto en televisión como en radio. Una leucemia, que al principio parecía estar controlada, pero que poco a poco se ha mostrado invencible, se la llevó del hospital valenciano de La Fe al reino de los muertos, en donde, si hay medios de comunicación, ya trabaja en ellos desde esta misma noche. Ayer todo eran elogios por parte de sus compañeros, habitualmente enfrentados, hacia su figura y trayectoria, tanto personal como profesional.

Tengo que contarles un secretillo que, si no me equivoco, nunca he revelado a nadie en otra parte, así que tendrán el honor de compartir la primicia de un pequeño y recóndito pedazo de mi, por otra parte nada sorprendente, vida. Y es que creo que la primera vez que sentí el amor, o la pasión, o un sentimiento similar, fue viendo un telediario de Concha García Campoy. Ella empezó a presentarlos en 1985, cuando yo tenía trece años y ya estaba enganchado a los informativos y el seguimiento de la actualidad. Mi mala memoria me ha hecho olvidar exactamente cuándo sucedió aquello pero mantengo el recuerdo de el dónde y cómo paso. Fue en Durango, en casa de mis abuelos maternos, una tarde de un día que recuerdo caluroso, puede que fuera al inicio del verano, en el que no se por qué razón habíamos ido allí. Estaban mis abuelos y mi madre hablando conmigo en el pequeño salón de su piso, mientras que yo con un ojo les hacía caso a ellos y con el otro seguía el telediario que se podía ver en una pequeña televisión sita en la esquina de aquella habitación, pequeña y modesta. En un momento dado la presentadora, Concha, llamó mi atención. Llevaba ya algunos minutos de emisión, pero fue entonces cuando me fijé en ella. Tenía puesto un vestido de cuero marrón como si fuera un peto, dejando los hombros al aire, en una figura de moda que luego descubriría que se llamaba escote palabra de honor. Y entonces me quedé embobado, absorto, incapaz de despegar la mirada del televisor, sintiendo algo que hasta entonces no había experimentado nunca…. Atracción. Aquello que estaba viendo y “sintiendo” era muy bonito, e inexplicable, y me generaba tanto gusto como sorpresa. Campoy terminó su entradilla y empezó el video de la noticia que tocaba a continuación, lo que me permitió desatender la pantalla y volver la vista hacia mis abuelos y madre, de cuya conversación me había evadido por completo. No recuerdo si me echaron en falta o no, pero no notaron nada raro cuando, terminado el video, Campoy volvía a hacerse dueña de la pantalla, y ahí estaba otra vez su vestido, sus hombros, sus ojos, su voz, su… Cada vez que la emisión daba noticias lamentaba mucho que la imagen de la presentadora, que me había cautivado, fuera sustituida por lo que entonces consideraba interrupciones, anuncios, cortes publicitarios, bloqueos, obscenas pausas carentes de sentido que impedían que ella, la protagonista, la que realmente llenaba la habitación y la iluminaba, pudiera seguir reinando. Como todo termina, también lo hizo la emisión de aquel día del telediario de tarde, y cuando sonó la sintonía de cierre y la imagen se fundió en negro me entró una congoja inmensa. Un “¿sólo esto?” que no dejaba de interrogarme en la cabeza, una sensación de abandono, de escasez, de sequedad tras apenas haber paladeado el frescor…. No recuerdo nada más de aquel día, pero sí sospecho que durante toda la tarde debía estar allí donde se suponía y escuchando y diciendo lo que debía, pero mi mente y alma eran para concha, su vestido, su escote, sus hombros y su mirada.

En ocasiones posteriores volvía a verla, en aquellos telediarios, y a oírla a lo largo de estos años en distintos programas, y evidentemente ya sólo me fijé en su aspecto profesional, enorme, en su capacidad de transmitir las noticias con serenidad, aplomo, con pasión pero sin histeria, con garra pero de una manera cercana, comprensible y nada sectaria. Y nunca pensé ni en sus hombros ni en los “palabra de honor” que llevaba puestos. Pero ayer, al enterarme de la noticia de su muerte, tras la pena inevitable y el homenaje sincero, lo primero que vino a mi mente fue la escena de un recóndito salón decorado con papel de flores oscuro y un vestido de cuero que dejaba al aire parte del cuerpo de la primera mujer por la que, así es la vida, sentí amor y pasión.

miércoles, julio 10, 2013

Elaborar estrategias pensando en lo imposible


La falta de reacción y el descrédito en el que se ha sumido el gobierno de Rajoy ante las revelaciones de Bárcenas, publicadas por el mundo, lo han situado contra las cuerdas, en una posición de Jaque, como relata hoy mismo el citado medio. Esto se debe tanto a la importancia de la información difundida como a la propia ausencia de respuesta por parte del gobierno, que o bien sigue una táctica suicida de negar la realidad o, aún peor, nunca sospechó que la situación llegaría hasta este punto. Simplemente descartó este escenario y no se preparó ante él, y ahora trata de elaborar una estrategia apresurada para limitar daños, en lo que no es sino la asunción de un grave error estratégico.

Y todo viene del mal uso que le damos a esa fatídica pregunta que comienza por ¿Y si…? Que nos martiriza por una u otra causa, en lo personal y en lo profesional, y que muchas veces es la principal de las fuentes de angustia y amargura que amenazan con superarnos. Cometemos dos graves errores con esa pregunta. Uno es el de planteárnosla ante hechos pasados, intentando reconstruir un mundo pretérito que sucedió, y que ya no podemos alterar. ¿Cuántas veces, ante desgracias o sucesos negativos, nos hemos torturado con los “y si” relacionados con los actos que nos condujeron a ese punto del tiempo? Si no hubiera salido de casa no me habría pillado la tormenta, si no le hubiera dicho eso no habría hecho aquello, y así hasta el infinito. Es una actitud humana, natural, pero que conduce a un callejón sin salida, porque lo hecho hecho está y ya no se puede remediar. Lo único que podemos (y debemos) sacar de esas reflexiones es un aprendizaje para no cometer errores pasados, para evitar que, en la medida de lo posible y dentro de nuestro ámbito de influencia, no la volvamos a fastidiar, por así decirlo. Los ”y si” hay que planteárselos hacia el futuro, que es un mundo aún por construir y en el que nuestras acciones condicionarán, más o menos, pero lo harán, el resultado final. Aquí el error que cometemos es el de restringir mucho los supuestos para los que nos planteamos esa hipótesis, confiados plenamente en nuestro éxito o suerte, y pensando que las cosas malas sólo les pasan a los demás. Esto es muy frecuente a la hora de, por ejemplo, conducir. Yo controlo y el resto del mundo va como un loco es un pensamiento que nos asalta recurrentemente, y que demuestra que se puede vivir en un mundo de locos. Así, beber antes de conducir no es problema “porque yo controlo y se hasta dónde puedo beber”. Luego pasa lo que pasa y nos conformamos con lamentar el destrozo de nuestro coche, fruto del accidente que no podía suceder. En general debemos adoptar un cierto criterio de prudencia y precaución, ser conscientes de que no controlamos todos los factores que condicionan el resultado de nuestras acciones, y actuar en consecuencia. Los anglosajones denominan con el concepto “worst case scenario” el suponer que lo peor que podamos imaginar pueda llegar a pasar y, ante eso, preguntarse cual sería nuestra respuesta. Por ejemplo, a la hora de comprarse un piso, calculamos los costes de la hipoteca, los muebles, las cuotas mensuales y demás facturas. Y nos ponemos en el peor escenario posible, que me despidan y mi fuente de ingresos se seque, por un periodo breve o por un tiempo indefinido. ¿De cuántos recursos dispondría y hasta cuánto tiempo podría emplearlos en esa situación? ¿en ese “worst case”? Eso me dará una primera respuesta de cual es el tamaño de la hipoteca que puedo pedir y afrontar y, a partir de ahí, se puede aumentar el volumen e gasto y , tachán tachán, el tamaño y condiciones de la vivienda. Y con todas las hipótesis planteadas sobre la mesa, uno decide, y tiene hechos los números para cada caso y disminuyen las sorpresas, que cuando son malas limitan mucho la capacidad de respuestas del individuo, aumentando notablemente las probabilidades de cometer errores o imprudencias.

Todo esto es fácil de decir pero difícil de hacer, y yo mismo trato de llevarlo a la práctica y no dejo de ser asaetado por “y sis” pasados sin solución y dilemas futuros sin resolver. En el caso de Rajoy y su equipo seguro que están todo el día preguntándose qué hubiera pasado si a Bárcenas le habrían despedido hace quince años, pero lo que es un garrafal error presente es no haber estudiado el escenario en el que el preso de Soto del Real tirase de la manta (cuántos habrán repetido en presencia de Rajoy “eso nunca sucederá”) y el no contemplar ese escenario lleva a la parálisis actual. Aprendamos del gobierno, de sus aciertos y, sobre todo, de sus garrafales errores, y tratemos de evitarlos en nuestro día a día. No acertaremos siempre, pero al menos reduciremos el número y dimensión de los problemas, que no es poco.

martes, julio 09, 2013

El Mundo a la caza de Rajoy


Hoy he pasado por el quiosco más cercano al trabajo y, hace un par de minutos, he comprado un ejemplar del periódico El Mundo, que normalmente no compro nunca dado que su director me cae mal. Sin embargo ese titular en letras grandotas acusando a Rajoy de haber cobrado sobresueldos en su época de ministro de Aznar y la foto de una hoja de cuaderno arrancada en la que presuntamente Bárcenas lo anotó todo merecen la pena el rodea del viaje diario, el desembolso económico del ejemplar y la bilis tragada sabiendo que daré algunos céntimos al ínclito Pedro Jota. Cuando alguien logra un exclusiva fenomenal hay que reconocérselo.

Más allá del hecho de que sea verdad o no lo que afirma El Mundo, es indudable que la sombra de la sospecha se cierne cada vez más sobre Rajoy y su gabinete, debilitado a medida que pasan los días, enredado en acusaciones de corrupción de mayo o menor calibre y que, sorpresa, parece no querer desmentir ni combatir, acudiendo al típico estilo de gestión de Mariano, consistente en dejar que los problemas se pudran y, una vez deshecho, que se esfumen con el viento. Esa táctica, hasta ahora, le ha dado buenos resultados, y la prueba fehaciente es que está sentado en un sillón en la Moncloa y no, por ejemplo, en la silla de mi abarrotado e insignificante puesto de trabajo. El tiempo y la incompetencia de los que han sido sus rivales han jugado a su favor, y con una visión de largo plazo Rajoy ha ido logrando alcanzar sus objetivos políticos, labrándose una carrera gris pero siempre en ascenso, en la que ha sido minusvalorado por sus adversarios y eso le ha dado la mayor de las ventajas. Sin embargo, una vez que uno alcanza un cargo como el de Presidente del Gobierno, esas tácticas cortoplacistas se muestran inútiles para poder gestionar los problemas reales del país, porque uno es el foco de atención de todo lo que suceda, para lo bueno, que no abunda, y para lo malo, que no falta. Y si eso es así en coyunturas normales, en situaciones de depresión económica y social como las que vive España en estos momentos el recurso al ninguneo y el no darse por enterado son aún peor estrategia. Además Rajoy debiera ser consciente de que esta vez su enemigo es un periódico que ya fue tachado de demagogo por un tal González, que calumnió a sus portadas y directivos con todos los adjetivos imaginables, pero que finalmente vio cómo su cabeza política era pescada y envuelta en papeles de ese periódico. Por ello Rajoy debiera meditar muy bien qué es lo que va a hacer en las próximas horas y días. La bomba Bárcenas se ha descontrolado para el PP, entre otras cuestiones por haberla dejado pudrirse en la confianza de que nada saldría a la luz, y el gobierno ha perdido por completo la iniciativa de la partida. Ahora mismo Pedro Jota y Bárcenas juegan con blancas y atacan, y Rajoy parece estar acorralado con sus negras en una esquina del tablero, sin decir anda, como siempre, y estando a punto de perder la dama y múltiples peones. Pero la partida será larga. El hecho de que hayamos dado por acabado a Rajoy en tantas ocasiones y siga ahí es una muestra de que sabe jugar largo, y de que tiene experiencia a la hora de aguantar chaparrones  y contratiempos. Sin embargo esta vez la cosa va mucho más en serio. Tarde o temprano estas acusaciones no sólo se van a dirimir en el sucio campo de juego político nacional, sino en los mercados. La prima de riesgo empezará cotizar en un momento dado la posible inestabilidad de un gobierno que pierde fuelle y poder a manos llenas, y el deterioro político se puede traducir en, aún más, destrozo económico. Súmenle a ello un verano financiero que no pinta nada apacible y verán que el panorama es muy delicado para Rajoy, su gobierno y, por extensión, toda España.

¿Qué debiera hacer Rajoy? Mi consejo sería que actúe como nunca lo ha hecho antes, con liderazgo y a cara descubierta. Debiera organizar una rueda de prensa abierta en al que expusiera un comunicado explicando todo lo que haya que explicar y, después, someterse a muchas, muchísimas preguntas, hasta agotar a los periodistas, y entregar en bandeja la cabeza de varias figuras de la antigua guardia del PP que, casi con total seguridad, acabarán desfilando ante el juez Pablo Ruz. Que aprenda de Feijó, que cuando salió el asunto del narco y las fotos, tema muy menor como se ha visto pasado el tiempo, no se escondió y salió a la palestra a defenderse a él y a la institución que encarna. Esconderse, que será el consejo que reciba de su entorno, es lo peor que puede hacer Rajoy

lunes, julio 08, 2013

Bárcenas y la manta


Dicen algunos mal pensados que han mandado a la cárcel a Luís Bárcenas en pleno verano para que, al no tener que usar manta en su cama, no tire de ella, y disponga sólo de una liviana e inofensiva sábana. Lo cierto es que el dicho de la manta se puede usar en varios sentidos, de ahí que también se dijera que, en sus tiempos, cuando encerraron a Luis Roldán en una cárcel abulense, el propósito era que pasase tanto frío que no tuviera opción para deshacerse de la versión castiza del moderno edredón nórdico. En aquel caso Roldán acabó hablando, aunque para entonces ya estaba todo bastante claro. Parece que, en lo que nos ocupa ahora, Bárcenas empieza a largar.

El que se ha apuntado un tanto esta vez ha sido Pedro Jota, el director de El mundo, que ayer publicaba su encíclica habitual y un suplemento verano con cuatro horas de conversación con el personaje, realizadas antes de que ingresara en prisión. En El País deben estar que trinan, porque tras haber publicado los papeles famosos que dieron lugar a toda esta historia El Mundo les ha adelantado (por la derecha o por la izquierda, escojan ustedes) y vuelve a hacerse con el control informativo del caso. ¿Qué cuenta Bárcenas? Como no me he leído el artículo poco puede reseñarles, pero por las fuentes y comentarios que se ven por ahí parece que va admitiendo que existía una red de financiación ilegal que afectaba a la dirigencia del PP y que ha funcionado durante muchos años, independientemente de quiénes eran las cabezas visibles del partido. Sueldos, comisiones, sobres, amaños varios… al parecer, y como pasó con el caso Snowden referido a las escuchas y el espionaje, Bárcenas puede poner negro sobre blanco lo que todos hemos sospechado a lo largo de tantos años, y que los distintos casos de corrupción que se han ido descubriendo dejaban muy claro, y no es otro asunto que el de la financiación ilegal de los partidos políticos, en este caso el PP, pero hemos visto asuntos similares en otras formaciones. El caso Filesa en el pasado del PSOE o los ERE andaluces en su presente, el caso del Palau de la Música y Millet en CiU, y ahora la bomba Bárcenas en el PP. Todos son tramas destinadas a desviar fondos, de origen público o privado, a hacerlas desaparecer del fisco y emerger en la contabilidad del partido de turno, que es incapaz de afrontar sus gastos generales y de campaña con los ingresos legales que declara año tras año. Por eso, cuando los dirigentes políticos del partido afectado, en este caso el PP, salen a la palestra y se rasgan las vestiduras en nombre de su honorabilidad la audiencia está tentada en darles un óscar por su interpretación, y desde luego no creerse nada de lo que hayan afirmado con tanta vehemencia y arrojo. Y eso cuando salen a hablar, porque si practican una política informativa oscurantista y cobardica como la que se ha empeñado en llevar a cabo el PP la sospecha se convierte en constancia. No se si lo que afirma Bárcenas es cierto o no, deberá determinarlo un juez, y ante un juez deberá repetir sus acusaciones y presentar las pruebas de las mismas, pero su relato, guste o no, es coherente, da sentido y puede ser el origen de los fondos que acumulaba en Suiza porque, como gestor mayor de la trama corrupta de financiación, es de suponer que se llevaba las comisiones más jugosas. Y de mientras Bárcenas habla y va soltando sus perlas por goteo, la credibilidad de PP se desangra ante el respetable como un toro en plena faena, que ha recibido el impacto de varias banderillas y al que el sujeto de la barbilla prominente no deja de dar estocazos. Y ya saben cómo suelen acabar las corridas, de toros, con la muerte del animal y la salida del torero, a veces entre palmas, otras entre grandes abucheos, pero viendo en todo caso desfilar al animal muerto camino del desolladero

¿Qué debe o puede hacer el PP? Su campo de juego se estrecha día a día, en gran parte por su propia ineptitud a la hora de gestionar este asunto. El estilo Rajoy, acrecentado por los nefastos consejos de Arriola, el eterno asesor de comunicación que basa su estrategia en no comunicar, ha conducido a la indefensión vergonzosa de un presidente que no es capaz de decir la palabra “Bárcenas” en público, sea por vergüenza, cobardía o culpabilidad. Haga lo que haga el daño está hecho, y es enorme. Lo lógico sería que saliera a la palestra, hiciera una rueda de prensa de verdad y, como colofón, ofreciera las cabezas de media dirigencia histórica del partido como castigo preventivo ante lo que pueda pasar en los juzgados de aquí a unos meses. ¿Lo hará? Por supuesto que no, pero será peor para él, su gobierno, y el conjunto del país.

viernes, julio 05, 2013

¿Es legítimo el golpe de estado en Egipto?


Solo el hecho de plantearse una pregunta como la que titula hoy el artículo es ya motivo de preocupación. Nuestros principios, firmes e inmutables al paso del tiempo, son zarandeados día tras día en este complejo mundo en el que vivimos y se demuestran mucho menos útiles e invulnerables de lo que nunca hubiéramos supuestos. Signo de debilidad, seguramente, de incertidumbre en todo caso. En un caso como el de Egipto, ese golpe que los gobiernos occidentales se resisten a llamar así, ¿es la mejor solución? ¿había otra? ¿No supone eliminar el caos de los hermanos musulmanes por otro régimen ilegítimo?

Pocos años después del 11S el politólogo canadiense Michael Ignatieff publicó un libro titulado El Mal Menor, que causó una gran polémica en su momento, pero no tanto por lo que en él se afirmaba, sino por las preguntas que se atrevía a lanzar en la plaza pública, descubiertas, sin hipocresías ni moralinas baratas. Planteaba Ignatieff el dilema que surge cuando un acto de tortura ejecutado sobre un individuo puede hacer que éste revele información que impida que un gran atentado se produzca y, por lo tanto, evite muertes en grandes cantidades. Con el recuerdo de las Torres Gemelas de Nueva York desmoronándose se preguntaba el autor qué hubiera hecho usted en el caso de que días antes hubiera tenido en cerrado a un sospechoso por terrorismo que, a posteriori, se hubiera comprobado que había participado en la matanza de las torres. El juego de conocer el futuro para cambiar el pasado no tiene sentido y es un argumento viciado, de acuerdo, pero tras el 11S la posibilidad de que algo “así” sucediera dejó de formar parte de los guiones de las películas para convertirse en miedo real. Desde entonces un potencial terrorista tiene en sus manos la capacidad de despertar ese fantasma de las torres, o de los trenes reventados, o de los maratones violentados… ¿qué hacer? Como dice el libro en su contraportada, ¿Debemos combatir el terrorismo con terror? ¿Responder a los asesinatos con más asesinatos? ¿Y a la tortura con tortura? Tremendas preguntas que, a buen seguro, ponen en el brete a más de uno. A mi desde luego. La película “La noche más escura” de este año 2013, en al que se detalla el proceso de búsqueda y captura de Bin Laden, plantea este mismo problema al espectador, le muestra secuencias de torturas detenidos que, aunque sean filmadas, uno intuye que responden a realidades que se han dado y se dan todos los días en campamentos de detención sitos en territorio afgano o en Guantánamo. En esos casos los torturantes actúan por órdenes de un gobierno, el de EEUU, que pone todo su empeño en la captura del asesino y le da igual los costes económicos y morales que ello suponga. Si lo que se debe hacer es ilegal en territorio norteamericano, se hará en tierra extranjera, pero se hará. La película, magnifica por otra parte, no es nada maniquea, y muestra personajes de uno y otro lado que muestran lo complejas que son las decisiones prácticas, los riesgos que supone asumirlas y los costes en vidas y principios que conllevan. El mismo gobierno norteamericano ha esgrimido este argumento del mal menor al destaparse el escándalo del espionaje que ha revelado el desaparecido Snowden, alegando que las escuchas y otros métodos de violación de la intimidad son necesarias para mantener la seguridad, aduciendo más o menos que la intimidad total nos llevará a la muerte a manos de un terrorista y será ese el momento en el que la perdamos del todo. Todos sospechamos que se nos espía y que el conocimiento de todas nuestras comunicaciones y conversaciones sería intolerable, pero ¿hasta qué punto es comprensible que el gobierno nos vea? ¿Cuál es el control que garantiza que el ratio de seguridad vs intimidad se sitúa en un nivel razonable? ¿Dónde está la frontera entre el control y el abuso? Muchas preguntas a las que, lo siento, no soy capaz de dar una respuesta.

El caso de Egipto es, aunque mucho más burdo, similar. El gobierno islamista de Mursi ha logrado levantar a gran parte de la población en contra de su sectaria visión de la religión y su incompetencia a la hora de abordar la crisis económica y política del país, pero un alzamiento militar no deja de ser un golpe que rompe la legitimidad de un gobierno que, recordemos, fue elegido en elecciones libres. Ahora la situación parece estar en manos de los militares, aunque para hoy, Viernes de oración, los hermanos musulmanes amenazan con manifestaciones y protestas, pero ¿hasta cuándo será necesaria la tutela del ejército en Egipto? ¿Ha sido el golpe el mal menor necesario que el país necesitaba? Si hay respuesta a esa pregunta, tardaremos bastante tiempo en obtenerla, me temo.

jueves, julio 04, 2013

Egipto: Revolución 2.0


Ya les advierto de que mi artículo de hoy tiene muchas más dudas que certezas, sombras que luces, cuestiones que respuestas. Empezando por el título, que normalmente lo escojo deprisa y corriendo y esta vez me ha costado un rato decidirme. He optado por ese “2.0” para tratar de recoger dos aspectos relevantes de lo que está sucediendo en Egipto, como son la influencia de las nuevas tecnologías y las llamadas redes sociales, utilizadas por ambas partes como medio de comunicación y propaganda, y el hecho insólito de que asistamos a una segunda revolución en El Cairo en el espacio de un par de años, cosa que, creo, tiene pocos precedentes.

Y el resto son dudas. Enormes dudas, porque el mero hecho de ver cómo multitudes enfervorecidas lanzan fuegos artificiales porque el ejército ha dado un golpe de estado resulta, cuando menos, sorprendente. Haciendo un chiste malo uno veía las imágenes de Tahrir de ayer y estaba tentado en pensar que se trataba de una versión ampliada de la plaza del Ayuntamiento de Pamplona en pleno chupinazo, llena de algarabía, sudor y ruido. Pero no, no es ninguna fiesta popular, sino la celebración de la caída de un presidente elegido hace poco más de un año, en las primeras elecciones presidenciales que se celebraban en ese país en la historia. El año de gestión de Mursi, el que fue elegido como presidente, ha sido convulso, lleno de enfrentamientos entre su gobierno y parte de la sociedad egipcia, que evidenciaban la tensión que existe siempre en los países musulmanes entre la interpretación religiosa de la vida y la política a través del islam y la visión laica de corte occidental. Mursi, que como candidato de los hermanos musulmanes nunca escondió sus preferencias islamistas, llegó al poder con un discurso de corte blando, aperturista, y por escaso margen ganó las elecciones. Su gestión, sin embargo, se ha ido volviendo más sectaria a medida que ha pasado el tiempo, ha tratado de copar todas las estructuras de poder del país y poner en ellas a representantes de su movimiento político y religioso, y poco a poco se ha ido ganando la animadversión de capas cada vez más extensas de la población. Súmenle a ello una economía nacional colapsada, en la que el turismo, principal fuente de divisas y empleo, hace tiempo que dejó de existir como tal, y en al que los precios de los alimentos y demás productos de primera necesidad no deja de subir, y tendrán un cóctel que tarde o temprano tiende a estallar, y así lo venían advirtiendo algunos expertos sobre el terreno. Sin embargo, la velocidad de los acontecimientos de esta semana, en la que empezaron el día 30 las movilizaciones más grandes y que en apenas cuatro días han desembocado en la irrupción de los militares en el poder y la caída del gobierno islamista ha dejado sorprendidos a muchos, analistas y no, y desde luego a mi, que no me esperaba algo así ni por asomo. Debo confesarles que he hecho un poco el ridículo en este asunto ya que hace unas semanas estuve hablando con una amiga que trabaja en mi edificio y que el 1 de septiembre toma posesión en la oficina comercial de la embajada española en El Cairo. Ella me informó de que se estaban organizando manifestaciones para el día 30 con el objetivo de derribar el gobierno, y estaba lógicamente preocupada por lo que pudiera pasar. Por una vez yo, que soy dado al tremendismo, opte por una visión fría y contenida de la realidad, y le di mi opinión suponiendo que, aunque hubiera manifestantes y enfrentamientos, las cosas no se desmadrarían y el gobierno de Mursi seguiría en pie, con una legitimidad mayor o menor, pero se mantendría. Cuatro días de revuelta, y dos de ultimátum militar han bastado para que ese pronóstico quedase convertido en papel mojado, empapado. Así que ya ven, si no he sido capaz de acertar sobre si la revuelta tendría éxito o no en su propósito derrocador menos podré atinar sobre qué es lo que va a suceder en Egipto a partir de ahora. Hay tantos escenarios e incertidumbres que no me atrevo ni a estimarlos.

Lo que sí me preocupa es que veamos a un golpe militar como una solución a un problema, cuando no deja de ser otro problema añadido. Entre un gobierno islamista y uno militar, mi opción es coger un avión y escaparme de ambos regímenes. Experimentos pasados de intervenciones militares para acabar con gobiernos islamistas extremos han acabado como en Argelia, perpetuando un gobierno autoritario y, disimuladamente, marcial. ¿Puede acabar pasando aquí lo mismo? ¿Hay riesgo de enfrentamiento civil entre laicos e islamistas? No lo se, espero que Egipto enderece su rumbo y sea el gran país que merece ser, pero actualmente su destino se escribe en jeroglíficos para los que, desafortunadamente, carezco de piedra roseta que me permita descifrarlos.

miércoles, julio 03, 2013

Cuando un cohete se estrella


Día a día damos por sentado que procesos muy complejos y peligrosos, que se desarrollan de manera controlada delante de nuestros ojos, no son sino simples rutinas carentes de ningún riesgo y que, por tanto, se convierten en aspectos triviales de la vida a los que no se les debe prestar demasiada atención. Autopistas llenas de vehículos que las surcan a más de 100 kilómetros, playas de vías en las que decenas de trenes se cruzan cada poco tiempo, millones de comunicaciones telemáticas que se cruzan en torres de conmutadores llenas de lucecitas, todas esas cosas son muy complejas, a veces es un milagro que funcionen tan bien y, en ocasiones, fallan.

El desastre del lanzamiento del cohete Protón ruso de ayer es un buen ejemplo de todo esto. Se ha convertido en una rutina el ver lanzamientos, en ponerse delante de la pantalla del ordenador, no de la tele, que está siempre llena de tonterías, seguir una cuenta atrás más o menos audible y ver cómo, tras una ignición inmensa y entre enormes bolas de humo, la figura estilizada de un cohete se eleva recta, serena e imponente, dejando atrás la estepa, la selva, el océano, adentrándose en un cielo azul que, poco a poco, se torna negro a medida que el cohete asciende. Esta secuencia es distinta en función del modelo que sea lanzado, tendrá propulsores auxiliares o no, realizará una maniobra de cabeceo para la inserción orbital más o menos acentuada y los comentaristas hablarán en inglés (completamente incomprensible) o en otro idioma que tampoco se entiende, pero en todos los casos la fuerza, la potencia, la sensación de poder que se asocia a un lanzamiento será la misma, tendrá la infinita capacidad de embriagar que posee todo disparo, y llenará de emoción a quien lo vea desde la oscuridad de su casa, o en medio del traqueteo del metro camino al trabajo.. donde sea. Y no nos solemos parar a pensar que lanzar un cohete es una de las cosas más peligrosas y, hasta cierto punto, suicidas, que existen. No nos damos cuenta de que, de todo ese enorme tubo que observamos que es lo que llamamos cohete, apenas la punta más pequeña de su cúspide es el alojamiento de la carga útil, satélites habitualmente, mientras que el resto, todo lo demás, es un enorme depósito de combustible al que se le prende fuego para que el conjunto logre elevarse del suelo. No es una exageración decir que un cohete es, en el fondo, una bomba que se detona de manera controlada, y que cuando un astronauta se sube a la punta del cohete en el fono se está sentando sobre un enorme tanque de combustible al que le va a prender fuego para que salga disparado. Puede sonar exagerado, pero es así. Los cohetes queman enormes cantidades de combustible por segundo, toneladas en algunos casos, para lograr la velocidad de escape que les permita situarse en la órbita terrestre, y es evidente que todo el proceso de despegue es una maniobra arriesgada, muy arriesgada, en la que el más mínimo fallo puede dar al traste con toda la misión, y como combustible no falta, todo se acabe traduciendo en una enorme explosión que convierta cohete, carga y tripulación, si la hubiese, en fragmentos chamuscados que se esparcen infinitamente sobre la zona del lanzamiento. Llevamos mucho tiempo viendo lanzamientos exitosos, en los que afortunadamente todo sale bien, las toberas y bombas de los motores funcionan, las juntas de dilatación de los sectores que forman la torre son estancas y las miles, miles y miles de piezas diseñadas con esmero para hacer su trabajo no fallan, y todo se desarrolla con precisión milimétrica. Y pese a ello los controladores de la misión, y muchos de los que seguimos lanzamientos con asiduidad, cruzamos los dedos en el momento de la ignición y nos mantenemos expectantes hasta que todo haya salido como debe, hasta que la altura del disparo sea la necesaria como para asegurarse de que la misión va por buen camino y, en ese momento, se suelta el típico suspiro que indica que todo ha salido como debía.

Ayer en Baikonur las cosas no transcurrieron de la manera que se preveía. En uno de los vídeos de la web enlazada, maravillosa página, tomado por unos videoaficionados, se observa como al poco de despegar el cohete no es capaz de mantener una trayectoria vertical estable y, poco a poco, empieza a bambolearse, como si estuviera apoyado en un tallo muy fino que no es capaz de soportarle. Con los motores a máxima potencia llega un punto en el que no es capaz de estabilizar trayectoria alguna y el bamboleo se convierte en una parábola que, inexorablemente, lo devuelve camino a la tierra y al estrellato. El sonido de los motores a plena potencia y el de la posterior explosión es aterrador. Afortunadamente no hay heridos de ningún tipo, pero la carga, tres satélites para el Glonass, el GPS ruso, y todo el cohete se desintegraron sobre la árida estepa kazaja.

martes, julio 02, 2013

Limpieza en el Banco Vaticano


La actualidad se llena de tramas complejas, en las que el espionaje, las medias verdades y lo que se oculta entre las sombras es, aparentemente, mucho más importante de lo que se muestra al público ¿Qué pretende Griñán al dimitir en diferido, como diría Cospedal? ¿Qué busca Rajoy haciendo como que no sabe quién es Bárcenas? ¿Cómo acabará lo de Snowden, y en qué país recalará? A todos estos misterios se le ha sumado, en los últimos días, nuevos protagonistas de otra trama en al que los señores visten de púrpura y portan purpurados billetes de 500 euros debajo de lo que debieran ser inmaculadas sotanas.

Sí, porque el asunto de la banca vaticana vuelve con fuerza a las portadas, tras varios meses desaparecido de la primera línea de la actualidad. A principios de la semana pasada fue detenido un prelado entre acusaciones de fraude y corrupción, ocupando el encarcelado sacerdote un importante puesto en el organigrama financiero vaticano, en el que el IOR, siglas del Instituto para las Obras de la Religión, más conocido como banco vaticano, se encuentra en la cúspide, aunque quizás fuera más exacto situarlo en las profundidades. Tras esta detención volvieron a surgir rumores y comentarios sobre las sospechosas finanzas vaticanas, donde se supone que todo es corrupto, incluso más que lo que ya suele ser habitual en las finanzas laicas. Como para reforzar esta sensación de desmadre contable, ayer dimitieron dos altos cargos del IOR, el banco, el director y subdirector, quizás por solidaridad con el arrestado prelado o intuyendo que van a hacerle compañía en algo más que simples ejercicios espirituales. Parece que no hay manera de meter en vereda al IOR y que, cada cierto tiempo, el escándalo surge por todas partes, ruedan algunas cabezas y todo se queda más o menos igual. ¿Qué diablos pasa allí? Es una frase hecha que adquiere mucho sentido al hablar de las finanzas de la Santa Sede, que tradicionalmente han sido algo más que opacas, y que todos los intentos de ponerlas a la luz de la ley han acabado en fracasos, ceses y renuncias más o menos forzosas. ¿Será esta vez el intento algo más? Está por ver. De momento hay que esperar hasta que se sepa qué fuerza tiene el Papa Francisco para poner en vereda este asunto, uno de los más importantes y serios, a mi modo de ver el que más, que tiene entre manos, y que si se descontrola puede hundir a todo el Vaticano en la corrupción, la vergüenza y la deshonra. Algo debió intuir el amigo Ratzinger, que en sus tiempos de Benedicto XVI tomó dos decisiones muy importantes y que ahora pueden ser vistas como revolucionarias. Una fue la de cesar al responsable del IOR, Gotti-Tedeschi, que el mismo nombró para tratar de limpiar la institución, quizás en un acto de asunción de fracaso, y el nombramiento de un nuevo dirigente casi en el tiempo de descuento de su pontificado. Sin embargo la decisión más trascendente de todas la tomo años antes, cuando permitió que el IOR se sometiera a la legislación bancaria europea y estuviera obligado a pasar los controles a los que, día sí y día también, se someten los bancos del resto del continente. Además en todo momento vio con buenos ojos que la policía y justicia italiana pudieran actuar contra los miembros del IOR que, presuntamente, hubieran cometido delitos, tanto en el Vaticano como fuera de él y, en todo caso, relacionados con actividades financieras que, por definición, carecen de patria física. Esa decisión trascendental es la que ha permitido que la policía italiana detuviera la semana pasada al prelado que mencionaba al principio de esta historia, y quizás sea ese miedo a los tribunales y cárceles romanas el que haga que las dimisiones vistas ayer no sean, ni mucho menos, las primeras.

Sin embargo, esos pasos no son suficientes, y el Papa Francisco no va a tenerlo nada fácil para domesticar a la fiera que se aloja entre la contabilidad vaticana. Los intereses de poder que allí anidan son inmensos, y afectan no sólo a financieros contratados como gestores temporales, no, sino a poderosas figuras dentro de la estructura vaticana, cardenales incluidos. ¿Intuyó Benedicto XVI lo que había escondido en esa trama y se vio incapaz de dominarlo? ¿Tuvo miedo? ¿Sintió impotencia y no se vio capaz y, por ello, dimitió? Quizás no lo sepamos nunca, pero el reto que cedió a su sucesor es inmenso, tanto por la complejidad como por las consecuencias de un nuevo fracaso. En el OR se encuentra el destino de Francisco y, en gran medida, el de toda la iglesia católica.