Solo el hecho de plantearse una
pregunta como la que titula hoy el artículo es ya motivo de preocupación.
Nuestros principios, firmes e inmutables al paso del tiempo, son zarandeados
día tras día en este complejo mundo en el que vivimos y se demuestran mucho menos
útiles e invulnerables de lo que nunca hubiéramos supuestos. Signo de
debilidad, seguramente, de incertidumbre en todo caso. En un caso como el de
Egipto, ese golpe que los gobiernos occidentales se resisten a llamar así, ¿es
la mejor solución? ¿había otra? ¿No supone eliminar el caos de los hermanos
musulmanes por otro régimen ilegítimo?
Pocos años después
del 11S el politólogo canadiense Michael Ignatieff publicó un libro titulado El
Mal Menor, que causó una gran polémica en su momento, pero no tanto por lo
que en él se afirmaba, sino por las preguntas que se atrevía a lanzar en la
plaza pública, descubiertas, sin hipocresías ni moralinas baratas. Planteaba
Ignatieff el dilema que surge cuando un acto de tortura ejecutado sobre un
individuo puede hacer que éste revele información que impida que un gran
atentado se produzca y, por lo tanto, evite muertes en grandes cantidades. Con
el recuerdo de las Torres Gemelas de Nueva York desmoronándose se preguntaba el
autor qué hubiera hecho usted en el caso de que días antes hubiera tenido en
cerrado a un sospechoso por terrorismo que, a posteriori, se hubiera comprobado
que había participado en la matanza de las torres. El juego de conocer el
futuro para cambiar el pasado no tiene sentido y es un argumento viciado, de
acuerdo, pero tras el 11S la posibilidad de que algo “así” sucediera dejó de
formar parte de los guiones de las películas para convertirse en miedo real.
Desde entonces un potencial terrorista tiene en sus manos la capacidad de
despertar ese fantasma de las torres, o de los trenes reventados, o de los
maratones violentados… ¿qué hacer? Como dice el libro en su contraportada, ¿Debemos
combatir el terrorismo con terror? ¿Responder a los asesinatos con más
asesinatos? ¿Y a la tortura con tortura? Tremendas preguntas que, a buen
seguro, ponen en el brete a más de uno. A mi desde luego. La película “La noche
más escura” de este año 2013, en al que se detalla el proceso de búsqueda y
captura de Bin Laden, plantea este mismo problema al espectador, le muestra
secuencias de torturas detenidos que, aunque sean filmadas, uno intuye que responden
a realidades que se han dado y se dan todos los días en campamentos de detención
sitos en territorio afgano o en Guantánamo. En esos casos los torturantes actúan
por órdenes de un gobierno, el de EEUU, que pone todo su empeño en la captura
del asesino y le da igual los costes económicos y morales que ello suponga. Si
lo que se debe hacer es ilegal en territorio norteamericano, se hará en tierra
extranjera, pero se hará. La película, magnifica por otra parte, no es nada
maniquea, y muestra personajes de uno y otro lado que muestran lo complejas que
son las decisiones prácticas, los riesgos que supone asumirlas y los costes en
vidas y principios que conllevan. El mismo gobierno norteamericano ha esgrimido
este argumento del mal menor al destaparse el escándalo del espionaje que ha
revelado el desaparecido Snowden, alegando que las escuchas y otros métodos de
violación de la intimidad son necesarias para mantener la seguridad, aduciendo
más o menos que la intimidad total nos llevará a la muerte a manos de un
terrorista y será ese el momento en el que la perdamos del todo. Todos
sospechamos que se nos espía y que el conocimiento de todas nuestras
comunicaciones y conversaciones sería intolerable, pero ¿hasta qué punto es
comprensible que el gobierno nos vea? ¿Cuál es el control que garantiza que el
ratio de seguridad vs intimidad se sitúa en un nivel razonable? ¿Dónde está la
frontera entre el control y el abuso? Muchas preguntas a las que, lo siento, no
soy capaz de dar una respuesta.
El caso de Egipto es, aunque
mucho más burdo, similar. El gobierno islamista de Mursi ha logrado levantar a
gran parte de la población en contra de su sectaria visión de la religión y su incompetencia
a la hora de abordar la crisis económica y política del país, pero un
alzamiento militar no deja de ser un golpe que rompe la legitimidad de un
gobierno que, recordemos, fue elegido en elecciones libres. Ahora la situación
parece estar en manos de los militares, aunque para hoy, Viernes de oración,
los hermanos musulmanes amenazan con manifestaciones y protestas, pero ¿hasta
cuándo será necesaria la tutela del ejército en Egipto? ¿Ha sido el golpe el
mal menor necesario que el país necesitaba? Si hay respuesta a esa pregunta,
tardaremos bastante tiempo en obtenerla, me temo.
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