viernes, julio 05, 2013

¿Es legítimo el golpe de estado en Egipto?


Solo el hecho de plantearse una pregunta como la que titula hoy el artículo es ya motivo de preocupación. Nuestros principios, firmes e inmutables al paso del tiempo, son zarandeados día tras día en este complejo mundo en el que vivimos y se demuestran mucho menos útiles e invulnerables de lo que nunca hubiéramos supuestos. Signo de debilidad, seguramente, de incertidumbre en todo caso. En un caso como el de Egipto, ese golpe que los gobiernos occidentales se resisten a llamar así, ¿es la mejor solución? ¿había otra? ¿No supone eliminar el caos de los hermanos musulmanes por otro régimen ilegítimo?

Pocos años después del 11S el politólogo canadiense Michael Ignatieff publicó un libro titulado El Mal Menor, que causó una gran polémica en su momento, pero no tanto por lo que en él se afirmaba, sino por las preguntas que se atrevía a lanzar en la plaza pública, descubiertas, sin hipocresías ni moralinas baratas. Planteaba Ignatieff el dilema que surge cuando un acto de tortura ejecutado sobre un individuo puede hacer que éste revele información que impida que un gran atentado se produzca y, por lo tanto, evite muertes en grandes cantidades. Con el recuerdo de las Torres Gemelas de Nueva York desmoronándose se preguntaba el autor qué hubiera hecho usted en el caso de que días antes hubiera tenido en cerrado a un sospechoso por terrorismo que, a posteriori, se hubiera comprobado que había participado en la matanza de las torres. El juego de conocer el futuro para cambiar el pasado no tiene sentido y es un argumento viciado, de acuerdo, pero tras el 11S la posibilidad de que algo “así” sucediera dejó de formar parte de los guiones de las películas para convertirse en miedo real. Desde entonces un potencial terrorista tiene en sus manos la capacidad de despertar ese fantasma de las torres, o de los trenes reventados, o de los maratones violentados… ¿qué hacer? Como dice el libro en su contraportada, ¿Debemos combatir el terrorismo con terror? ¿Responder a los asesinatos con más asesinatos? ¿Y a la tortura con tortura? Tremendas preguntas que, a buen seguro, ponen en el brete a más de uno. A mi desde luego. La película “La noche más escura” de este año 2013, en al que se detalla el proceso de búsqueda y captura de Bin Laden, plantea este mismo problema al espectador, le muestra secuencias de torturas detenidos que, aunque sean filmadas, uno intuye que responden a realidades que se han dado y se dan todos los días en campamentos de detención sitos en territorio afgano o en Guantánamo. En esos casos los torturantes actúan por órdenes de un gobierno, el de EEUU, que pone todo su empeño en la captura del asesino y le da igual los costes económicos y morales que ello suponga. Si lo que se debe hacer es ilegal en territorio norteamericano, se hará en tierra extranjera, pero se hará. La película, magnifica por otra parte, no es nada maniquea, y muestra personajes de uno y otro lado que muestran lo complejas que son las decisiones prácticas, los riesgos que supone asumirlas y los costes en vidas y principios que conllevan. El mismo gobierno norteamericano ha esgrimido este argumento del mal menor al destaparse el escándalo del espionaje que ha revelado el desaparecido Snowden, alegando que las escuchas y otros métodos de violación de la intimidad son necesarias para mantener la seguridad, aduciendo más o menos que la intimidad total nos llevará a la muerte a manos de un terrorista y será ese el momento en el que la perdamos del todo. Todos sospechamos que se nos espía y que el conocimiento de todas nuestras comunicaciones y conversaciones sería intolerable, pero ¿hasta qué punto es comprensible que el gobierno nos vea? ¿Cuál es el control que garantiza que el ratio de seguridad vs intimidad se sitúa en un nivel razonable? ¿Dónde está la frontera entre el control y el abuso? Muchas preguntas a las que, lo siento, no soy capaz de dar una respuesta.

El caso de Egipto es, aunque mucho más burdo, similar. El gobierno islamista de Mursi ha logrado levantar a gran parte de la población en contra de su sectaria visión de la religión y su incompetencia a la hora de abordar la crisis económica y política del país, pero un alzamiento militar no deja de ser un golpe que rompe la legitimidad de un gobierno que, recordemos, fue elegido en elecciones libres. Ahora la situación parece estar en manos de los militares, aunque para hoy, Viernes de oración, los hermanos musulmanes amenazan con manifestaciones y protestas, pero ¿hasta cuándo será necesaria la tutela del ejército en Egipto? ¿Ha sido el golpe el mal menor necesario que el país necesitaba? Si hay respuesta a esa pregunta, tardaremos bastante tiempo en obtenerla, me temo.

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