jueves, julio 04, 2013

Egipto: Revolución 2.0


Ya les advierto de que mi artículo de hoy tiene muchas más dudas que certezas, sombras que luces, cuestiones que respuestas. Empezando por el título, que normalmente lo escojo deprisa y corriendo y esta vez me ha costado un rato decidirme. He optado por ese “2.0” para tratar de recoger dos aspectos relevantes de lo que está sucediendo en Egipto, como son la influencia de las nuevas tecnologías y las llamadas redes sociales, utilizadas por ambas partes como medio de comunicación y propaganda, y el hecho insólito de que asistamos a una segunda revolución en El Cairo en el espacio de un par de años, cosa que, creo, tiene pocos precedentes.

Y el resto son dudas. Enormes dudas, porque el mero hecho de ver cómo multitudes enfervorecidas lanzan fuegos artificiales porque el ejército ha dado un golpe de estado resulta, cuando menos, sorprendente. Haciendo un chiste malo uno veía las imágenes de Tahrir de ayer y estaba tentado en pensar que se trataba de una versión ampliada de la plaza del Ayuntamiento de Pamplona en pleno chupinazo, llena de algarabía, sudor y ruido. Pero no, no es ninguna fiesta popular, sino la celebración de la caída de un presidente elegido hace poco más de un año, en las primeras elecciones presidenciales que se celebraban en ese país en la historia. El año de gestión de Mursi, el que fue elegido como presidente, ha sido convulso, lleno de enfrentamientos entre su gobierno y parte de la sociedad egipcia, que evidenciaban la tensión que existe siempre en los países musulmanes entre la interpretación religiosa de la vida y la política a través del islam y la visión laica de corte occidental. Mursi, que como candidato de los hermanos musulmanes nunca escondió sus preferencias islamistas, llegó al poder con un discurso de corte blando, aperturista, y por escaso margen ganó las elecciones. Su gestión, sin embargo, se ha ido volviendo más sectaria a medida que ha pasado el tiempo, ha tratado de copar todas las estructuras de poder del país y poner en ellas a representantes de su movimiento político y religioso, y poco a poco se ha ido ganando la animadversión de capas cada vez más extensas de la población. Súmenle a ello una economía nacional colapsada, en la que el turismo, principal fuente de divisas y empleo, hace tiempo que dejó de existir como tal, y en al que los precios de los alimentos y demás productos de primera necesidad no deja de subir, y tendrán un cóctel que tarde o temprano tiende a estallar, y así lo venían advirtiendo algunos expertos sobre el terreno. Sin embargo, la velocidad de los acontecimientos de esta semana, en la que empezaron el día 30 las movilizaciones más grandes y que en apenas cuatro días han desembocado en la irrupción de los militares en el poder y la caída del gobierno islamista ha dejado sorprendidos a muchos, analistas y no, y desde luego a mi, que no me esperaba algo así ni por asomo. Debo confesarles que he hecho un poco el ridículo en este asunto ya que hace unas semanas estuve hablando con una amiga que trabaja en mi edificio y que el 1 de septiembre toma posesión en la oficina comercial de la embajada española en El Cairo. Ella me informó de que se estaban organizando manifestaciones para el día 30 con el objetivo de derribar el gobierno, y estaba lógicamente preocupada por lo que pudiera pasar. Por una vez yo, que soy dado al tremendismo, opte por una visión fría y contenida de la realidad, y le di mi opinión suponiendo que, aunque hubiera manifestantes y enfrentamientos, las cosas no se desmadrarían y el gobierno de Mursi seguiría en pie, con una legitimidad mayor o menor, pero se mantendría. Cuatro días de revuelta, y dos de ultimátum militar han bastado para que ese pronóstico quedase convertido en papel mojado, empapado. Así que ya ven, si no he sido capaz de acertar sobre si la revuelta tendría éxito o no en su propósito derrocador menos podré atinar sobre qué es lo que va a suceder en Egipto a partir de ahora. Hay tantos escenarios e incertidumbres que no me atrevo ni a estimarlos.

Lo que sí me preocupa es que veamos a un golpe militar como una solución a un problema, cuando no deja de ser otro problema añadido. Entre un gobierno islamista y uno militar, mi opción es coger un avión y escaparme de ambos regímenes. Experimentos pasados de intervenciones militares para acabar con gobiernos islamistas extremos han acabado como en Argelia, perpetuando un gobierno autoritario y, disimuladamente, marcial. ¿Puede acabar pasando aquí lo mismo? ¿Hay riesgo de enfrentamiento civil entre laicos e islamistas? No lo se, espero que Egipto enderece su rumbo y sea el gran país que merece ser, pero actualmente su destino se escribe en jeroglíficos para los que, desafortunadamente, carezco de piedra roseta que me permita descifrarlos.

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