Ya les advierto de que mi
artículo de hoy tiene muchas más dudas que certezas, sombras que luces,
cuestiones que respuestas. Empezando por el título, que normalmente lo escojo
deprisa y corriendo y esta vez me ha costado un rato decidirme. He optado por
ese “2.0” para tratar de recoger dos aspectos relevantes de lo que está
sucediendo en Egipto, como son la influencia de las nuevas tecnologías y las
llamadas redes sociales, utilizadas por ambas partes como medio de comunicación
y propaganda, y el hecho insólito de que asistamos a una segunda revolución en El
Cairo en el espacio de un par de años, cosa que, creo, tiene pocos precedentes.
Y el resto son dudas. Enormes
dudas, porque el mero hecho de ver cómo multitudes enfervorecidas lanzan fuegos
artificiales porque el ejército ha dado un golpe de estado resulta, cuando
menos, sorprendente. Haciendo un chiste malo uno veía las imágenes de
Tahrir de ayer y estaba tentado en pensar que se trataba de una versión
ampliada de la plaza del Ayuntamiento de Pamplona en pleno chupinazo, llena de
algarabía, sudor y ruido. Pero no, no es ninguna fiesta popular, sino la
celebración de la caída de un presidente elegido hace poco más de un año, en
las primeras elecciones presidenciales que se celebraban en ese país en la
historia. El año de gestión de Mursi, el que fue elegido como presidente, ha
sido convulso, lleno de enfrentamientos entre su gobierno y parte de la
sociedad egipcia, que evidenciaban la tensión que existe siempre en los países
musulmanes entre la interpretación religiosa de la vida y la política a través
del islam y la visión laica de corte occidental. Mursi, que como candidato de
los hermanos musulmanes nunca escondió sus preferencias islamistas, llegó al
poder con un discurso de corte blando, aperturista, y por escaso margen ganó
las elecciones. Su gestión, sin embargo, se ha ido volviendo más sectaria a
medida que ha pasado el tiempo, ha tratado de copar todas las estructuras de
poder del país y poner en ellas a representantes de su movimiento político y
religioso, y poco a poco se ha ido ganando la animadversión de capas cada vez
más extensas de la población. Súmenle a ello una economía nacional colapsada,
en la que el turismo, principal fuente de divisas y empleo, hace tiempo que
dejó de existir como tal, y en al que los precios de los alimentos y demás
productos de primera necesidad no deja de subir, y tendrán un cóctel que tarde
o temprano tiende a estallar, y así lo venían advirtiendo algunos expertos
sobre el terreno. Sin embargo, la velocidad de los acontecimientos de esta
semana, en la que empezaron el día 30 las movilizaciones más grandes y que en
apenas cuatro días han desembocado en la irrupción de los militares en el poder
y la caída del gobierno islamista ha dejado sorprendidos a muchos, analistas y
no, y desde luego a mi, que no me esperaba algo así ni por asomo. Debo
confesarles que he hecho un poco el ridículo en este asunto ya que hace unas semanas
estuve hablando con una amiga que trabaja en mi edificio y que el 1 de septiembre
toma posesión en la oficina comercial de la embajada española en El Cairo. Ella
me informó de que se estaban organizando manifestaciones para el día 30 con el
objetivo de derribar el gobierno, y estaba lógicamente preocupada por lo que
pudiera pasar. Por una vez yo, que soy dado al tremendismo, opte por una visión
fría y contenida de la realidad, y le di mi opinión suponiendo que, aunque hubiera
manifestantes y enfrentamientos, las cosas no se desmadrarían y el gobierno de
Mursi seguiría en pie, con una legitimidad mayor o menor, pero se mantendría.
Cuatro días de revuelta, y dos de ultimátum militar han bastado para que ese
pronóstico quedase convertido en papel mojado, empapado. Así que ya ven, si no
he sido capaz de acertar sobre si la revuelta tendría éxito o no en su propósito
derrocador menos podré atinar sobre qué es lo que va a suceder en Egipto a partir
de ahora. Hay tantos escenarios e incertidumbres que no me atrevo ni a estimarlos.
Lo que sí me preocupa es que
veamos a un golpe militar como una solución a un problema, cuando no deja de
ser otro problema añadido. Entre un gobierno islamista y uno militar, mi opción
es coger un avión y escaparme de ambos regímenes. Experimentos pasados de
intervenciones militares para acabar con gobiernos islamistas extremos han acabado
como en Argelia, perpetuando un gobierno autoritario y, disimuladamente,
marcial. ¿Puede acabar pasando aquí lo mismo? ¿Hay riesgo de enfrentamiento
civil entre laicos e islamistas? No lo se, espero que Egipto enderece su rumbo
y sea el gran país que merece ser, pero actualmente su destino se escribe en jeroglíficos
para los que, desafortunadamente, carezco de piedra roseta que me permita
descifrarlos.
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