Finalmente ayer, delante de su
grupo, reunidos en la antigua sede del Senado, Rubalcaba
lanzó el órdago de la moción de censura condicionada, por llamarla de
alguna manera, que será solicitada por el grupo socialista si Rajoy no responde
públicamente ante la cámara de las
acusaciones que Bárcenas suelta día sí y día también. El próximo miércoles,
día 24, hay diputación permanente del Congreso. Ese día es el límite del plazo
planteado por el PSOE para llevar a cabo su audaz golpe. Tal y como está
planteada, una comparecencia de Rajoy en sede parlamentaria desactivaría esa
estrategia. Está, por tanto, en manos del presidente, que no tenga lugar esa
sesión especial. Ojalá sea así.
Mi idea de fondo es que, tal y
como está planteada en nuestra constitución, la moción de censura no es útil
para lograr el propósito que busca, que es la rendición de cuentas. Para ambos
partidos esa sesión, de acabar produciéndose, puede ser dañina, y para los
líderes, si es que aún lo son, destructiva. La moción se plantea como la
presentación de un programa alternativo por parte de un líder de la oposición
que cuenta con opciones serias de lograr el apoyo de la cámara. Por lo tanto,
el hecho de que el PP disfrute de una holgada mayoría absoluta ya desmonta
parte de esta teoría, porque esa moción no prosperará jamás. Además requiere un
programa y un líder que la defienda, y en el PSOE ahora mismo no está clara
ninguna de las dos cosas, empezando por el papel del propio Rubalcaba, que es
cuestionado por mucho en el seno de su partido y que, pese a que puede utilizar
ese debate parlamentario como una operación de fortalecimiento de su liderazgo,
seguro que acaba viendo torcidas parte de sus aspiraciones en medio de la
interminable batalla que se vive en el PSOE por el control del poder. Además,
aunque el PSOE actúe como una gran fuerza de oposición, por parte del resto de
grupos la moción se vive de una manera muy distinta. Rechazada por CiU y PNV y
con una izquierda plural que no se apunta a algo que ellos no propongan,
pudiera darse la paradoja de que no sólo el PP votase en contra de la misma,
aunque los argumentos esgrimidos para ese NO serían muy distintos en función de
las formaciones políticas que así votaran, recibiendo así el PP un apoyo
indirecto, aunque no deseado por sus emisores. Por si fuera poco, la moción de
censura no obliga formalmente al presidente del gobierno a responder, ya que
puede delegar ese papel en cualquier otro parlamentario, por lo que pudiera ser
que, diseñada para obligar a Rajoy a dar explicaciones, nos encontremos ante un
tenso y agrio debate en el que Rajoy no se levante de su asiento en ningún
momento ni diga una sola palabra. Si alguien piensa que esto no es posible y se
echa las manos a la cabeza, comparto plenamente su estupor, pero así lo
establece el reglamento de la Cámara. Y como prueba acudan ustedes al pasado, a
la última moción de censura planteada en el Congreso, por parte de un nuevo líder
del PP llamado Antonio Hernández Mancha que, necesitado de liderazgo y proyección
pública, planteó la moción contra un Felipe Gonzalez situado en la cresta de su
poder y gloria, antes de que los escándalos empezasen a derrumbarlo, y obtuvo respuesta
de la bancada socialista por parte del aquel entonces vicepresidente, Alfonso
Guerra. En ese debate Felipe González estuvo presente, pero no abrió la boca. ¿Pudiera
pasar algo similar hoy en día? Sería un escándalo, y una muestra de desprecio
al parlamento por parte de Rajoy tan obvia y descarada que no debiera quedar
impune, pero no es descartable, ni mucho menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario