La actualidad se llena de tramas
complejas, en las que el espionaje, las medias verdades y lo que se oculta
entre las sombras es, aparentemente, mucho más importante de lo que se muestra
al público ¿Qué pretende Griñán al dimitir en diferido, como diría Cospedal?
¿Qué busca Rajoy haciendo como que no sabe quién es Bárcenas? ¿Cómo acabará lo
de Snowden, y en qué país recalará? A todos estos misterios se le ha sumado, en
los últimos días, nuevos protagonistas de otra trama en al que los señores
visten de púrpura y portan purpurados billetes de 500 euros debajo de lo que
debieran ser inmaculadas sotanas.
Sí, porque el asunto de la banca
vaticana vuelve con fuerza a las portadas, tras varios meses desaparecido de la
primera línea de la actualidad. A
principios de la semana pasada fue detenido un prelado entre acusaciones de
fraude y corrupción, ocupando el encarcelado sacerdote un importante puesto
en el organigrama financiero vaticano, en el que el IOR, siglas del Instituto
para las Obras de la Religión, más conocido como banco vaticano, se encuentra
en la cúspide, aunque quizás fuera más exacto situarlo en las profundidades.
Tras esta detención volvieron a surgir rumores y comentarios sobre las
sospechosas finanzas vaticanas, donde se supone que todo es corrupto, incluso
más que lo que ya suele ser habitual en las finanzas laicas. Como para reforzar
esta sensación de desmadre contable, ayer
dimitieron dos altos cargos del IOR, el banco, el director y subdirector,
quizás por solidaridad con el arrestado prelado o intuyendo que van a hacerle
compañía en algo más que simples ejercicios espirituales. Parece que no hay
manera de meter en vereda al IOR y que, cada cierto tiempo, el escándalo surge
por todas partes, ruedan algunas cabezas y todo se queda más o menos igual.
¿Qué diablos pasa allí? Es una frase hecha que adquiere mucho sentido al hablar
de las finanzas de la Santa Sede, que tradicionalmente han sido algo más que
opacas, y que todos los intentos de ponerlas a la luz de la ley han acabado en
fracasos, ceses y renuncias más o menos forzosas. ¿Será esta vez el intento
algo más? Está por ver. De momento hay que esperar hasta que se sepa qué fuerza
tiene el Papa Francisco para poner en vereda este asunto, uno de los más
importantes y serios, a mi modo de ver el que más, que tiene entre manos, y que
si se descontrola puede hundir a todo el Vaticano en la corrupción, la
vergüenza y la deshonra. Algo debió intuir el amigo Ratzinger, que en sus
tiempos de Benedicto XVI tomó dos decisiones muy importantes y que ahora pueden
ser vistas como revolucionarias. Una fue la de cesar al responsable del IOR, Gotti-Tedeschi,
que el mismo nombró para tratar de limpiar la institución, quizás en un acto de
asunción de fracaso, y el nombramiento de un nuevo dirigente casi en el tiempo
de descuento de su pontificado. Sin embargo la decisión más trascendente de
todas la tomo años antes, cuando permitió que el IOR se sometiera a la
legislación bancaria europea y estuviera obligado a pasar los controles a los que,
día sí y día también, se someten los bancos del resto del continente. Además en
todo momento vio con buenos ojos que la policía y justicia italiana pudieran
actuar contra los miembros del IOR que, presuntamente, hubieran cometido
delitos, tanto en el Vaticano como fuera de él y, en todo caso, relacionados
con actividades financieras que, por definición, carecen de patria física. Esa
decisión trascendental es la que ha permitido que la policía italiana detuviera
la semana pasada al prelado que mencionaba al principio de esta historia, y
quizás sea ese miedo a los tribunales y cárceles romanas el que haga que las
dimisiones vistas ayer no sean, ni mucho menos, las primeras.
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