martes, julio 02, 2013

Limpieza en el Banco Vaticano


La actualidad se llena de tramas complejas, en las que el espionaje, las medias verdades y lo que se oculta entre las sombras es, aparentemente, mucho más importante de lo que se muestra al público ¿Qué pretende Griñán al dimitir en diferido, como diría Cospedal? ¿Qué busca Rajoy haciendo como que no sabe quién es Bárcenas? ¿Cómo acabará lo de Snowden, y en qué país recalará? A todos estos misterios se le ha sumado, en los últimos días, nuevos protagonistas de otra trama en al que los señores visten de púrpura y portan purpurados billetes de 500 euros debajo de lo que debieran ser inmaculadas sotanas.

Sí, porque el asunto de la banca vaticana vuelve con fuerza a las portadas, tras varios meses desaparecido de la primera línea de la actualidad. A principios de la semana pasada fue detenido un prelado entre acusaciones de fraude y corrupción, ocupando el encarcelado sacerdote un importante puesto en el organigrama financiero vaticano, en el que el IOR, siglas del Instituto para las Obras de la Religión, más conocido como banco vaticano, se encuentra en la cúspide, aunque quizás fuera más exacto situarlo en las profundidades. Tras esta detención volvieron a surgir rumores y comentarios sobre las sospechosas finanzas vaticanas, donde se supone que todo es corrupto, incluso más que lo que ya suele ser habitual en las finanzas laicas. Como para reforzar esta sensación de desmadre contable, ayer dimitieron dos altos cargos del IOR, el banco, el director y subdirector, quizás por solidaridad con el arrestado prelado o intuyendo que van a hacerle compañía en algo más que simples ejercicios espirituales. Parece que no hay manera de meter en vereda al IOR y que, cada cierto tiempo, el escándalo surge por todas partes, ruedan algunas cabezas y todo se queda más o menos igual. ¿Qué diablos pasa allí? Es una frase hecha que adquiere mucho sentido al hablar de las finanzas de la Santa Sede, que tradicionalmente han sido algo más que opacas, y que todos los intentos de ponerlas a la luz de la ley han acabado en fracasos, ceses y renuncias más o menos forzosas. ¿Será esta vez el intento algo más? Está por ver. De momento hay que esperar hasta que se sepa qué fuerza tiene el Papa Francisco para poner en vereda este asunto, uno de los más importantes y serios, a mi modo de ver el que más, que tiene entre manos, y que si se descontrola puede hundir a todo el Vaticano en la corrupción, la vergüenza y la deshonra. Algo debió intuir el amigo Ratzinger, que en sus tiempos de Benedicto XVI tomó dos decisiones muy importantes y que ahora pueden ser vistas como revolucionarias. Una fue la de cesar al responsable del IOR, Gotti-Tedeschi, que el mismo nombró para tratar de limpiar la institución, quizás en un acto de asunción de fracaso, y el nombramiento de un nuevo dirigente casi en el tiempo de descuento de su pontificado. Sin embargo la decisión más trascendente de todas la tomo años antes, cuando permitió que el IOR se sometiera a la legislación bancaria europea y estuviera obligado a pasar los controles a los que, día sí y día también, se someten los bancos del resto del continente. Además en todo momento vio con buenos ojos que la policía y justicia italiana pudieran actuar contra los miembros del IOR que, presuntamente, hubieran cometido delitos, tanto en el Vaticano como fuera de él y, en todo caso, relacionados con actividades financieras que, por definición, carecen de patria física. Esa decisión trascendental es la que ha permitido que la policía italiana detuviera la semana pasada al prelado que mencionaba al principio de esta historia, y quizás sea ese miedo a los tribunales y cárceles romanas el que haga que las dimisiones vistas ayer no sean, ni mucho menos, las primeras.

Sin embargo, esos pasos no son suficientes, y el Papa Francisco no va a tenerlo nada fácil para domesticar a la fiera que se aloja entre la contabilidad vaticana. Los intereses de poder que allí anidan son inmensos, y afectan no sólo a financieros contratados como gestores temporales, no, sino a poderosas figuras dentro de la estructura vaticana, cardenales incluidos. ¿Intuyó Benedicto XVI lo que había escondido en esa trama y se vio incapaz de dominarlo? ¿Tuvo miedo? ¿Sintió impotencia y no se vio capaz y, por ello, dimitió? Quizás no lo sepamos nunca, pero el reto que cedió a su sucesor es inmenso, tanto por la complejidad como por las consecuencias de un nuevo fracaso. En el OR se encuentra el destino de Francisco y, en gran medida, el de toda la iglesia católica.

No hay comentarios: