miércoles, julio 03, 2013

Cuando un cohete se estrella


Día a día damos por sentado que procesos muy complejos y peligrosos, que se desarrollan de manera controlada delante de nuestros ojos, no son sino simples rutinas carentes de ningún riesgo y que, por tanto, se convierten en aspectos triviales de la vida a los que no se les debe prestar demasiada atención. Autopistas llenas de vehículos que las surcan a más de 100 kilómetros, playas de vías en las que decenas de trenes se cruzan cada poco tiempo, millones de comunicaciones telemáticas que se cruzan en torres de conmutadores llenas de lucecitas, todas esas cosas son muy complejas, a veces es un milagro que funcionen tan bien y, en ocasiones, fallan.

El desastre del lanzamiento del cohete Protón ruso de ayer es un buen ejemplo de todo esto. Se ha convertido en una rutina el ver lanzamientos, en ponerse delante de la pantalla del ordenador, no de la tele, que está siempre llena de tonterías, seguir una cuenta atrás más o menos audible y ver cómo, tras una ignición inmensa y entre enormes bolas de humo, la figura estilizada de un cohete se eleva recta, serena e imponente, dejando atrás la estepa, la selva, el océano, adentrándose en un cielo azul que, poco a poco, se torna negro a medida que el cohete asciende. Esta secuencia es distinta en función del modelo que sea lanzado, tendrá propulsores auxiliares o no, realizará una maniobra de cabeceo para la inserción orbital más o menos acentuada y los comentaristas hablarán en inglés (completamente incomprensible) o en otro idioma que tampoco se entiende, pero en todos los casos la fuerza, la potencia, la sensación de poder que se asocia a un lanzamiento será la misma, tendrá la infinita capacidad de embriagar que posee todo disparo, y llenará de emoción a quien lo vea desde la oscuridad de su casa, o en medio del traqueteo del metro camino al trabajo.. donde sea. Y no nos solemos parar a pensar que lanzar un cohete es una de las cosas más peligrosas y, hasta cierto punto, suicidas, que existen. No nos damos cuenta de que, de todo ese enorme tubo que observamos que es lo que llamamos cohete, apenas la punta más pequeña de su cúspide es el alojamiento de la carga útil, satélites habitualmente, mientras que el resto, todo lo demás, es un enorme depósito de combustible al que se le prende fuego para que el conjunto logre elevarse del suelo. No es una exageración decir que un cohete es, en el fondo, una bomba que se detona de manera controlada, y que cuando un astronauta se sube a la punta del cohete en el fono se está sentando sobre un enorme tanque de combustible al que le va a prender fuego para que salga disparado. Puede sonar exagerado, pero es así. Los cohetes queman enormes cantidades de combustible por segundo, toneladas en algunos casos, para lograr la velocidad de escape que les permita situarse en la órbita terrestre, y es evidente que todo el proceso de despegue es una maniobra arriesgada, muy arriesgada, en la que el más mínimo fallo puede dar al traste con toda la misión, y como combustible no falta, todo se acabe traduciendo en una enorme explosión que convierta cohete, carga y tripulación, si la hubiese, en fragmentos chamuscados que se esparcen infinitamente sobre la zona del lanzamiento. Llevamos mucho tiempo viendo lanzamientos exitosos, en los que afortunadamente todo sale bien, las toberas y bombas de los motores funcionan, las juntas de dilatación de los sectores que forman la torre son estancas y las miles, miles y miles de piezas diseñadas con esmero para hacer su trabajo no fallan, y todo se desarrolla con precisión milimétrica. Y pese a ello los controladores de la misión, y muchos de los que seguimos lanzamientos con asiduidad, cruzamos los dedos en el momento de la ignición y nos mantenemos expectantes hasta que todo haya salido como debe, hasta que la altura del disparo sea la necesaria como para asegurarse de que la misión va por buen camino y, en ese momento, se suelta el típico suspiro que indica que todo ha salido como debía.

Ayer en Baikonur las cosas no transcurrieron de la manera que se preveía. En uno de los vídeos de la web enlazada, maravillosa página, tomado por unos videoaficionados, se observa como al poco de despegar el cohete no es capaz de mantener una trayectoria vertical estable y, poco a poco, empieza a bambolearse, como si estuviera apoyado en un tallo muy fino que no es capaz de soportarle. Con los motores a máxima potencia llega un punto en el que no es capaz de estabilizar trayectoria alguna y el bamboleo se convierte en una parábola que, inexorablemente, lo devuelve camino a la tierra y al estrellato. El sonido de los motores a plena potencia y el de la posterior explosión es aterrador. Afortunadamente no hay heridos de ningún tipo, pero la carga, tres satélites para el Glonass, el GPS ruso, y todo el cohete se desintegraron sobre la árida estepa kazaja.

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