Dicen los críticos de cine, y no
les falta razón, que es la calidad y el nivel del malo lo que determina, en
gran parte, el valor de la película de que se trate. Malos cutres, risibles,
que no son tomados en serio, maniqueos hasta el extremo, producen historias
fáciles de olvidar y que no dejan huella. Malos inmensos, dotados de alma
compleja, vengativos, fríos y que llenan la pantalla son los que no olvidamos
nunca. El Padrino, Darth Vader, Joker… muchas películas son sus malos, no los
héroes con los que nos debiéramos identificar que, casi inevitablemente, acaban
siendo olvidados por el público, enamorado hasta las trancas de “el malo”.
En la historia de Bárcenas y el
PP, que cada día se supera en espectacularidad y dramatismo (el
episodio de los mensajes de ayer es delirante) está claro quién es el malo,
pero no se ven los buenos por ningún lado. El señor Bárcena es una joya que
para sí lo quisieran los guionistas de series americanas. Dotado de porte y
aspecto señorial, impone respeto con su figura, pelo canoso engominado y
abrigos mafiosos diseñados para ocultar cosas, sean de valor o no. A su lado el
resto de malos que hemos tenido en la reciente historia española son patéticos.
Roldán, Amedo, De la Rosa… eran personajes débiles, ruines, casposos, incapaces
de generar morbo entre la audiencia, caracterizados por su afán vengativo pero
con unas piernas muy flojas y un afán desmedido por llevárselo crudo y salir
indemnes, lo que era propicio para hacerles firmar pactos de silencio,
reclusión y ostracismo. El único malo que tuvo enjundia en el pasado fue Mario
Conde, que tenía pose, planta y cariño popular. Visto en perspectiva era el
Joker de las películas, solo que mucho más guapo, con los potingues en el pelo
y no en la cara, y con una corte de adoradores y pelotas que daban la vuelta a
la esquina y llegaba hasta las puertas de la misma mansión del murciélago
enmascarado. Al igual que Bárcenas, Conde ya vio en sus tiempos que el poder y el dinero son
importantes, pero más lo es la información, y a medida que iniciaba el ascenso
social y mediático se iba guardando pedazos de información, escritos,
conversaciones y demás pruebas para que, en caso de caída o desastre, le
sirvieran para realizar el oportuno chantaje a quien tocase con tal de salir
indemne de la situación. Un malo retorcido, previsor, con visión de futuro. Eso
es ser profesional. El error que cometió Conde, que es muy típico en este mundo
de los malvados, es pasarse de listo, sobrevalorar sus fuerzas y creer que la
invulnerabilidad lo protegía de todo. Llevar a la quiebra a Banesto puede que
no fuese el acto más delictivo que cometiera esos años, pero tuvo la entidad
suficiente como para concitar el ataque de todas las fuerzas que se conjuraron
contra él. En directo vimos como su estrella caía y, en ese momento, su
actuación como malo fue prodigiosa, llena de matices y registros, merecedora de
varios Óscar. Su caída fue en sí misma un espectáculo prodigioso, digno de la
mejor novela de mafiosos, y marcó un antes y un después que nadie, hasta que ha
llegado Bárcenas, ha osado emular. Pero Luis es mucho Luis. No es un outsider,
un llegado de fuera al mundo del poder, un arribista sin escrúpulos. No, Luis
es un profesional de la política, un hombre que lleva décadas metido en el
mundo del poder, de los partidos, en este caso el PP, y el contubernio con el
dinero y las influencias. Y desde luego, carece del más mínimo escrúpulo a la
hora de conseguir sus objetivos. A lo largo de los años se ha forrado desde su puesto
de tesorero en Génova y, como Conde, supo que la información, el saber, el
acumular datos y referencias sería lo que le podría hace invulnerable. Y eso es
lo que pretende demostrar.
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