Sumidos en nuestros marasmos internos,
absortos por la necedad de nuestra actualidad patria, suceden procesos de una
envergadura e intensidad enormes de los que apenas somos capaces de intuir sus
consecuencias. Uno de los más fascinantes, crueles y asombrosos se está
produciendo desde hace años en la ciudad de Detroit, en el estado
norteamericano de Michigan. Sumida en una depresión continuada desde que la
industria del automóvil empezó a decaer, la ciudad ha ido bajando poco a poco
peldaños en su proceso de degradación, y ayer,
como para certificarlo, se declaró oficialmente en quiebra, con una deuda
de cerca de 18.000 millones de dólares. Una burrada
Detroit es un desastre. Una
enorme ciudad, como cualquiera de las que jalonan Estados Unidos, con un núcleo
de avenidas flanqueadas de rascacielos modernistas antiguos y modernos, con
miles y miles de metros cuadrados de inmensas factorías de automóviles, la
causa del auge y la decadencia de la urbe, la mayor parte de las cuales se
encuentra ahora mismo en un estado que oscila entre el abandono y la más
absoluta ruina, y kilómetros y kilómetros cuadrados de zonas residenciales,
plagados de las típicas calles con casas americanas a los lados, que si en un
momento parecían ser la imagen de la prosperidad hoy son una muestra de lo que
el abandono y la desidia pueden hace en los paisajes urbanos. Cientos, miles de
esas casas están abandonadas, quemadas, en ruinas, caídas en pedazos, sin
ventanas, con tejados hundidos y paredes agujereadas, invadidas por una maleza
que hace años que ya nadie controla. Barrios enteros, zonas inmensas de espacio
y edificación, están abandonados desde hace años, tanto por una población pobre
que en parte huyó de la ciudad como por los propios servicios municipales,
incapaces de hacer frente a los costes derivados de la gestión de unos barrios
lejanos y despoblados. A medida que el proceso de agonía se aceleraba la
decadencia iba a más, y hoy en día muchas de esas zonas son auténticas
urbanizaciones fantasma, decorados en los que apenas algunos vagabundos
merodean o viven de lo que encuentran, lugares que han sido tomados por la
naturaleza, y que es la que proporciona el mayor número de habitantes, en forma
de árboles, arbustos y toda clase de animales. El clima allí es bastante
inhóspito, con veranos suaves y húmedos e inviernos duros, con mucha nieve, lo
que ha ayudado a aumentar la velocidad del deterioro de las construcciones. En
el centro urbano, la zona en la que se concentra la población, menos de la
mitad de la que fue apenas hace un par de décadas, las cosas no son mucho
mejores. Varios de esos rascacielos a los que me refería al principio están
igualmente vacíos, como muchos otros edificios que apenas son un mero decorado.
Comercios, tiendas, colegios, teatros.. la panoplia de inmuebles abandonados a
su suerte y que se hunden entre las sombras y la ruina es inmensa, y
sorprendente. Para simplificar las cosas, no es una exageración afirmar que
Detroit se muere. La ciudad pierde población de manera continuada y sin freno y
poco a poco languidece. El resultado de todo esto es contemplar, fascinados,
como una ciudad moderna se hunde en las sombras, en el abandono. Cuando uno
pasea por el foro romano le asaltan muchas preguntas, y una de ellas es cómo
pudo caer todo eso en el abandono, como la capital del mundo pudo llegar a ser,
durante siglos, un villorrio en el que unas pocas ovejas y pastores deambulaban
entre los foros, cada vez más ruinosos, llenos de hierbas y fragmentos de mármol
que se desprendían de las edificaciones a las que ya nadie cuidaba. Detroit no
es Roma, pero el proceso de degradación que vive es muy similar al que sufrió
la ciudad eterna. Y resulta igualmente asombroso, y terrible, contemplarlo a la
velocidad a la que se produce.
Si quieren más información sobre
lo que allí pasa encontrarán muchos artículos en prensa sobre el problema
financiero de la ciudad, pero yo les voy a hacer dos recomendaciones muy
distintas. Una es que vean el documental “Searching for sugarman”, la historia
de Rodríguez, el cantante. Magnífica producción en la que, de paso, podrán
hacerse una idea de cómo son los suburbios de esa ciudad. La
otra es este gran artículo de Jotdown sobre la decadencia de la ciudad, en
el que se trata de comprender cómo ha podido suceder lo que allí está pasando. Moraleja:
nada es tan sólido como podamos creerlo, y hasta los mayores edificios y
avenidas que podamos imaginar, brillante y vibrantes un día, pueden ser ruinas
abandonadas dentro de varios siglos, y al revés, la actividad y el bullicio
pueden surgir donde menos se les espera, porque el futuro no esté escrito y,
sinceramente, nadie es capaz de predecirlo.
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