viernes, julio 19, 2013

La quiebra de Detroit


Sumidos en nuestros marasmos internos, absortos por la necedad de nuestra actualidad patria, suceden procesos de una envergadura e intensidad enormes de los que apenas somos capaces de intuir sus consecuencias. Uno de los más fascinantes, crueles y asombrosos se está produciendo desde hace años en la ciudad de Detroit, en el estado norteamericano de Michigan. Sumida en una depresión continuada desde que la industria del automóvil empezó a decaer, la ciudad ha ido bajando poco a poco peldaños en su proceso de degradación, y ayer, como para certificarlo, se declaró oficialmente en quiebra, con una deuda de cerca de 18.000 millones de dólares. Una burrada

Detroit es un desastre. Una enorme ciudad, como cualquiera de las que jalonan Estados Unidos, con un núcleo de avenidas flanqueadas de rascacielos modernistas antiguos y modernos, con miles y miles de metros cuadrados de inmensas factorías de automóviles, la causa del auge y la decadencia de la urbe, la mayor parte de las cuales se encuentra ahora mismo en un estado que oscila entre el abandono y la más absoluta ruina, y kilómetros y kilómetros cuadrados de zonas residenciales, plagados de las típicas calles con casas americanas a los lados, que si en un momento parecían ser la imagen de la prosperidad hoy son una muestra de lo que el abandono y la desidia pueden hace en los paisajes urbanos. Cientos, miles de esas casas están abandonadas, quemadas, en ruinas, caídas en pedazos, sin ventanas, con tejados hundidos y paredes agujereadas, invadidas por una maleza que hace años que ya nadie controla. Barrios enteros, zonas inmensas de espacio y edificación, están abandonados desde hace años, tanto por una población pobre que en parte huyó de la ciudad como por los propios servicios municipales, incapaces de hacer frente a los costes derivados de la gestión de unos barrios lejanos y despoblados. A medida que el proceso de agonía se aceleraba la decadencia iba a más, y hoy en día muchas de esas zonas son auténticas urbanizaciones fantasma, decorados en los que apenas algunos vagabundos merodean o viven de lo que encuentran, lugares que han sido tomados por la naturaleza, y que es la que proporciona el mayor número de habitantes, en forma de árboles, arbustos y toda clase de animales. El clima allí es bastante inhóspito, con veranos suaves y húmedos e inviernos duros, con mucha nieve, lo que ha ayudado a aumentar la velocidad del deterioro de las construcciones. En el centro urbano, la zona en la que se concentra la población, menos de la mitad de la que fue apenas hace un par de décadas, las cosas no son mucho mejores. Varios de esos rascacielos a los que me refería al principio están igualmente vacíos, como muchos otros edificios que apenas son un mero decorado. Comercios, tiendas, colegios, teatros.. la panoplia de inmuebles abandonados a su suerte y que se hunden entre las sombras y la ruina es inmensa, y sorprendente. Para simplificar las cosas, no es una exageración afirmar que Detroit se muere. La ciudad pierde población de manera continuada y sin freno y poco a poco languidece. El resultado de todo esto es contemplar, fascinados, como una ciudad moderna se hunde en las sombras, en el abandono. Cuando uno pasea por el foro romano le asaltan muchas preguntas, y una de ellas es cómo pudo caer todo eso en el abandono, como la capital del mundo pudo llegar a ser, durante siglos, un villorrio en el que unas pocas ovejas y pastores deambulaban entre los foros, cada vez más ruinosos, llenos de hierbas y fragmentos de mármol que se desprendían de las edificaciones a las que ya nadie cuidaba. Detroit no es Roma, pero el proceso de degradación que vive es muy similar al que sufrió la ciudad eterna. Y resulta igualmente asombroso, y terrible, contemplarlo a la velocidad a la que se produce.

Si quieren más información sobre lo que allí pasa encontrarán muchos artículos en prensa sobre el problema financiero de la ciudad, pero yo les voy a hacer dos recomendaciones muy distintas. Una es que vean el documental “Searching for sugarman”, la historia de Rodríguez, el cantante. Magnífica producción en la que, de paso, podrán hacerse una idea de cómo son los suburbios de esa ciudad. La otra es este gran artículo de Jotdown sobre la decadencia de la ciudad, en el que se trata de comprender cómo ha podido suceder lo que allí está pasando. Moraleja: nada es tan sólido como podamos creerlo, y hasta los mayores edificios y avenidas que podamos imaginar, brillante y vibrantes un día, pueden ser ruinas abandonadas dentro de varios siglos, y al revés, la actividad y el bullicio pueden surgir donde menos se les espera, porque el futuro no esté escrito y, sinceramente, nadie es capaz de predecirlo.

Me cojo una semana de vacaciones para estar en Elorrio. Si no hay sorpresas, hasta el Lunes 29. Pásenlo muy bien, descansen y ojo al calor de la semana que viene, Promete ser duro.

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