miércoles, julio 31, 2013

El programa del Papa Francisco


El accidente del Alvia en A Grandeira lo ha ocupado todo durante estos días, pero dos asuntos de enorme trascendencia han logrado abrirse un hueco entre los hierros retorcidos y el cruel balance de víctimas. Uno es Bárcenas, que no cesa de proporcionar titulares jugosos, pero dado que Rajoy comparece mañana en el Congreso para, se supone, dar explicaciones, dedicaré otro día a comentar las novedades sobre ese apasionante asunto. El otro tema ha sido la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, y la actitud y palabras del Papa Francisco en esos días, que han supuesto toda una revolución, o al menos un intento de darle comienzo.

Cosa curiosa, ha Francisco le ha pasado con la JMJ lo que le sucedió a su predecesor Benedicto XVI, que llegó al cargo y a los pocos meses se encontró con un evento que él ni había organizado ni preparado. En aquel caso fue en 2005 en Colonia, y Ratzinger, poco amante de multitudes, lo pasó como pudo. En esta ocasión el marco, Río de Janeiro, era muy distinto, con un contenido social evidente fuera cual fuese el destino visitado y con una seguridad y organización muy deficientes. Pues bien, en este marco se ha desarrollado el primer viaje al exterior de Francisco (sí, ha visitado el sur de Italia, pero eso no cuenta “de verdad”). Se esperaban palabras nuevas, de aliento y compromiso por parte del Papa, para calibrar hasta qué punto la renovación de la imagen pontificia que ha emprendido Bergoglio iba a ir más allá de las formas o se iba a quedar en algo similar al marketing, pero los discursos que ha pronunciado ante las multitudes han dejado a todo el mundo asombrado y descolocado. Poco amante de la filosofía, de las palabras pomposas y frases retorcidas, las palabras de Francisco, expresadas en parlamentos de apenas diez minutos de duración, han sido de una contundencia y frescura como nadie las hubiera sido capaz de prever. Su mensaje ha dejado alucinados a los presentes en la JMJ, a las autoridades eclesiales y a la prensa que ha seguido el acontecimiento. ¿Y cuál ha sido ese mensaje? El de la humildad, el de la vuelta de la iglesia a las esencias, como portadora de la fe en Cristo, el de la necesidad de renunciar a privilegios, oropeles, formalismos, boatos y reverencias, el de recuperar el auténtico sentido de la comunión, el compartir con los hermanos la fe, los bienes, las alegrías y las penas. Las palabras más gruesas, pocas, pero dichas con intensidad, las ha dirigido a los cargos eclesiales. Sacerdotes, obispos y cardenales, han sido objeto de un mensaje directo y sin fisuras, de una orden de volver a ponerse no al frente de la iglesia, sino al servicio de la misma, de no ejercer un mando, sino un testimonio, de liberarse del luto que les embarga y contagiarse de la alegría de la fe. Ya con todo esto las palabras de Francisco hubieran sido muy novedosas, pero no se ha quedado ahí, ni mucho menos. Ha realizado un ejercicio de autocrítica, en un país en el que los evangélicos crecen a costa de las continuas bajas en el catolicismo, tratando de buscar lo que la iglesia ha hecho mal para no atraer a los fieles, y ha comenzado a esbozar su doctrina política, que todas las autoridades la tienen, se diga lo que se diga, abogando por, atención, la laicidad del estado. Revolucionario. El Papa de Roma pidiendo un estado laico y respetuoso con todas las doctrinas y creencias. Un mensaje coherente y que aplaudo desde aquí, y que muchos reclamamos desde hace tiempo a las jerarquías de las distintas confesiones, catolicismo en España, islamismo en otros países, que cada vez más tratan de influir en el diseño de las leyes y normas civiles. Seguro que cuando Francisco dijo estas palabras un escalofrío recorrió despachos, nunciaturas y prefecturas en medio mundo.

También se han destacado mucho sus palabras, en la entrevista que concedió en el vuelo de vuelta a Roma (aprende comunicación, Mariano) sobre quién es él para criticar a un gay de buena voluntad, frase muy comprometida con ese colectivo que difícilmente hubiera sido posible escucharla desde un ámbito religioso. En definitiva, el poso que deja el viaje de Francisco es enorme, su trascendencia mediática no deja de crecer a la vez que lo hace su capacidad de liderazgo, y comienza a ser un referente tanto en el plano religioso como en el social. En un mundo en el que no hay líderes, Francisco puede optar a ocupar ese puesto de referencia que tanto se echa de menos. Le queda lo más difícil, que es limpiar el Vaticano de la corrupción que allí anida, pero parte de su mensaje busca ganar fuerzas para emprender esa batalla. Sí, ha nacido una estrella que no va a ser nada fugaz.

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