De mientras en España seguimos
ensimismados en nuestras miserias generalizadas, y en las inexplicables
riquezas de unos pocos, fuera pasan cosas. Las guerras que estaban en marcha no
se cogen vacaciones de verano y las revoluciones que empiezan siguen, camino hacia
no se sabe dónde. Y la I+d+i, ese concepto despreciado por el gobernante y
ciudadano español, que no duda pagar para obtener un gran fichaje en su club
pero ve como un gran coste la financiación de un laboratorio, ofrece nuevos y
espectaculares resultaos en múltiples campos, casi siempre fuera de nuestras
fronteras. En el caso de los drones estas novedades alcanzan unas cotas que ya
rozan la fantasía.
Recordemos que el término “drone”
hace referencia a todo aquello que vuela y que no está pilotado, concepto que
va mucho más allá del avión teledirigido. Juguetes pequeños o aparatos de
grandes dimensiones, los drones cuentan con un ordenador que les confiere
cierta autonomía a la hora de tomar decisiones, como por ejemplo permanecer
estables en un punto en caso de soportar corrientes de aire. Hay en youtube
varios vídeos en los que se ve como la cooperación de pequeños caudricópteros
permite crear estructuras mediante la apilación de las cargas que van cogiendo
y soltando sin parar. Esto pueden parecer juegos sin importancia, pero no lo
son. Ayer mismo tuvimos la oportunidad de ver uno de esos hechos que te dejan
asombrado y, en cierto modo, asustado, ya que por
primera vez en la historia un drone aterrizó por sí mismo en un portaaviones.
Es decir, no había un señor con un control remoto guiando al avión y
aterrizándolo, no, sino que el drone despegó desde una base en tierra con la
orden de localizar el portaaviones, que se encontraba en el mar, y aterrizar en
él. El ordenador de a bordo del avión y los GPS del mismo y del portaaviones
debían encontrarse y organizar el aterrizaje. Y el aparto logra su cometido con
una precisión que deja asombrado a quién lo ve, sobre todo al pensar que nadie
“humano” está controlando esa secuencia. Se supone que habría muchas personas
monitorizándola y equipos preparados en caso de que el experimento fallase y el
drone se estrellara contra la cubierta o cualquier otra instalación del barco,
o se apsara de largo o quedase corto, y acabara dándosela contra el agua. Pero
no. El avión, con un diseño moderno similar a un ala delta, y no al clásico avión
de ala estrecha, llega al portaviones y aterriza perfectamente, sin bamboleo ni
duda alguna. Bingo. El resultado del experimento es un éxito total. Si uno
observa las características del drone se da cuenta de que no es ningún juguete
de aeromodelismo pintado como un juguete de Rambo, sino un señor avión, un
aparato con un peso de veinte toneladas capaz de cubrir distancias de cerca de
4.000 kilómetros y con un techo de vuelo de 12.000 metros, y que, por supuesto,
carece de asiento y cabina para alojar tripulante alguno. Tras lo visto ayer
los primeros que debieran asustarse son los pilotos del SEPLA, porque puede que
esto sea el remedo definitivo contra las inevitables huelgas con las que un año
sí y otro también esos profesionales tratan de amargarnos los veranos, puentes
y demás fechas señaladas. Pero yendo más allá resulta evidente que en el mundo
drone se está produciendo un avance gigantesco tanto en autonomía de decisión
como en capacidad de operar en cualquier situación imaginable. A medida que estos
aviones posean capacidades de cálculo y decisión más poderosas podrán tomar
decisiones de manera más autónomas, y no es descartable que, empezando por el campo
militar, el futuro de la aviación esté completamente dominado por drones autónomos,
en los que el piloto, caro, quejica y sometido a estrés y posibilidad de error,
haya sido sustituido por completo por procesadores y núcleos de memoria RAM. Puede
llegar un momento en el que vuelen los nostálgicos, pero que deje de ser una
profesión como tal.
Las implicaciones militares de
todo esto empiezan ya a verse (y discutirse) con preocupación. Transformar la
guerra en una versión muy refinada de un videojeugo en el que matar gente es
similar a eliminar monstruos en la play hace que la guerra se convierta en algo
demasiado trivial, lejano y tentador de cara a quienes deben decidir su puesta
en marcha. Además, toda la tecnología que busca salvar la vida de los militares
lo hace a costa de aumentar las bajas de los civiles, que son atacados a distancia
por las máquinas, precisas, frías y certeras, que se controlan desde
ordenadores y oficinas sitos a miles de kilómetros de donde se realizan las
operaciones de ataque. La ciberguerra se puede convertir en videojuego mortífero,
y no es siquiera necesario pensar en la rebelión de estas máquinas al estilo “Terminator”
para imaginar escenarios preocupantes. Esto es el futuro, y ya está aquí.
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