Vivimos un mes en el que las
maldades se dan relevo unas a otras, como una especie de carrera de relevos, en
la que se pasan un testigo de muerte sin dejar de dar vueltas. Mientras los
islamistas del IS siguen al fondo de la pista cometiendo atrocidades sin número
y descanso, durante estas semanas la guerra de Gaza y Ucrania se han sucedido
en los informativos en función de su variable virulencia. Cuando una se
encrespaba, la otra se reducía, y viceversa. Alcanzado un acuerdo en Gaza, que
esperemos sea duradero, Ucrania tenía vía libre para hacerse con el control de
los titulares, y lamentablemente no ha desaprovechado su oportunidad.
La
supuesta entrada de tropas rusas en territorio ucraniano, anunciada ayer por el
gobierno de Kiev, y confirmada por la OTAN, junto con la apertura de un
nuevo frente de batalla en la costa del mar negro, cerca del puerto de
Mariupol, elevan aún más la tensión y el peligro en esa zona. Pese a algunos
intentos, que deben ser muy en la sombra porque casi no hay constancia de
ellos, la guerra no deja de aumentar en intensidad, violencia y riesgo. Lo que
parecía que iban a ser unas escaramuzas entre las tropas regulares de Kiev y un
grupo de exaltados separatistas prorusos se está convirtiendo en una guerra en
toda regla entre un ejército mal dotado y poco preparado y unas milicias que
parecen contar cada vez más con el apoyo de Moscú. Realmente es difícil saber
qué es lo que pasa en el terreno, porque apenas hay informadores y las noticias
que llegan, provenientes de ambos bandos, huelen a propaganda de la barata. No
es aventurado afirmar que son decenas las personas que, tanto militares como
civiles, mueren al día en los distintos frentes abiertos, y que la vida en las
principales ciudades de la zona, Lugansk y Donetsk, esta última con una
población de entorno al millón de habitantes, se ha convertido en algo
infernal. Miles de sus residentes han huido ante el temor de la batalla, muchos
rumbo a Rusia, que está más cerca y usa la lengua que utilizan a diario. Como
efecto secundario, importante pero menor ante la tragedia humana, la actividad
económica de esa región, una de las principales en lo que hace a minería y
siderurgia del país, se encuentra bajo mínimos, abocando a una Ucrania ya muy débil
a una más que segura recesión que golpeará con fuerza a la ya maltrecha situación
de los ciudadanos de ese empobrecido país. La implicación de Rusia en la
guerra, que ha existido en todo momento, aunque de tapadillo, sería eso que los
tertulianos llaman un “salto significativo” en la intensidad y gravedad del conflicto.
Hasta ahora los intentos para frenar a Putin por parte de Europa y EEUU han
consistido en unas sanciones económicas que pueden hacer algo de daño a la
población rusa, pero que a los que gobiernan en el kremlin no les afecta ni
importa en lo más mínimo. En una especie de peligroso juego de cartas Putin
lleva meses mostrando jugadas agresivas con otras conciliadoras, veladas
amenazas contra Kiev y el conjunto de la UE y mensajes de calma que claman por
el fin de la guerra. Los propios separatistas rusos han clamado por la
inconstante asistencia que reciben de Moscú, que a veces ha consistido sólo en
meras promesas. Hace unas semanas, en medio de una ofensiva de Kiev que parecía
determinante, cundía la sensación de que Moscú dejaba caer a sus peones en
Ucrania, pero hoy, tras la entrega del convoy de ayuda humanitaria de la semana
pasada (vaya usted a saber que había ahí) las tornas han cambiado, el apoyo
parece ser mucho más fuerte y es el ejército de Kiev el que da señales de
debilidad.
¿Qué es lo que va a acabar pasando? No lo se. De
momento la guerra existe y no podemos negarla, y se me antoja imposible volver
a un escenario en el que la región prorusa de Ucrania permanezca integrada en el
país como otra cualquiera. Sospecho que van a ser las armas las que determinen
qué parte de esa región se queda en el país y cual se integra en Rusia, o se
queda como colchón intermedio. El conflicto tiene carácter explosivo y se puede
descontrolar aún más, sumiendo a todo el este de Europa en una situación
peligrosa. A medida que se acerque el invierno Putin adquirirá más poder como
abastecedor de calefacción de medio continente, y pocas cosas son descartables.
Menuda manera más deprimente de conmemorar el centenario de la I Guerra
Mundial, con otra guerra en el este de Europa.