jueves, agosto 07, 2014

Vistas y posturero (para GMF)


El verano es un buen momento para ver a gente que, por trabajo o agenda mutua, apenas tienes tiempo de ver el resto del año, en el que los mensajes suplen la visión de las personas. Ayer tuve una de esas oportunidades, y quedé con una antigua jefa mía, GMF, con la que me llevo muy bien, y con la que se puede hablar de casi todas las cosas que hay en el mundo que, sobre todo, no tienen relación con el trabajo. Su nuevo destino, con el que ella está encantada, le ha abierto las puertas al mundo de, por así llamarlo, la farándula, que en contraste con la matemática, gris y en ocasiones aburrida tarea que hacemos nosotros, ha supuesto para ella no sólo un ascenso, sino una liberación.

La cuestión es que tomamos algo en una de estas terrazas urbanas que se han puesto de moda de un tiempo a esta parte en Madrid y en muchas otras ciudades. Terrazas en las que se trata de simular el paseo marítimo o el jardín con vistas al mar que, por ejemplo, Madrid carece dada la gran distancia a la que se encuentra la, para muchos, soñada playa. Suelos cubiertos alfombrados con imitación de césped, decoración moderna algo minimalista, en tonos blancos, con el típico complejo de ser ibicencos en todas partes, camareros insistentes, carta de copas y consumiciones de altos precios, plagada de ginebras y escasa de refrescos, y gente, mucha gente. Cuando subimos la entrada era media, pero animada, y a medida que el sol caía y llegaba la noche el sitio se ponía de bote en bote, y las mesas que se reservaban para cenar se llenaban con una velocidad inversamente proporcional al precio que se supone iba a costar el cubierto. Y chicas. Muchas chicas, decenas de chicas, la mayor parte en compañía, emparejadas con un chico, pero algunas en grupo de amigas, casi todas ellas cortadas por un patrón similar, de pitillos entallados, pocas faldas, camisetas o blusas flojas, sandalias en los pies, de todas las plataformas, suelas y cordeles imaginables, pelo largo suelto, gafas de sol más o menos aparatosas, e inmenso móviles con los que hacerse selfies individuales o en grupo casi sin parar. La mayor parte de las chicas parecían clones de sí mismas, vestidas con unos tonos de color muy similar, en “nude”, que es lo que se lleva a hora (y que se lo que es cuando lo veo pero no sabría explicárselo) y cuando tenían las gafas puestas, que en muchas ocasiones cubrían un gran porcentaje del rostro, realmente era difícil poder distinguir unas de otras, haciéndose la competencia entre ellas y el estático maniquí que decoraba el escaparate de la tienda de moda, da igual cual, en la que todas habían adquirido unos modelitos similares. En cierto modo la uniformidad era la nota dominante, y no me dejaba de parecer algo curioso. Era como presenciar réplicas de ese escaparate originario por el que todas habían pasado para aprovisionarse de la misma confección y encaje. Supongo que será lo normal, pero a mi no dejaba de extrañarme, de parecerme algo incluso artificial. Esa, como otras, era una terraza para ver el paisaje pero, sobre todo para ver el paisanaje y ser visto, para lucir, para mostrar encantos, dotes, armas, persuasiones, inversión en el modelito, pose y forma de entalle. Las conversaciones eran indistinguibles y yo, disfrutando de la mía con GMF, era ajeno a las mismas, pero me hubiera gustado hacer un pequeño sondeo para comprobar si de lo que se hablaba en muchos de esos grupos era tan similar a la estética que en ellos se repetía. Quizás fuera así, quizás no, me quedaré con la duda de no poder saberlo.

Cuando ya llegó la noche mi acompañante y yo nos fuimos de la terraza y tras dar un paseo por el centro, nos separamos para ir cada uno a nuestro destino, con la promesa de quedar nuevamente en el futuro, en la confianza de que no sea dentro de mucho tiempo (trabajo, concédenos ese privilegio) y en la seguridad, al menos por mi parte, de que ella no, pero yo había pasado un rato en un entorno de lo más ajeno a mi (con lo poco que aprecio la moda, la pose y la ropa) pero que había sido como una especie de incursión en un nuevo ecosistema. Como un furtivo, me había adentrado en una selva desconocida, y lo que allí vi me causó tanto asombro como curiosidad.

2 comentarios:

Myriam dijo...

Me ha gustado mucho esta entrada. Escribes increíblemente bien, has conseguido que me forme una imagen muy clara del entorno que te rodeaba, como una fotografía mental. Seguiré mirándome más a menudo tus textos, siento no haberlo hecho demasiado hasta ahora. Por cierto, tienes un email :)

David Azcárate dijo...

OOHH!!! Trato de aprender de los maestros como tú... muchísimas gracias!!!!