El verano es un buen momento para
ver a gente que, por trabajo o agenda mutua, apenas tienes tiempo de ver el
resto del año, en el que los mensajes suplen la visión de las personas. Ayer
tuve una de esas oportunidades, y quedé con una antigua jefa mía, GMF, con la
que me llevo muy bien, y con la que se puede hablar de casi todas las cosas que
hay en el mundo que, sobre todo, no tienen relación con el trabajo. Su nuevo
destino, con el que ella está encantada, le ha abierto las puertas al mundo de,
por así llamarlo, la farándula, que en contraste con la matemática, gris y en
ocasiones aburrida tarea que hacemos nosotros, ha supuesto para ella no sólo un
ascenso, sino una liberación.
La cuestión es que tomamos algo
en una de estas terrazas urbanas que se han puesto de moda de un tiempo a esta
parte en Madrid y en muchas otras ciudades. Terrazas en las que se trata de
simular el paseo marítimo o el jardín con vistas al mar que, por ejemplo,
Madrid carece dada la gran distancia a la que se encuentra la, para muchos,
soñada playa. Suelos cubiertos alfombrados con imitación de césped, decoración
moderna algo minimalista, en tonos blancos, con el típico complejo de ser
ibicencos en todas partes, camareros insistentes, carta de copas y
consumiciones de altos precios, plagada de ginebras y escasa de refrescos, y
gente, mucha gente. Cuando subimos la entrada era media, pero animada, y a
medida que el sol caía y llegaba la noche el sitio se ponía de bote en bote, y
las mesas que se reservaban para cenar se llenaban con una velocidad
inversamente proporcional al precio que se supone iba a costar el cubierto. Y
chicas. Muchas chicas, decenas de chicas, la mayor parte en compañía,
emparejadas con un chico, pero algunas en grupo de amigas, casi todas ellas
cortadas por un patrón similar, de pitillos entallados, pocas faldas, camisetas
o blusas flojas, sandalias en los pies, de todas las plataformas, suelas y
cordeles imaginables, pelo largo suelto, gafas de sol más o menos aparatosas, e
inmenso móviles con los que hacerse selfies individuales o en grupo casi sin
parar. La mayor parte de las chicas parecían clones de sí mismas, vestidas con
unos tonos de color muy similar, en “nude”, que es lo que se lleva a hora (y
que se lo que es cuando lo veo pero no sabría explicárselo) y cuando tenían las
gafas puestas, que en muchas ocasiones cubrían un gran porcentaje del rostro,
realmente era difícil poder distinguir unas de otras, haciéndose la competencia
entre ellas y el estático maniquí que decoraba el escaparate de la tienda de
moda, da igual cual, en la que todas habían adquirido unos modelitos similares.
En cierto modo la uniformidad era la nota dominante, y no me dejaba de parecer
algo curioso. Era como presenciar réplicas de ese escaparate originario por el
que todas habían pasado para aprovisionarse de la misma confección y encaje.
Supongo que será lo normal, pero a mi no dejaba de extrañarme, de parecerme
algo incluso artificial. Esa, como otras, era una terraza para ver el paisaje
pero, sobre todo para ver el paisanaje y ser visto, para lucir, para mostrar
encantos, dotes, armas, persuasiones, inversión en el modelito, pose y forma de
entalle. Las conversaciones eran indistinguibles y yo, disfrutando de la mía
con GMF, era ajeno a las mismas, pero me hubiera gustado hacer un pequeño
sondeo para comprobar si de lo que se hablaba en muchos de esos grupos era tan
similar a la estética que en ellos se repetía. Quizás fuera así, quizás no, me
quedaré con la duda de no poder saberlo.
Cuando ya llegó la noche mi acompañante y yo nos
fuimos de la terraza y tras dar un paseo por el centro, nos separamos para ir
cada uno a nuestro destino, con la promesa de quedar nuevamente en el futuro,
en la confianza de que no sea dentro de mucho tiempo (trabajo, concédenos ese
privilegio) y en la seguridad, al menos por mi parte, de que ella no, pero yo
había pasado un rato en un entorno de lo más ajeno a mi (con lo poco que
aprecio la moda, la pose y la ropa) pero que había sido como una especie de
incursión en un nuevo ecosistema. Como un furtivo, me había adentrado en una
selva desconocida, y lo que allí vi me causó tanto asombro como curiosidad.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho esta entrada. Escribes increíblemente bien, has conseguido que me forme una imagen muy clara del entorno que te rodeaba, como una fotografía mental. Seguiré mirándome más a menudo tus textos, siento no haberlo hecho demasiado hasta ahora. Por cierto, tienes un email :)
OOHH!!! Trato de aprender de los maestros como tú... muchísimas gracias!!!!
Publicar un comentario