Este
Viernes se conoció la noticia de la muerte de Jaumer Vallcorba, nombre que
a muchos no les dirá nada, pero que ha sido uno de los puntales de la cultura
en España durante décadas. Listo, culto, políglota, Vallcorba fundó una editorial
en Cataluña llamada Quaderns Crema,
que adquirió nombre y prestigio con inusitada rapidez. A finales de los noventa
quiso expandirse y, con el mismo rigor y criterio, fundar una editorial en
castellano. Algunos le dijeron que eso era una aventura muy peligrosa, como
arrojarse desde un acantilado, y fue ese nombre, Acantilado, el que escogió para
bautizarla, y de logo, un hombre cayendo desde lo alto.
La figura del editor es básica
para que usted y yo podamos leer lo que a alguien se le ha ocurrido escribir.
En estos tiempos de internet, y de la devaluación de la cultura, la autoedición
parece como una de las alternativas de creador para dar a conocer su obra, pero
durante muchos años, y aún creo que así seguirá por un tiempo, la figura del
editor profesional ha sido y es clave para que la obra pueda difundirse y
triunfar. Muchos han sido autodidactas, enamorados de un producto muy especial,
el libro, y deseosos de crearlos, a sabiendas de que no eran capaces de
escribirlos pero sí de fabricarlos. Con el paso del tiempo la edición se ha
profesionalizado mucho, los sellos independientes han sido absorbidos por
grandes casas, que en principio mantienen el nombre de la editora original,
pero que controlan completamente el proceso de selección de autores y
producción y distribución, y si alguna vez hubo editores conocidos hace tiempo
que eso ha dejado de ser así. Vallcorva era uno de los últimos editores independientes
que quedaban en España. Todavía los hay, como Sigrid Kraus al frente de
Salamandra, por poner un nombre más o menos famoso, pero la verdad es que ya
son muy pocos. Desde su posición, y con una economía saneada gracias a su
trabajo universitario, Vallcorba decidió crear una editorial que fuera a
contracorriente del resto, editando títulos señeros que el resto rechazaban por
su, en principio, escaso valor comercial. Con un diseño pulcro, de corte
clásico, tipografía clara, buen papel, precio no barato y aspecto llamativo,
Acantilado empezó a asomarse en las librerías en 1999 con autores que sonaban a
algunos, a otros no, pero que tenían un valor inmenso en su conjunto. Zweig,
Kertesz, Argullol, Joseph Roth… nombres procedentes muchos del centro y este
europeo, que en algunos casos tenían obras ya publicadas en España, pero de
manera ocasional y dispersa, difíciles en todo caso de encontrar. Sin sucumbir
al éxito fácil ni al título ganador, Acantilado fue labrándose una fama de
calidad a toda costa y, maravilla, comenzó a ser rentable. Sus ediciones
empezaban a venderse bien, y algunos de esos autores por los que nadie hubiera
dado un duro subieron poco a poco en las listas de ventas y, sin llegar nunca a
coparlas, se convirtieron en títulos de gran tirada, beneficio y distribución.
A medida que la editorial progresaba Vallcorba no bajó en ningún momento el
listón de la calidad ni el rigor con el que seleccionaba los títulos, entre los
que empezó a incluir clásicos que también funcionaban. Hace pocos años se
atrevió a reeditar los Ensayos de Montaigne en un solo tomo, de grandes
dimensiones, y precio acorde (motivo por el que aún no me lo he comprado) y se
convirtió en uno de los títulos de la temporada, sorprendiendo a críticos y
demás miembros de la profesión, que no hubieran apostado nunca por ello. Ya se
produjo un fenómeno similar un par de años antes cuando reeditó la biografía clásica
que James Bowell escribió sobre el poeta y ensayista inglés Samuel Johnson.
Vallcorba se va a una edad, sesenta y nueve
años, que hoy en día es considerada aún como temprana, pero deja un legado
enorme a sus espaldas. Durante este fin de semana los elogios a su figura y
trabajo han sido constantes, y no ha abierto los telediarios, pero se merecía,
la inmensa labor cultural que ha desarrollado a lo largo de su vida. Muchos son
los libros de Acantilado que tengo en mi casa, ninguno ha salido malo. Con
todos ellos he aprendido algo y, desde luego, he pasado un rato magnífico entre
sus páginas. Su pérdida es dolorosa para los que hemos tenido en esa editorial
un referente a lo largo de estos años. A sus sucesores corresponde mantener el
legado y estilo que el gran Vallcorba nos enseñó.
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