martes, agosto 26, 2014

A la muerte de un editor (para Jaume VAllcorba)


Este Viernes se conoció la noticia de la muerte de Jaumer Vallcorba, nombre que a muchos no les dirá nada, pero que ha sido uno de los puntales de la cultura en España durante décadas. Listo, culto, políglota, Vallcorba fundó una editorial en Cataluña llamada Quaderns Crema, que adquirió nombre y prestigio con inusitada rapidez. A finales de los noventa quiso expandirse y, con el mismo rigor y criterio, fundar una editorial en castellano. Algunos le dijeron que eso era una aventura muy peligrosa, como arrojarse desde un acantilado, y fue ese nombre, Acantilado, el que escogió para bautizarla, y de logo, un hombre cayendo desde lo alto.

La figura del editor es básica para que usted y yo podamos leer lo que a alguien se le ha ocurrido escribir. En estos tiempos de internet, y de la devaluación de la cultura, la autoedición parece como una de las alternativas de creador para dar a conocer su obra, pero durante muchos años, y aún creo que así seguirá por un tiempo, la figura del editor profesional ha sido y es clave para que la obra pueda difundirse y triunfar. Muchos han sido autodidactas, enamorados de un producto muy especial, el libro, y deseosos de crearlos, a sabiendas de que no eran capaces de escribirlos pero sí de fabricarlos. Con el paso del tiempo la edición se ha profesionalizado mucho, los sellos independientes han sido absorbidos por grandes casas, que en principio mantienen el nombre de la editora original, pero que controlan completamente el proceso de selección de autores y producción y distribución, y si alguna vez hubo editores conocidos hace tiempo que eso ha dejado de ser así. Vallcorva era uno de los últimos editores independientes que quedaban en España. Todavía los hay, como Sigrid Kraus al frente de Salamandra, por poner un nombre más o menos famoso, pero la verdad es que ya son muy pocos. Desde su posición, y con una economía saneada gracias a su trabajo universitario, Vallcorba decidió crear una editorial que fuera a contracorriente del resto, editando títulos señeros que el resto rechazaban por su, en principio, escaso valor comercial. Con un diseño pulcro, de corte clásico, tipografía clara, buen papel, precio no barato y aspecto llamativo, Acantilado empezó a asomarse en las librerías en 1999 con autores que sonaban a algunos, a otros no, pero que tenían un valor inmenso en su conjunto. Zweig, Kertesz, Argullol, Joseph Roth… nombres procedentes muchos del centro y este europeo, que en algunos casos tenían obras ya publicadas en España, pero de manera ocasional y dispersa, difíciles en todo caso de encontrar. Sin sucumbir al éxito fácil ni al título ganador, Acantilado fue labrándose una fama de calidad a toda costa y, maravilla, comenzó a ser rentable. Sus ediciones empezaban a venderse bien, y algunos de esos autores por los que nadie hubiera dado un duro subieron poco a poco en las listas de ventas y, sin llegar nunca a coparlas, se convirtieron en títulos de gran tirada, beneficio y distribución. A medida que la editorial progresaba Vallcorba no bajó en ningún momento el listón de la calidad ni el rigor con el que seleccionaba los títulos, entre los que empezó a incluir clásicos que también funcionaban. Hace pocos años se atrevió a reeditar los Ensayos de Montaigne en un solo tomo, de grandes dimensiones, y precio acorde (motivo por el que aún no me lo he comprado) y se convirtió en uno de los títulos de la temporada, sorprendiendo a críticos y demás miembros de la profesión, que no hubieran apostado nunca por ello. Ya se produjo un fenómeno similar un par de años antes cuando reeditó la biografía clásica que James Bowell escribió sobre el poeta y ensayista inglés Samuel Johnson.

Vallcorba se va a una edad, sesenta y nueve años, que hoy en día es considerada aún como temprana, pero deja un legado enorme a sus espaldas. Durante este fin de semana los elogios a su figura y trabajo han sido constantes, y no ha abierto los telediarios, pero se merecía, la inmensa labor cultural que ha desarrollado a lo largo de su vida. Muchos son los libros de Acantilado que tengo en mi casa, ninguno ha salido malo. Con todos ellos he aprendido algo y, desde luego, he pasado un rato magnífico entre sus páginas. Su pérdida es dolorosa para los que hemos tenido en esa editorial un referente a lo largo de estos años. A sus sucesores corresponde mantener el legado y estilo que el gran Vallcorba nos enseñó.

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