Hoy 14 de Agosto, mitad del mes
de vacaciones por excelencia, se abre la puerta al puente más utilizado del
año, el del 15, en el que más fiestas patronales se producen, viajes cortos
entre pueblos y juergas al calor del sol y a la sombra de la noche. Quizás sea
en estos días cuando más cantidad bruta de españoles estén de vacaciones,
empezándolas, terminándolas o a medias, a la búsqueda del ocio que tan esquivo
o lejano se muestra durante las largas jornadas laborales del resto del año.
Leer es una de las alternativas más placenteras para poder disfrutar de ese
merecido descanso, aunque como todas las industrias, también la del libro vive
su crisis, agudizada en este caso por el cambio tecnológico.
Ayer, en mi camino de vuelta a
casa, no éramos muchos los que viajábamos en mi vagón de metro, así que pude
hacer un pequeño estudio muestral, nada significativo, pero que arroja un
resultado poco sorprendente. Otra persona y yo íbamos leyendo un libro en
papel. Uno leía un libro electrónico, dos o tres miraban a las musarañas sin
prestar atención a nada en especial y el resto, una docena pasada, estaban con
su Smartphone, mirándolo, tecleando, pasando páginas o haciendo cualquier otra
cosa. Menos de la mitad de esos usuarios llevaban los auriculares puestos. No
podía ver las pantallas, así que no se decirles qué era lo que miraban, pero
por la velocidad de tecleo de varias manos el whatsapp parecía el dominante
entre la audiencia Smart. Creo que si repetimos el estudio en cualquier otro
medio de transporte público, sala de espera, lugar de reunión, banco en el
parque o el sitio que les apetezca el resultado será muy similar. Parece que
las pantallas han destronado al resto de productos de ocio, y su consumo y
presencia, lejos de frenarse, no deja de crecer gracias a su cada vez mayor
tamaño, mejores prestaciones y la invasión constante de aplicaciones de utilidad
más o menos práctica, pero que en todo caso parecen ser capaces de cubrir
cualquier demanda. A la hora del disfrute del ocio dos son los condicionantes
que discriminan lo que podemos hacer. Uno es la renta que tenemos para comprar
algo que nos entretenga y otro es el tiempo libre para emplearlo en ello. Hasta
hace unos años el libro era un buen producto medido en ambos sentidos ya que,
aunque no es barato, proporciona mucho tiempo de ocio por un precio dado, por
lo que acaba saliendo muy rentable. Esa quizás fue la baza que permitió que las
ventas aguantasen bien el primer envite de la crisis, dando una imagen de
fortaleza que, a la larga, se mostró un espejismo. La constante erosión de la
renta, y por ello el encarecimiento relativo del libro, unido a la competencia
de las pantallas y a la piratería, que llegó al mundo de la lectura con el
libro digital, ha hecho que las ventas caigan año tras años, y con ellas la
facturación de editoriales y resto de agentes involucrados en el mundo del
libro, que ven como el sector empieza a estar cada vez más arrinconado. La
venta de libros, de manera peligrosa, se estacionaliza, funcionando bien en
momentos señalados como la Navidad, Sant Jordi o la Feria del libro, pero
cayendo en picado fuera de esas fechas. Editoriales alternativas y locales que
aúnan lectura con ocio y copas funcionan, pero las librerías de toda la vida cierran
poco a poco y las grandes cadenas apenas pueden sacar margen frente a monstruos
como Amazon, lo que origina pleitos como el que ahora se vive en Francia,
de gran importancia para el futuro del sector. En definitiva, y un poco como le
sucede a la prensa, la crisis del libro, por así llamarla, se deriva de unaparente cambio de gustos de la población y la lucha entre soportes, con los
digitales tratando de mandar a todos los demás al baúl de las reliquias.
¿Implica eso que se lee más o menos? Esa sería
la pregunta fundamental. En ese caso el problema no es de soportes, sino de
alternativas. Bombardeados como estamos de múltiples ofertas para ocupar el
tiempo de ocio que, siempre, incluso en agosto, es limitado, leer es una
actividad que debe competir con el deporte, la charla con los amigos, ver
series, jugar online, visitar museos, conocer la naturaleza, y miles de cosas
que a ustedes se les puedan ocurrir. Creo que la lectura sobrevivirá siempre,
porque aporta algo que ningún otro tipo de ocio es capaz de dar, pero no tengo
ninguna certeza sobre qué es lo que sucederá con los soportes y el mundo
comercial y empresarial organizado en torno al libro. Vivimos tiempos de
cambios profundos, y este y otros sectores están en primera línea en lo que hace
a la supervivencia de los más aptos en el mundo de la selva digital.
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