Novena
noche, si no me equivoco, de disturbios en Ferguson, una zona residencial
situada en el extrarradio de Snat Louis, capital del estado de Misuri. La
muerte a tiros de un joven negro llamado Michel Brown a manos de la policía
fue la mecha que encendió unas protestas que empezaron en poca cosa y han
acabado en toques de queda nocturno y en el envío de la Guardia Nacional, una
especie de policía federal con competencia en todos los estados de la Unión, y
que sólo se despliega en casos muy especiales. El barrio es ahora mismo el
epicentro de un problema que, día a día, parece no dejar de crecer.
La presidencia de Obama parece
estar últimamente regida por la ley de Murphy en todas sus extensiones, porque
no dejan de aparecer frentes que, a cada cual más complejo, la sumen en el
desconcierto y la aparente inoperancia. Al desmadre iraquí, que no ha hecho más
que comenzar en esta nueva e incierta fase se une ahora un problema interno,
que toca el asunto racial, algo muy sensible para todos los americanos, y que
de rebote vuelve a poner en evidencia las formas y modos de actuación de la
policía federal en EEUU, que parece seguir la máxima de primero dispara y luego
pregunta, y el deterioro de la clase media del país, azotada por años de crisis
económica. Es muy probable que ni en la época dorada Ferguson fuera un lugar
envidiable para vivir, en comparación al resto del país. Sito en un estado de
renta media baja, en el medio oeste, su población es mayoritariamente negra y
de ingresos no muy elevados. La crisis económica, que ha azotado con fuerza al
país, se ha cebado en la clase media del mismo, como ha pasado en España, clase
media que no logra recuperar ni su nivel de vida pasado ni las expectativas de
futuro. Así, en una zona que económicamente no está bien, el problema del
racismo puede exacerbarse hasta provocar un conflicto social que latía en el
fondo de esa sociedad. En España, curiosamente, y frente a lo que muchos, con
cierta lógica, pronosticaban, hemos tenido muy pocos casos de violencia
desatada por motivos de la crisis, y creo que sólo el caso de Gamonal en
Burgos, a principios de este año, puede ser considerado como una revuelta en la
que la crisis y sus consecuencias, de pobreza y de indignación, han estado en
la base de aquellas revueltas, que en todo caso parecen alegres ejercicios
infantiles en comparación a lo que se vive en Ferguson. Los días de altercados
de esa localidad estadounidense también han puesto sobre la mesa el problema,
del que nadie sabía nada fuera de EEUU, de la cada vez más intensa
militarización de la policía en ese país. No es sólo que mucha de su
indumentaria y material de trabajo proceda de contratas y sobrantes de la
guerra de Irak, lo que le otorga una potencia de fuego y capacidad de
amedrentamiento realmente pasmosa, sino que muchos de sus protocolos de
actuación se están convirtiendo en reglas de batalla, en consignas y
estructuras que parecen destinadas más a protegerse de la población civil y
someterla que a ayudarla y protegerla. Súmese a ello el largo expediente de
“mano ligera” que tienen los cuerpos allí, siendo incontables los vídeos que
hemos visto de palizas y demás abusos por parte de la autoridad, y tenemos
todos los elementos en la mesa para que lo de Ferguson se convierta, como ya
es, en una crisis nacional que empieza a poner en apuros a Obama y empaña la
imagen de su presidencia. Su vuelta de vacaciones, de momento temporal, debiera
ser definitiva para tratar de ponerse al frente de la manifestación y conseguir
controlar este rebrote de violencia que muestra de lo peorcito que anida en la
sociedad estadounidense.
En general, en EEUU hay un problema de fondo
sobre la gestión de la violencia. Es cierto que los niveles de la misma han
descendido mucho en estas últimas décadas, pero en general sigue en tasas que
superan en muchísimo a las que se puedan registrar en las naciones europeas. Si
habitualmente digo que Europa debe copiar lo bueno de EEUU e implantarlo, no es
menos cierto que ese acto de copiado también debiera ser simétrico, y EEUU
tendría que plantearse qué ocurre en su sociedad para que el recurso al
disparo, al arma, tan extendida entre la población, sea casi la respuesta
instintiva a todos los problemas.
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