Hace unos días se supo que el
actor Robin Williams volvía a ingresar en una clínica de desintoxicación para
tratarse de su adicción al alcohol y la cocaína, en una de esas historias que
se repiten día a día con casi todos los personajes famosos. Hoy,
tristemente, la noticia es que ha sido hallado muerto en su casa de San
Francisco, en lo que parece un suicidio. Quizás el actor no pudo con esta
crisis, le desbordó, fue la última en la que la botella, contenedor de drogas
que consideramos legales y sanas, y que matan como cualquier otra, le reflejó
su rostro y lo que le mostró al bueno de Robin fue algo tan deforme y siniestro
que ya no pudo aguantarlo. La autopsia aclarará algo de las causas físicas,
sobre los motivos nada sabremos.
Robin Williams era un gran actor,
con tendencia al dramatismo y la gesticulación algo descontrolada, lo que le
servía para caracterizar papeles no tan serios como los que le corresponderían
por físico y edad. Jumanji, PAtch Adams o Señorita Doubtfire son ejemplos de
esa vena cómica que corría en él. Pero los papeles serios los bordaba. Le
concedieron un óscar por su interpretación en El indomable Will Hunting en 1998.
Pero por encima de todas, en mi modesta opinión, Williams se convirtió en el
actor con mayúsculas por su papel en el El club de los poetas muertos, una
fabulosa película que nos conmovió a muchos cuando la estrenaron, y que, al
menos es mi caso, no logré entender hasta bastante tiempo después. En ella
Williams interpreta a ese profesor, en este caso de literatura, pero daría
igual la materia, que todos hemos soñado tener alguna vez y que, en general, no
hemos conocido. Vitalista, desbordante, lleno de pasión y, sobre todo,
enamorado de la materia que imparte. El señor Keating, que así se llama el
protagonista de la película, llega a un elitista internado de Nueva Inglaterra
donde se forman los hijos de los patricios de la costa este norteamericana, los
que algún día regirán los destinos de su país y, en buena manera, el mundo. En
ese ambiente disciplinario y rígido, a imagen y semejanza de los colleges
ingleses, la poesía es una asignatura obligada pero carente de contenido y
fuerza. Es una “maría” que se memoriza y aprueba. En su aparición en clase,
Keating empieza por ordenar arrancar las páginas del libro de texto que usan
los alumnos, que estudia la poesía de manera mecánica, como si de preparar una
oposición se tratase, y empieza a despertar en sus alumnos el innato amor que
nace en el alma humana para la declamación, para la admiración de la belleza y
el gusto por la rima. A medida que la película avanza vemos como esa pasión que
Keating desborda en cada clase se extiende entre su alumnado, y prende, más en
unos que en otro, y la poesía empieza a calentar los corazones de los que la
acogen, y llenar sus mentes de palabras, frases, ideas y sentimientos. Y el
espectador no puede evitar contagiarse de esa locura que poco a poco rompe las
rigideces de la escuela, que chirría con cada frase que es pronunciada, en
público o, cada vez más, en la clandestinidad, por parte de unos alumnos que
descubren que el rendirse ante la belleza tiene un alto precio en un entorno
que no consiente ni su existencia ni su aprecio. La historia culmina con un desenlace
trágico, en el que también se produce un suicidio, y la expulsión de Keating
del colegio por parte de la junta rectora, con el acuerdo de la mayoría de los
padres, y la desolación de sus alumnos más queridos.
Y entonces llega esa escena final
en la que, con el profesor en el canto de la puerta del aula, mirando por
última vez a la clase, con sus humildes trastos de enseñanza en la cartera, un
primer alumno se sube de pie encima de la mesa, ante la furiosa mirada del
nuevo y severo profesor, y mirando a Keating, Williams, vuelve a gritar ese ¡Oh
Capitán, mi Capitán!, el grito de guerra de los poetas seguidores del maestro
que les servía como lema y seña de unión. Y poco a poco más y más alumnos se
suben también a sus mesas y gritan en alto la devoción a su capitán que,
emocionado, no puede contener las lágrimas ante semejante muestra de entrega y
pasión. Y Keating se va, y con él la poesía de ese colegio. Esta noche también
se acabó la poesía para la torturada alma de Robin Williams. Descansa en paz, Capitan!!!!!
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