Tras mes y medio de bombardeos,
incursiones, lanzamiento de cohetes, muerte y destrucción, Israel
y Hamás han alcanzado un compromiso de alto el fuego que se anuncia como
indefinido, pero que la experiencia en la zona lo hace ver como
provisional. Estamos demasiado acostumbrados a ver acuerdos de paz y
compromisos de no ataque que acaban siendo papel mojado cuando baterías de
cohetes se lanzan contra territorio israelí o, como sucedió en esta ocasión, se
produce el secuestro y asesinato de niños inocentes por parte de alguno de los
brazos que conforman esa hidra llamada Hamás. A ver lo que dura esta paz, ojalá
sea mucho.
Esta vez los destrozos causados
por esta guerra han sido tan intensos, y el número de víctimas tan elevado, más
de dos mil por parte palestina y casi setenta por parte israelí que,
seguramente, ambas partes deseaban alcanzar un pacto que les permitiera
descansar, reponerse de sus heridas y bajas, y recuperar fuerzas, quien sabe si
para nuevos ataques futuros. El resultado de la ofensiva israelí, denominada
“margen protector” ha sido, a mi entender, un fracaso. Fracaso porque a ojos de
todo el mundo Israel ha sido el perdedor moral de esta guerra, en la que las
imágenes que nos llegaban eran de palestinos sepultados bajo los escombros de
edificios que Israel derribaba con una facilidad pasmosa. En frente Hamás,
organización terrorista islamista de corte radical, aunque moderada si los
comparamos con los psicópatas del Estado Islámico, aunque las ejecuciones que
ha practicado en estos últimos días han servido para recordar al mundo qué tipo
de gente son, ha salido derrotada en lo militar pero, me temo, fortalecida en
lo moral. Indiferente como es a la suerte de los palestinos, a los que retiene
en esa cárcel, cada niño que Israel mataba era un triunfo para los islamistas,
una baza de propaganda impagable y, casi seguro, la conversión de parte de la
familia del menor asesinado en nuevas huestes para la causa. Sus estructuras
militares han sido muy golpeadas, su stock de cohetes debe estar bajo mínimos y
se ha demostrado que, por si había dudas, no puede ganar una guerra a Israel,
pero también ha quedado claro que es mucho más molesta y peligrosa de lo que
pudiera pensarse. El día en el que consiguió cerrar el aeropuerto de Tel Aviv
al lograr que un misil impactara en sus proximidades consiguió un golpe de
efecto muy importante, de un enorme valor propagandístico. Mes y medio de
ofensiva la han debilitado, sí, pero en el balance de la guerra a los ojos del
mundo, el ganador moral de la misma es Hamás, y en este sentido se ha reducido
el margen protector de Israel, por usar la expresión con la que fue bautizada
la operación armada. Como en ocasiones anteriores Israel ha respondido como un
toro encabritado ante la provocación que Hamás, muleta en mano, le lanzaba, a
sabiendas de que respondería de esa manera. Hoy Israel no es mucho más seguro
que hace mes y medio, y es vista con muchos peores ojos por el resto del mundo.
Hoy Gaza es una enorme escombrera que huele a cadáver putrefacto, pero en la
que la bandera islamista de Hamás sigue ondeando. El balance de la guerra, por
tanto, es confuso, gris y mucho más complejo de lo que pudiera parecer al leer
los artículos banderizos que, como no, pueblan los medios de comunicación
españoles.
Lo único que está claro es que los perdedores, absolutos,
son los palestinos que viven en la franja. Secuestrados y utilizados como
escudos humanos por Hamas, asaetados por el ejército israelí, al que poco le
preocupa su suerte, y olvidados por el resto del mundo, su vida es mísera y,
tras la guerra, aún más pobre y carente de futuro. Su desgracia es doble y,
salvo salir de ahí, no se me ocurre otra alternativa posible para la gente que,
sita en ese trozo de tierra, aspira a llevar una vida mejor, o al menos digna.
Esos son los que han salido derrotados de esta guerra, y de todas las
anteriores. Y que a nadie le importan.
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