miércoles, agosto 27, 2014

Alto el fuego en Gaza


Tras mes y medio de bombardeos, incursiones, lanzamiento de cohetes, muerte y destrucción, Israel y Hamás han alcanzado un compromiso de alto el fuego que se anuncia como indefinido, pero que la experiencia en la zona lo hace ver como provisional. Estamos demasiado acostumbrados a ver acuerdos de paz y compromisos de no ataque que acaban siendo papel mojado cuando baterías de cohetes se lanzan contra territorio israelí o, como sucedió en esta ocasión, se produce el secuestro y asesinato de niños inocentes por parte de alguno de los brazos que conforman esa hidra llamada Hamás. A ver lo que dura esta paz, ojalá sea mucho.

Esta vez los destrozos causados por esta guerra han sido tan intensos, y el número de víctimas tan elevado, más de dos mil por parte palestina y casi setenta por parte israelí que, seguramente, ambas partes deseaban alcanzar un pacto que les permitiera descansar, reponerse de sus heridas y bajas, y recuperar fuerzas, quien sabe si para nuevos ataques futuros. El resultado de la ofensiva israelí, denominada “margen protector” ha sido, a mi entender, un fracaso. Fracaso porque a ojos de todo el mundo Israel ha sido el perdedor moral de esta guerra, en la que las imágenes que nos llegaban eran de palestinos sepultados bajo los escombros de edificios que Israel derribaba con una facilidad pasmosa. En frente Hamás, organización terrorista islamista de corte radical, aunque moderada si los comparamos con los psicópatas del Estado Islámico, aunque las ejecuciones que ha practicado en estos últimos días han servido para recordar al mundo qué tipo de gente son, ha salido derrotada en lo militar pero, me temo, fortalecida en lo moral. Indiferente como es a la suerte de los palestinos, a los que retiene en esa cárcel, cada niño que Israel mataba era un triunfo para los islamistas, una baza de propaganda impagable y, casi seguro, la conversión de parte de la familia del menor asesinado en nuevas huestes para la causa. Sus estructuras militares han sido muy golpeadas, su stock de cohetes debe estar bajo mínimos y se ha demostrado que, por si había dudas, no puede ganar una guerra a Israel, pero también ha quedado claro que es mucho más molesta y peligrosa de lo que pudiera pensarse. El día en el que consiguió cerrar el aeropuerto de Tel Aviv al lograr que un misil impactara en sus proximidades consiguió un golpe de efecto muy importante, de un enorme valor propagandístico. Mes y medio de ofensiva la han debilitado, sí, pero en el balance de la guerra a los ojos del mundo, el ganador moral de la misma es Hamás, y en este sentido se ha reducido el margen protector de Israel, por usar la expresión con la que fue bautizada la operación armada. Como en ocasiones anteriores Israel ha respondido como un toro encabritado ante la provocación que Hamás, muleta en mano, le lanzaba, a sabiendas de que respondería de esa manera. Hoy Israel no es mucho más seguro que hace mes y medio, y es vista con muchos peores ojos por el resto del mundo. Hoy Gaza es una enorme escombrera que huele a cadáver putrefacto, pero en la que la bandera islamista de Hamás sigue ondeando. El balance de la guerra, por tanto, es confuso, gris y mucho más complejo de lo que pudiera parecer al leer los artículos banderizos que, como no, pueblan los medios de comunicación españoles.

Lo único que está claro es que los perdedores, absolutos, son los palestinos que viven en la franja. Secuestrados y utilizados como escudos humanos por Hamas, asaetados por el ejército israelí, al que poco le preocupa su suerte, y olvidados por el resto del mundo, su vida es mísera y, tras la guerra, aún más pobre y carente de futuro. Su desgracia es doble y, salvo salir de ahí, no se me ocurre otra alternativa posible para la gente que, sita en ese trozo de tierra, aspira a llevar una vida mejor, o al menos digna. Esos son los que han salido derrotados de esta guerra, y de todas las anteriores. Y que a nadie le importan.

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