Como la mañana de hoy en Madrid,
sometida a un fuerte vendaval de lluvia y hojas arrancadas de los árboles, así
fue de violento el desplome de los precios del petróleo registrado ayer en los
mercados tras el anuncio de la falta de acuerdo para recortar la producción
que se debatía en la reunión de la OPEP de Viena. Había varias opiniones que
decían que, aunque modesto, ese recorte se podría acordar, pero finalmente no
fue así, y la OPEP, que ya sólo controla un tercio de la producción mundial, se
levantó de la mesa mucho más pobre que cuando se sentó, aunque sospecho que las
sensaciones serían muy distintas entre todos sus miembros.
Ya les comenté hace unos días que
Juego de Tronos es una serie de corte infantil y desenfadado en comparación a
la batalla campal que se vive en el mercado mundial de petróleo. A medida que
pasan los días y que los precios, lejos de remontar, encaran una espiral
bajista, que los hace perder ya un tercio de su valor desde los máximos de este
año, las consecuencias no dejan de producirse. Al nivel de entorno a los 70$ a
los que cerró el barril ayer parte de las explotaciones de fracking
norteamericanas, que son las que han inyectado más petróleo nuevo en el mercado
en estos últimos años, empiezan a no ser rentables, por lo que el golpe bajo
que, presuntamente, los países del Golfo quieren asestar a las nuevas
tecnologías norteamericanas empieza a dar en donde más le duele a Washington.
Como la economía norteamericana crece, de manera envidiable para nosotros,
posee suficiente músculo para aguantar este envite durante un tiempo, pero no
es ese el caso de otros países productores, sean de la OPEP o no. Nigeria,
Rusia, Irán o Venezuela, por poner los casos más claros, observan con terror
como sus presupuestos nacionales, dependientes como yonkis compulsivos del
precio del crudo, se hacen añicos, y sus déficits exteriores escalan a cifras
insostenibles. Esos países no pueden aguantar mucho tiempo con estos precios y,
de consolidarse a los niveles de ayer, no pasara mucho antes de que sus
gobiernos se vean obligados a aplicar duros recortes de gasto y, en paralelo,
se produzcan disturbios sociales, revueltas y otro tipo de escenarios
similares. En el plano internacional estos países evidentemente van a perder
poder, tanto de influencia indirecta como de ejercicio puro del mismo. El
conflicto Rusia Europa al respecto de Ucrania, o las negociaciones de Irán con
las potencias occidentales sobre su programa nuclear van a verse afectadas muy
directamente, por poner dos ejemplos de gran importancia, porque en ambos casos
el actor díscolo, por así llamarlo, pierde poder a cada dólar que baja el
barril de crudo. Tensar la cuerda en la mesa y dilatar las negociaciones es
ahora mismo una buena táctica por parte de occidente para hacer que la quiebra
del oponente se vaya cociendo a un fuego cada vez más vivo. En esta partida
también hay actores que tienen un corazón “partío” como decía la canción. Un
caso obvio es el de EEUU. El bajo precio le hace mucho daño a su industria
nacional de fracking, como hemos visto, pero beneficia al conjunto de sus
ciudadanos al reducir la factura energética que pagan y debilita, como vemos, a
algunos actores regionales con los que se encuentra enemistado. ¿Qué es mejor
para los norteamericanos? Pues depende. Las empresas petroleras, muchas de
ellas afincadas en aquel país, van a ver cómo sus cuentas de resultados se
deterioran a marchas forzadas a medida que el valor de lo que venden y de lo
que mantienen almacenado cae con ganas, y muchas inversiones futuras de
exploración se frenarán al no ser ni rentables ni necesarias, en un mercado
saturado de producto.
Dos aparentes ganadores de este juego, y por vía
indirecta, son Europa y China. Ambos consumen mucho, producen muy poco y tienen
que comprarlo casi todo, por lo que pueden aprovechar para reducir sus facturas
y aumentar sus provisiones, hecho este último que China está llevando a cabo
sin perder tiempo alguno. En
Europa, sin embargo, hay un reverso negativo, porque este fenómeno agudiza la
espiral deflacionista en la que algunas economías, como la nuestra, parecen
haberse instalado, y puede tener consecuencias no deseadas, que Draghi observa
asombrado desde su torre del BCE. Y miles de derivadas más de un fenómeno que
empieza a adquirir dimensiones de cisne negro y que, por definición, tendrá
grandes y profundas consecuencias.