Reino Unido es un país muy
peculiar. Siguen orgullosos de ser una isla, conducen por la izquierda y echan
vinagre y otras salsas raras a cosas que denominan comida. Electoralmente
también son muy suyos. Votan en jueves, en donde mejor les parezca (pubs, colegios,
gimnasios, etc) carecen de datos de participación y, diez horas después del
cierre de los “colegios” aún no sabemos el resultado escrutado en un porcentaje
significativo. Si eso pasase aquí nos llamaríamos de todo menos bonito. Si pasa
allí, es su peculiaridad. Así habrá que tomárselo.
A
tenor de la encuesta a pie de urna realizada por la prestigiosa BBC,
Cameron ha hecho saltar la banca electoral y se ha llevado un premio gordo que
ninguna encuesta anterior fue capaz de pronosticar. Sobre 650 escaños a
repartir, los conservadores parecen haber superado claramente la barreara de
los 300, situándose según el sondeo en 316, apenas a 10 guarismos de la mayoría
absoluta. Ese es el resultado que parecen haber alcanzado los liberales
demócratas de Nick Clegg, actuales socios de Cameron, que ha sufrido el ya
conocido síndrome de la fagocitación que padece el pequeño que se asocia con el
grande. Curiosamente, y pese al mal resultado, la posibilidad de reeditar el
pacto con Cameron sería una oportunidad para que el partido, camino de un valor
cada vez más menguado, mantenga una cierta cota de poder. Los laboristas, a los
que los sondeos previos daban como casi empatados con los conservadores, se han
estrellado, quedando muy por detrás de las huestes de Cameron. Es un muy mal
resultado para ellos, que tendrán que analizar con detalle. ¿Las causas? Es
difícil decirlo tan apresuradamente. Quizás el mensaje de fortaleza económica
de los conservadores ha ganado entre el electorado común. También se ha dicho
en bastantes ocasiones que el candidato laborista, Ed Miliband, era un
personaje extraño, friky para algunos, y que no despertaba una simpatía inmensa
ni entre su electorado propio ni, desde luego, el opuesto. Pero lo que sí es
seguro es que el desastre laborista tiene una vinculación muy directa con la
otra gran sorpresa de la noche, la arrasadora victoria del nacionalismo
escoces. Los nacionalistas se han hecho con 58 de los 59 escaños que aporta
Escocia, sí, sí, 58 de 59. Parece una victoria de esas que se denominan a la
“búlgara” cuando en la época del telón de acero se amañaban las elecciones en
los países del este de Europa. Este resultado, uno de los más interesantes,
preocupantes y necesitados de análisis de los producidos esta noche, se ha dado
en Escocia, terreno laborista por excelencia, y claro, todo lo que se ha
llevado el nacionalismo se lo ha quitado al laborismo, lo que acentúa la
derrota del segundo. Es como si, por poner un símil que no es exacto, en
Cataluña los votantes del PSC desaparecieran para irse a CiU o ERC (bueno, sí
es cierto que los votantes del PSC han desaparecido, pero no se han ido sólo al
nacionalismo). Esta emergencia nacionalista vuelve a poner sobre la mesa el
tema de Escocia, que parecía haberse cerrado tras el referéndum del otoño
pasado, pero que resurge. La victoria de Cameron también hace que otro referéndum,
el de la permanencia del reino Unido en la UE, empiece a asomar en el
horizonte, dado que era una de sus promesas.
¿Es equiparable lo que ha sucedido en el Reino
Unido a lo que pueda pasar en España? Pues ya saben, depende. Hay que tener en
cuenta que el sistema electoral británico, mayoritario puro, hace que se “pierdan”
muchos votos, porque el que gana su circunscripción, aunque sea por un solo voto,
se la lleva, y el resto no consiguen nada. Por eso porcentajes de voto
significativos, como los alcanzados por los demagogos de UKIP, más del 10%, se
traducen en apenas 2 escaños, que es lo que se está barajando ahora. Y eso hace
que la traslación al sistema español, proporcional con circunscripciones de múltiples
escaños, sea casi imposible. Lo único seguro es que los encuestadores deben
estar tirándose de los pelos tras su fracaso. Otra vez será.
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