Amstrong posa su pie en la Luna
en el verano de 1969, el 20 de Julio. Quedaban unos tres años para que yo
naciese, y las misiones Apolo se acabaron en ese mismo año en el que vine al
mundo, 1972. Así, la llegada del hombre a la Luna no es para mi un recuerdo,
sino un hecho de la historia. Cientos, miles de veces he visto esa grabación,
con la voz de Jesús Hermida de fondo, emocionada y tensa, pero con una
satisfacción que, sospecho, embargaba a todos los que estaban viviendo ese
momento desde cualquier parte del mundo. Antonio Muñoz Molina lo cuenta en “El
viento de la Luna” con los ojos de un niño pobre e imaginativo.
Ayer,
a los 77 años, de manera sorpresiva, sin que tuviese ninguna noticia sobre su
posible mal estado de salud, en una noche cubierta que impedía ver la Luna
llena, murió Jesús Hermida. Periodista televisivo, pocos alcanzaron su fama
y se vieron tan imitados, tanto en lo que hacía como en cómo lo hacía. Fue el
primer corresponsal de TVE en EEUU, a finales de los sesenta, y proveniente de
un país gris y cerrado debió quedar deslumbrado por la potencia infinita de un
imperio que, entonces, era aún más prodigioso que ahora, y de una televisión,
la norteamericana, que siempre ha estado por delante. Tuvo la suerte de vivir
grandes acontecimientos, como el citado de la Luna, o el Watergate, pero sobre
todo, y además de ser un gran profesional, aprendió mucho. Vio que otra
televisión era posible, que se podían hacer cosas que en España ni siquiera se
habían imaginado, y que funcionaban. Con el bagaje de sus años de corresponsal
y la mente llena de ideas, vuelve a España, y cuando ya la democracia está asentada,
y se pueden experimentar cosas, Hermida, el fijo en todas las imitaciones de
humoristas y cuñados que se hacen los graciosos, revoluciona la tele. Crea el
formato del magazine, tanto de tarde como de mañana. Inventa ese contenedor de
microespacios en el que entrevistas, tertulias, secciones prácticas y otras
muchas cosas más se suceden de manera ininterrumpida, conducidas en todo
momento por un maestro de ceremonias, él, que ayudado por un grupo de
colaboradores, les otorga una presencia y espacio que hará que, en muchos
casos, sus carreras vuelen de verdad, no como la intelectualidad de Monedero. Ahora
parece obvio, impensable que no exista algo así, pero, por ejemplo, durante
muchos años la emisión televisiva empezaba a las 12 o 2 de la tarde, no estoy
seguro. Por la mañana había carta de ajuste o, a veces, repeticiones para llevar
un hueco. Hermida inventa la mañana televisiva, la crea desde la nada, y todo
lo que ustedes ven ahora es fruto de su trabajo e inventiva. Siempre inquieto,
con la llegada de las privadas ve un nuevo nicho de oportunidad, y sin
abandonar nunca TVE, se pasa a Antena3, donde dirige programas y entra en el
consejo de administración de la cadena. Tanto desde el lado periodístico como
el ejecutivo, todo el mundo habla con asombro de Hermida, de su capacidad de
trabajo, de su inventiva, de su nunca rendirse ni temer los retos que le
pudieran surgir. A medida que la edad le lleva a situarse fuera de la pantalla,
que en España adora antes la juventud que la profesionalidad, son los talentos
que él ha descubierto los que, diseminados por muchas cadenas, llevan su estilo
y lo representan. Hermida deja de salir en escena, se vuelve interior,
ejecutivo, empieza a ser un mito, y son más sus imitaciones que sus presencias.
Su última aparición fue en la entrevista que le hizo al Rey Juan Carlos hace un
par de años, por el 75 cumpleaños. Le llovieron las críticas por su
condescendencia. Como señaló ayer por la noche en la radio un casi lloroso
Ignacio Camacho, muy pocos entendieron aquella entrevista.
Miles de veces he visto a Hermida en televisión,
y me ha gustado de manera intermitente. A veces parecía que el personaje se comía
al periodista, pero su dominio de la escena era total. En 2009, con motivo del
50 aniversario de la llegada a la Luna, TVE organizó un especial el 20 de Julio,
presentado por él, en el que se rodeó de figuras clásicas de la casa, que
contaban su recuerdo de aquel momento, y de jóvenes periodistas del “ente” que
empezaban como becarios o ayudantes en prácticas. Aquel fue quizás el homenaje
encubierto que TVE debía a uno de sus grandes, aunque el programa no se
diseñase para ello. Fue muy emotivo. Debieran reponerlo, ahora que Hermida ya,
desde la Luna, puede verlo como siempre soñó.
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