Esperanza Aguirre siempre ha
hecho lo que le ha dado la gana, y ha podido hacerlo mientras eso le suponía
más votos que sus rivales y le otorgase el poder. Sus desplantes, chulería,
populismo, malas formas, altanería, desprecio a los rivales y compañeros, todo
se le perdonaba porque ganaba de manera absoluta. Nunca ha dado explicaciones
de las tramas corruptas que se extendieron bajo su gobierno en la Comunidad de
Madrid, y siempre se ha sentido por encima del bien y del mal. Como animal
político, nunca defrauda, y para los periodistas, es una joya absoluta, y más
ahora que está completamente fura de sí, tras haber fracasado en las elecciones
municipales.
Sí, Esperanza ha fracasado. No ha
sido la única, desde luego, pero lo ha hecho. En Madrid ciudad, sin ir más
lejos, mayor aún es el fracaso del tertuliano Carmona. En el PP también han
fracasado dirigentes regionales como Bauzá, Fabra, Monago, Cospedal o Rudí, y
desde luego ha fracasado Rajoy. El lunes el presidente del gobierno, en su
comparecencia, tardía, trató de escurrir el bulto y vender una realidad que ni
el mismo se la cree. Y tuvo que ser ayer, en la entrevista de Carlos Alsina en
Onda Cero a Juan Vicente Herrera cuando el líder regional del partido que
mejores resultados ha sacado, precisamente ese, fuera el que abriera la caja de
los truenos de las responsabilidades, el que pusiera un grito, liviano, como
todas las expresiones castellanas, en forma de autocrítica. Apunto Herrera que
a lo mejor no es presidente de la Junta de Castilla y León, lanzó toda una
carga de profundidad contra la estrategia electoral seguida por el PP en el
conjunto de la campaña, y refiriéndose a Rajoy, a preguntas de Alsina, le
recomendó que se mirase al espejo para considerar si realmente es el candidato
que debe presentarse a las generales. Tremendo. Y todo ello, recordemos, de
quien prácticamente ha revalidado su mayoría absoluta, y que posee una oposición
disgregada que no le puede arrebatar el puesto. A lo largo de la tarde, en un
movimiento que desmentía el discurso complaciente del Lunes de Rajoy, fueron
cayendo uno tras otro los barones regionales que, habiendo ganado las
elecciones, saben que han perdido el gobierno, y anunciaban que en los próximos
congresos regionales, algunos a celebrar en pocos meses, no optarán a ser
candidatos, dejando la puerta abierta a otros. Rudi en Aragón, Bauzá en
Baleares y Fabra en la Comunidad Valenciana ayer sí hicieron ejercicio de
responsabilidad política. Sí asumieron, en carne propia, unos resultados
decepcionantes, y esperados, que les han arrebatado la opción de llegar al gobierno
regional. En muchos casos esas dimisiones son más crueles si cabe porque saben que
su pérdida de poder se debe al desastre de gestión realizado desde la central
de Génova en materias como la recuperación económica y la corrupción. Herrera
no es culpable de la Gürtel, ni Bauzá de la Púnica, ni Rudi de Bárcenas, pero
como quien debía haber segado las cabezas que hubieran impedido que esos escándalos
crecieran no lo ha hecho, ellos han expiado las culpas en su nombre. Con sus
errores propios, y cargando muchos de los ajenos, han soportado el voto de
castigo. Su marcha les honra.
Pero Esperanza no. Ella es única. Ella, que
nunca atajó la corrupción que campaba por doquier por su partido, que escurrió
el bulto de la gestión de la crisis para no quemarse, que conspira contra los
suyos y sus superiores cada vez que puede, y que ha sacado un mal resultado que
le quita la opción de ser alcaldesa, no. Ella no. Compareció
ayer para dar una rueda de prensa en la que ofrece la alcaldía al PSOE para que
no gobierne Ahora Madrid, en lo que no es sino una forma absurda de inflar
aún más la expectativa de voto del movimiento que encabeza Manuela Carmena.
Esperanza debió comparecer ayer para, como hicieron otros, admitir su fracaso y
anunciar su marcha, pero prefirió alargar una agonía sin sentido. Ella es así.
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