La noticia es compleja, sórdida,
y revela el submundo que está continuamente en ebullición aunque no seamos
conscientes de ello. El
jefe de un clan serbio dedicado al ropo de casas descubre que su hijo necesita
un trasplante de riñón, y como no es capaz de encontrarlo en los armarios
de las viviendas que desvalija, encuentra un inmigrante, al que ofrece 6.000
euros a cambio de ese órgano. El inmigrante acepta en principio, acuciado por
la necesidad, pero luego se lo piensa dos veces, y entonces empiezan a
chantajearlo y amenazarles para que se tumbe en la camilla y entregue, como si
se tratase del mercader de Venecia, la carne estipulada.
Esta historia de malos malísimos
y bueno pobrísimo pone sobre la mesa, otra vez, el orillado asunto del comercio
de órganos para trasplantes, del que estamos libres en España, salvo
situaciones como la descrita, pero que parece estar a la orden del día en otros
lugares, y digo parece porque de esto sí que no hay información fiable. España
es líder mundial de donaciones, con 36 donantes por millón de habitantes, según
pude oír ayer por la radio, y aun así hay listas de espera de enfermos que
ansían recibir los órganos que les permitan escapar de, sino una muerte
próxima, sí de una vida esclavizada a una máquina. En todo el mundo las listas
son amplias, y hasta que la tecnología permita recrear órganos personalizados,
cosa que puede ser realidad en unas pocas décadas, la demanda es muy superior a
la oferta, y esto hace que, desde una visión económica, el precio suba. El
órgano donado se “cotiza” en un mercado de demanda muy inelástica y oferta
ilegal. Hay voces que reclaman que, para acabar con este problema, se de
libertad a las personas para entregar sus órganos, y que se pueda comerciar con
ellos, de tal manera que el “precio” del riñón bajaría y no sería necesario que
personas de países del tercer mundo sean amputadas para conseguir ese órgano.
Sin embargo este debate es muy vidrioso, porque abre las puertas no sólo a la
plena comercialización de la salud, aún más de lo que ya lo está, sino al hecho
de que los que tengan suficiente dinero puedan comprar su bienestar saltándose
las listas de espera y accediendo a un privilegio que les puede dar, literalmente,
la vida. Para un sistema público de salud esto es impensable, porque es la
lista de espera, el que primero llega, o la prioridad de urgencia, el que peor
está, lo que determina a quién se le implanta el nuevo órgano que se disponga,
y así es como debe seguir siendo. Pero, ¿y la sanidad privada? Hoy en día ya
tenemos centros privados, en España y fuera, en los que pagar mucho dinero
puede representar, en ocasiones, acceder a tratamientos no disponibles en la
sanidad pública. Creo que para las cosas serías de verdad la sanidad pública,
al menos en nuestro país, sigue estando a años luz de la privada, pero esa
sensación de que se puede “comprar” la salud existe en la población. ¿Y cuál es
el límite? ¿Hasta dónde podemos considerar presentable pagar y obtener a cambio
un trato mejor? Si lo único que ofreciese la sanidad privada serían
habitaciones individuales, grandes y muy cómodas, es probable que este debate
no existiera. La mera sensación de que el importe de la cuenta corriente determina
las posibilidades de supervivencia es algo que nos asusta y, en gran parte,
repulsa, pero se produce cada día en muchos países que no poseen un sistema
sanitario asistencial como el nuestro, léase el europeo. Sin irse muy lejos, es
sabido que en EEUU la sanidad es mucho más un asunto de ingresos y costes que
de prestaciones y medicinas.
Noticias como esta de la que hoy hablo nos ponen
ante debates que resultan incómodos, que preferiríamos evitar, pero que tocan
problemas que existen en nuestro día a día, más o menos presente. Prostitución,
drogas, eutanasia, aborto, etc son cuestiones muy complejas, carentes de
soluciones fáciles, inmediatas y sencillas (carentes por completo de ellas en
casi todos los casos) que polarizan mucho nuestras discusiones y nos ponen al
borde de nuestros ideales, prejuicios, valores y creencias. Y estos asuntos, y
otros similares de igual complejidad, no dejan de ser cada vez más relevantes
en una sociedad, la nuestra, cuya complejidad no deja de crecer. El caso de
ayer era delictivo en todos sus aspectos, negro como él sólo, pero ¿cuántas
zonas grises encontramos cada día?
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