jueves, mayo 21, 2015

Reclamando daños y perjuicios a la pitonisa

Un grupo de asaltantes trata de entrar a una casa. Lo hacen para recuperar un dinero, y esa acción y la posterior denuncia de la asaltada los lleva a un juicio en el que sale a la luz una historia de los más absurda y que demuestra hasta qué punto podemos ser irracionales, tontos y carentes de lógica. Para algunas cosas somos muy fríos pero para otras no hay manera. Por eso las encuestas electorales o la economía, dos de los ámbitos de estudio más dependientes del comportamiento humano, a veces producen pifias inmensas y fracasan por completo a la hora de predecir comportamientos. Simplemente no hay modelo que pueda contemplar una historia como esta.

El protagonista, expresidente del equipo de fútbol de Castellón (el fútbol es de lo peor, jejeje) estaba presuntamente enamorado, y no está claro si no era correspondido o si su pudor le impedía comunicar sus sentimientos a su amada. Lo cierto es que, atrapado en el dilema del corazón, el señor Laparra, que así se apellida el sujeto, decidió subirse por completo a la ídem. Se puso en contacto con una pitonisa para que le hiciera un conjuro de amor, que al parecer consiste en realizar ciertas acciones para así llamar la atención de la amada y que ella caiga prendada ante el caballero. Podría uno pensar que lo lógico es que él lo intentara por medios convencionales, pero no, recurrió al esoterismo. Lo que debía hacer el señor Laparra para invocar el corazón de su Dulcinea del Toboso era bañarse en agua en la que, durante 40 días, habían estado sumergidas unas flores, que quizás para entonces ya habían echado raíces, y después, recoger tierra de un cementerio y frotarse el cuerpo con ella. Si al menos el orden de las pruebas hubiera sido el inverso el enamorado podría haberse limpiado la tierra del camposanto con el agua putrefacta, pero no. Quizás el conjuro se basaba en lo de atraer generando repulsión, porque ambas cosas realizadas una detrás de otra no se cómo serán para la piel, pero desde luego dejan un olor corporal de lo más intenso, ya se imaginan. El estudio y receta de la pitonisa fue facturado, como corresponde a tamaña dedicación y solidez científica, al módico precio de 160.000 euros, que no consta si eran con o sin IVA, o si permitían desgravar en el IRPF, o si incluían descuento en tiendas de marca. No se sabe ni siquiera si las flores que debían arrojarse en la bañera estaban incluidas o no. Laparra pagó religiosamente (quizás no sea el término más adecuado en este contexto, pero se entiende) y llevó a cabo el ritual. Al parecer, no dio resultado. Quizás las flores no estuvieron 40 días exactos en remojo, o el agua tenía demasiada cal, o la tierra del camposanto provenía de una obra adyacente y no era realmente un lugar de reposo, o era muy arcillosa, o calcárea. Quién sabe. La cuestión es que, de manera completamente incomprensible, la solución de la pitonisa no dio resultado. Asombrado, y sin entender el porqué, Laparra se sintió estafado, y decidió que había pagado demasiado dinero por un servicio que, finalmente, no había sido exitoso. Y decidió recuperar su dinero. Quizás llamó a la pitonisa varias veces y se encontró una grabación en la que debía elegir mediante marcación el conjuro utilizado, y luego pulsar 1 si el conjuro había funcionado y 2 sino, y luego 1 si el conjuro le había generado alergia, 2 urticaria, 3 rozaduras, 4 persecuciones del vigilante del cementerio, etc. Y todo ello tarifado a 1,8 euros el minuto, esta vez seguro que con IVA. En todo caso Laparra, enamorado o no, sentía su corazón abandonado y su cartera vacía, y decidió poner remedio al segundo de sus problemas de una manera nada esotérica.

Llamó a unos amigos, uno de los cuales es una mujer llamada Carmen Felicidad (¿y si lo hubieras intentado con ella?, ¿probaste?) y asaltaron el domicilio de la pitonisa, sito a 60 kilómetros de Zaragoza. Y ahí es donde finalmente, escondida bajo una mesa y asustada, la mujer dotada de poderes paranormales llamó a la Guardia Civil para que fueran a rescatarla de unos vándalos que la amenazaban a ella, a sus propiedades y conocimientos. El juicio, que finalmente no se ha celebrado porque las partes han llegado a un acuerdo, impone penas menores de cárcel y multas para Laparra y sus amigos asaltantes, Carmen Felicidad incluida.

Y me queda una duda inmensa. ¿De quién estaba enamorado Laparra? ¿Qué pensará ella cuando lea semejante sarta de tonterías?

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