Un grupo de asaltantes trata de
entrar a una casa. Lo hacen para recuperar un dinero, y esa acción y la
posterior denuncia de la asaltada los lleva a un juicio en el que sale
a la luz una historia de los más absurda y que demuestra hasta qué punto
podemos ser irracionales, tontos y carentes de lógica. Para algunas cosas
somos muy fríos pero para otras no hay manera. Por eso las encuestas
electorales o la economía, dos de los ámbitos de estudio más dependientes del
comportamiento humano, a veces producen pifias inmensas y fracasan por completo
a la hora de predecir comportamientos. Simplemente no hay modelo que pueda
contemplar una historia como esta.
El protagonista, expresidente del
equipo de fútbol de Castellón (el fútbol es de lo peor, jejeje) estaba
presuntamente enamorado, y no está claro si no era correspondido o si su pudor
le impedía comunicar sus sentimientos a su amada. Lo cierto es que, atrapado en
el dilema del corazón, el señor Laparra, que así se apellida el sujeto, decidió
subirse por completo a la ídem. Se puso en contacto con una pitonisa para que
le hiciera un conjuro de amor, que al parecer consiste en realizar ciertas
acciones para así llamar la atención de la amada y que ella caiga prendada ante
el caballero. Podría uno pensar que lo lógico es que él lo intentara por medios
convencionales, pero no, recurrió al esoterismo. Lo que debía hacer el señor
Laparra para invocar el corazón de su Dulcinea del Toboso era bañarse en agua
en la que, durante 40 días, habían estado sumergidas unas flores, que quizás
para entonces ya habían echado raíces, y después, recoger tierra de un
cementerio y frotarse el cuerpo con ella. Si al menos el orden de las pruebas
hubiera sido el inverso el enamorado podría haberse limpiado la tierra del
camposanto con el agua putrefacta, pero no. Quizás el conjuro se basaba en lo
de atraer generando repulsión, porque ambas cosas realizadas una detrás de otra
no se cómo serán para la piel, pero desde luego dejan un olor corporal de lo
más intenso, ya se imaginan. El estudio y receta de la pitonisa fue facturado,
como corresponde a tamaña dedicación y solidez científica, al módico precio de
160.000 euros, que no consta si eran con o sin IVA, o si permitían desgravar en
el IRPF, o si incluían descuento en tiendas de marca. No se sabe ni siquiera si
las flores que debían arrojarse en la bañera estaban incluidas o no. Laparra
pagó religiosamente (quizás no sea el término más adecuado en este contexto,
pero se entiende) y llevó a cabo el ritual. Al parecer, no dio resultado. Quizás
las flores no estuvieron 40 días exactos en remojo, o el agua tenía demasiada
cal, o la tierra del camposanto provenía de una obra adyacente y no era
realmente un lugar de reposo, o era muy arcillosa, o calcárea. Quién sabe. La
cuestión es que, de manera completamente incomprensible, la solución de la
pitonisa no dio resultado. Asombrado, y sin entender el porqué, Laparra se
sintió estafado, y decidió que había pagado demasiado dinero por un servicio
que, finalmente, no había sido exitoso. Y decidió recuperar su dinero. Quizás
llamó a la pitonisa varias veces y se encontró una grabación en la que debía elegir
mediante marcación el conjuro utilizado, y luego pulsar 1 si el conjuro había
funcionado y 2 sino, y luego 1 si el conjuro le había generado alergia, 2 urticaria,
3 rozaduras, 4 persecuciones del vigilante del cementerio, etc. Y todo ello tarifado
a 1,8 euros el minuto, esta vez seguro que con IVA. En todo caso Laparra,
enamorado o no, sentía su corazón abandonado y su cartera vacía, y decidió
poner remedio al segundo de sus problemas de una manera nada esotérica.
Llamó a unos amigos, uno de los
cuales es una mujer llamada Carmen Felicidad (¿y si lo hubieras intentado con
ella?, ¿probaste?) y asaltaron el domicilio de la pitonisa, sito a 60 kilómetros
de Zaragoza. Y ahí es donde finalmente, escondida bajo una mesa y asustada, la
mujer dotada de poderes paranormales llamó a la Guardia Civil para que fueran a
rescatarla de unos vándalos que la amenazaban a ella, a sus propiedades y
conocimientos. El juicio, que finalmente no se ha celebrado porque las partes
han llegado a un acuerdo, impone penas menores de cárcel y multas para Laparra
y sus amigos asaltantes, Carmen Felicidad incluida.
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