jueves, mayo 28, 2015

Corrupción consentida, y aplaudida, en el fútbol

Somos muy hipócritas en el tema de la corrupción. Castigamos sin saña a quienes la practican si no son “de los nuestros” y nos mostramos comprensivos con los de nuestro bando cuando realizan actos igualmente reprobables. Por no hablar de la pequeña corruptela de cada día, en la que de una manera muy laxa, y siempre a favor de uno, nos saltamos las normas porque no nos ven, nos conviene, no nos pillan o porque nos da la gana. Esas pequeñas corruptelas son las que inflan el globo de la gran corrupción, y mal síntoma es que alguien se indigne cuando se usa ese argumento. Parece que en estos tiempos la gente es más inflexible con estos comportamientos, pero ya veremos que ocurre cuando vuelva el dinero y la fiesta.

Y luego, además, hay sectores en los que la corrupción anida sin tapujo alguno y nadie la denuncia ni a nadie escandaliza. El fútbol es el paradigma absoluto de esto. Pocos sectores económicos habrá que generen mayor cantidad de dinero y que estén sometidos a menos controles que el fútbol, y todo lo relacionado con él. Equipos, federaciones, directivos, entrenadores, jugadores… las cifras que se mueven en torno a cada uno de los miembros de este colectivo son disparatadas, fruto de un ansia social que les ha colocado en el pedestal más absoluto, desde el que les consiente hacer lo que les venga en gana si el equipo de los colores gana. Muchos han sido los casos destapados en torno al fútbol, el último el conocido ayer sobre la presunta corrupción que se investiga en torno a numerosos altos cargos de la FIFA, que al final se han quedado en nada, me da la impresión de que por ausencia de ganas de investigarlos, y no me atrevo a afirmar que por orden de no hacerlo para no acabar en el fondo del encofrado de las obras de un nuevo estadio. Resulta asombroso ver como las administraciones públicas carecen de recursos para todo, pero las obras en los estadios no cesan, financiadas generosamente con recursos públicos, y las subvenciones, directas o encubiertas, se mantienen para que el sector siga viviendo a cuenta del estado y los particulares. Los gobiernos saben, desde la época romana, lo importante que es tener a la gente entretenida con espectáculos que les impidan darse cuenta de lo que sucede realmente, y por ello es seguro que no se realizará inspección fiscal alguna por parte de la Hacienda, que no duda en meter a muchos en la cárcel, para controlar los contratos entre equipos, jugadores y representantes, donde es más que probable que se produzcan elusiones fiscales de gran calibre, o se revisen las operaciones urbanísticas que permiten recalificar terrenos municipales de enorme valor y donárselos por la cara al equipo “de los colores” a cambio de nada. Algunas asociaciones vecinales han paralizado un juego de este tipo en torno al Santiago Bernabéu, pero sin que ninguna instancia pública, que entre otras cosas para eso cobra, hubiera investigado el asunto. Si en los palcos de los estadios se cocinan acuerdos entre políticos y empresarios, cómo va alguna instancia municipal o nacional a investigar a los presidentes de los equipos, cuyos comportamientos públicos son, por lo general, lamentables, y cuyas finanzas privadas crecen como la espuma durante su etapa de gestión de los clubes? Y por no hablar de asuntos como el reparto de los derechos televisivos, la ausencia de controles antidopaje dignos de tal nombre (desde luego nada que ver con el ciclismo) y un montón de aspectos más que muestran, día a día, que el fútbol es un territorio en el que la ley no impera, y que el dinero, repartido entre muy pocos, y de manera opaca, es el auténtico balón que rueda por el terreno de juego.

Y ante estas evidencias, ¿cuál es la reacción de la sociedad? ¿Pita a los jugadores como a los políticos cuando van a los plenos? ¿Realiza escraches frente a sus mansiones como junto a la casa de banqueros? ¿Se moviliza en su contra y les da la espalda como hace con los gobernantes? No, nada de eso. No deja de aplaudir a los modernos gladiadores, se desgañita gritando sus nombres, se vuelve loca con sus victorias, y continua elevando el pedestal desde el que, esas figuras, y los que entorno a ellas viven, siguen existiendo fuera de todo control, riéndose sin parar de la claque que les ha elevado al altar desde el que contemplan y manejan la vida de todos a su antojo. Y que no deje de haber partidos nunca, nunca jamás.

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