2015 será un ejercicio que Airbus
no olvidará nunca. De momento son ya dos los aparatos perdidos al estrellarse,
en ambos casos con víctimas mortales. El primero fue el no accidente de los
Alpes de hace poco más de un mes. Un modelo mediano, A320 creo que era, y cerca
de 150 fallecidos por obra y (des)gracia de Andreas Lubitz. Este fin de semana,
en
Sevilla, el estrellato del A400M de transporte militar que hacía un vuelo de pruebas
se ha saldado con cuatro muertos, dos heridos graves y una ciudad conmocionada.
Y obviamente una empresa que ve como otro nubarrón aparece en sus cielos, metáfora
quizás no muy afortunada, pero si elocuente.
En los accidentes aéreos corremos
mucho, demasiado, a la hora de buscar culpables, y debemos ser lo más cautos
posibles. Ante esos dramas lo que se impone es la serenidad. Y el caso de los
Alpes es paradigmático. A las pocas horas de estrellarse el vuelo todos los
tertulianos de los medios eran expertos en aeronáutica y pontificaban a los
cuatro vientos que el avión era viejo, que había pasado las revisiones, sí,
pero que con esa edad el fallo mecánico era seguro. La culpa empezaba a recaer
en Airbus cuando aún no se habían localizado si quiera los restos. Personal técnico
de la empresa procedente de todas las plantas, de los distintos países en los
que opera, corrieron raudos a la zona del accidente para ver qué había
sucedido, mientras ellos y sus familiares podían oír en los medios a unos
señores que no sabían de lo que hablaban señalándoles con el dedo acusador de
la tragedia. Miles de ingenieros, diseñadores, trabajadores de montaje, informáticos…
todas las profesiones que imaginarse uno pueda centradas en la construcción de
lo que probablemente sean las máquinas más complejas y seguras que existen hoy
en día, y todos ellos se vieron acusados de las cerca de 150 muertes sin que se
tuviera aún una sola imagen del lugar del impacto. Al cabo de pocos días se
supo la verdad, mucho más cruel de lo que nadie hubiese podido imaginar. Y
Airbus salió de la escena. No era un accidente. ¿Alguien pidió perdón a la
empresa? ¿Alguno de esos improvisados ingenieros aeronáuticos de postín se
retractó? No, se reciclaron a psicólogos de guardia para analizar la mente de
Lubitz, pero de las acusaciones que, hasta hacía unas horas, no dejaban de
pregonar sobre la seguridad del modelo, su mantenimiento y longevidad, nada de
nada. Ningún gesto de apoyo al fabricante, y a seguir pontificando. Y los técnicos
que se vieron acusados volvieron a casa, y sus familias y ellos mismos, que habían
visto comprometida su integridad profesional y, hasta cierto punto, su capacidad
de trabajo, vieron como nadie les resarcía de lo dicho. Las acusaciones
lanzadas no fueron refrendadas por la realidad, pero las debidas disculpas no
se emitieron. Esto sucede en muchas ocasiones, casi nos hemos acostumbrado a
ello, pero no deja de ser lamentable, y más cuando existen vidas perdidas y
familias rotas como es en estos accidentes.
Por eso, ante todo, precaución y reserva. Veremos
a ver cuántos opinadores han hecho este domingo el cursillo intensivo de aeronáutica
militar para lucirse hoy ante la cámara, pero no se crean sus palabras. Hagan caso
a los técnicos, que desde muy poco después del impacto trabajan sobre el
terreno para saber qué ha pasado. Si ha sido un fallo mecánico, humano, de otro
tipo, o una combinación de ambos. La complejidad del mundo aéreo no casa bien
con las prisas histéricas que nos llevan en el día a día a buscar soluciones rápidas
y sencillas a todo lo que vemos y que, por lo general, nos llevan a estrellarnos.
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