Una de las primeras medidas
puestas en marcha por el gobierno de Hollande tras la matanza del viernes en
París ha sido la de intensificar los bombardeos sobre Raqqa, antiguamente
Siria, actualmente tierra de los yihadistas, y autoproclamada capital de su
fantasmagórico califato. A medida que despegaban los Mirage cargados de bombas
empezaban a oírse voces que dejaban de ser francesas y veían con malos ojos la
intervención. Ganas de provocar, la guerra no soluciona nada, y consignas de
este tipo se han repetido con saciedad estos días. ¿Tienen razón?
Como casi siempre, sí y no. El
terrorismo al que nos enfrentamos es de una magnitud y complejidad tal que, ni
somos capaces de entenderla bien ni queremos asumirla. A un problema de esta
complejidad no se le puede abordar con soluciones triviales, que quedan muy
bien en las vociferantes tertulias televisivas, pero que no sirven para nada.
Debemos establecer una estrategia de múltiples frentes que nos permita actuar,
en cada caso, con las herramientas y fuerza necesaria. Ante un ataque de tipo
militar por parte de una organización que se hace llamar estado y controla un
territorio la intervención militar como respuesta está plenamente justificada y
es útil, porque destruye al problema en el lugar en el que se ha asentado y
utilizado como base de operaciones, pero eso no afectará mucho a los grupos
islamistas que están en nuestra sociedad. La mayor parte de los autores del
salvaje acto del viernes son franceses. Para actuar en ese ámbito debemos usar
herramientas de inteligencia, espionaje, estudio de las formas de
adoctrinamiento y combate de las mismas, control de las redes sociales, de los
mensajes que emanan de las mezquitas, etc. Para lograr que desarraigados de
segundas o terceras generaciones no vean en el islamismo una utópica tabla de
salvación hay que reforzar las políticas de integración y de apoyo a los
barrios marginados. También hemos visto que muchos de los combatientes que se
lanzan hacia Irak y Siria no provienen de familias desestructuradas, sino más
bien al contrario. Jóvenes de clase media o alta, con estudios y cultura, que
en un momento dado se lanzan a la aventura, bien porque ven que su vida carece
de emociones, porque les pone experimentar que se siente al matar gente de
verdad y no sólo en las pantallas, o que se encuentran de repente ante un vacío
existencial y un islam rigorista, rígido y sencillo les ofrece una guía de
supervivencia en tiempos cada vez más complejos y convulsos, a saber. Todas
estas variantes requieren estudio por parte de psicólogos, sociólogos y
analistas sobre el terreno de nuestras sociedades, que traten, por un lado, de
evitar que estas alternativas yihadistas sean una vía de escape y, por otra parte,
puedan detectar qué individuos están en riesgo potencial de ser abducidos por
ella. Por tanto, la lucha contra el terrorismo se puede plantear, se debe, en múltiples
planos, cada uno de ellos especial, con características propias, en los que se
deberá emplear en cada caso los profesionales expertos en la materia. Abordarlo
requiere una cooperación plena entre militares, policías, servicios de
información y espionaje, servicios sociales, alcaldías y otras instituciones de
los estados que muchas veces viven de espaldas unos de otros, y generan fallas
por las que puede colarse esta hidra sanguinaria que pretende destruirnos. No
querer asumir esta complejidad es uno de los problemas a los que nos
enfrentamos como sociedad, y el caer en el mesianismo de las soluciones mágicas
y únicas, algunos tirarán por el control de fronteras, otros por el buenismo
integrador, es cometer un inmenso error.
Hay que ser sinceros en este asunto. La dimensión
del fenómeno yihadista ha alcanzado un tamaño y complejidad que hace imposible,
repito, imposible, que pueda ser derrotado en el corte y medio plazo. Vamos a
tener este riesgo con nosotros durante muchos años, décadas me atrevería a
afirmar, y nuestros esfuerzos deben estar centrados, por un lado, en la
erradicación de los combatientes en el origen (vía militar) y el control y
contención de riesgos en nuestras sociedades (vía todas las anteriormente
mencionadas). Nos esperan muchos años, y golpes duros, como el de este fin de
semana, o puede que incluso más cruentos, porque lo van a volver a intentar una
y otra vez. Algunos los pararemos, otros no. Debemos, como sociedad, tener esto
muy claro y asumirlo.
2 comentarios:
Es asqueroso David.
Defiendes que Madrid hubiera bombardeado Bilbao por los atentados de ETA.
El ojo por ojo no es humano. Es una barbaridad.
NO A LA GUERRA
No, no, no defiendo que Madrid hubiera bombardeado Bilbao, porque en aquel terrorismo, clásico, la solución solo podía ser social y policial, como se demostró con el tiempo, y, por ejemplo, atajos estúpidos como el GAL sólo sirvieron para empeorarlo. El terrorismo europeo de los setenta y ochenta no tiene nada que ver con este, donde un grupo de miles de exaltados conquistan un territorio y presumen de crear un estado que ataca y, por tanto, puede ser atacado. Pero eso allí. En Moelenbeek, por poner un lugar en el que el yihadismo es muy intenso, la labor debe ser policial, social y de (mucha) inteligencia.
De todas maneras, la complejidad del fenómeno al que nos enfrentamos es inmensa y tardaremos décadas, como poco, en controlarlo, no en eliminarlo. Aún nos va a tocar llorar mucho más.
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