lunes, enero 18, 2016

El acuerdo con Irán puede cambiar el mundo

Este fin de semana ha entrado en vigor el acuerdo que EEUU y el resto de potencias occidentales suscribieron con Irán hace unos meses. Resumidamente, el pacto consiste en que tú, Irán, dejas de construir la bomba atómica y nosotros, potencias mundiales, te levantamos las sanciones y consideramos como otro país más, con el que poder comerciar y hacer negocios. La puesta en marcha de los acuerdos ha sido inaugurada con un canje de rehenes, la mayor parte norteamericanos, que llevaban ya varios años detenidos en Teherán. Créanme si les digo que esta nueva relación con Irán es de lo más importante que ha pasado en mucho tiempo.

Por de pronto, nos va a obligar a cambiar los nombres de lo que denominamos “aliados” y “enemigos”, expresiones que casi siempre, no hacen sino responder a nuestros intereses y prejuicios. Irán ha sido, desde la revolución de Jomeini en 1979, enemigo declarado de occidente. Su discurso y actuación ha dio en favor de grupos terroristas que, en su entorno y mucho más allá, han sembrado el caos, luchado contra regímenes de todo tipo, y buscado la extensión del imperio persa y de sus influencias. Para contrarrestarlo, occidente y otras naciones han fortalecido aún más sus vínculos con Arabia Saudí y otros regímenes de la zona, casi todos ellos monarquías de tipo feudal, confesadas en un islam tan radical como el de Teherán, pero de la rama suní. Este ha sido el status quo de la zona durante décadas, en las que las monarquías del golfo garantizaban un suministro estable de crudo a los países desarrollados a cambio de que estos contuvieran a Teherán. Este equilibrio fue llevado a su máxima tensión por parte de Ahmadinejad, el famoso “Ahma” al que dediqué varios artículos en su momento. Exponente máximo del radicalismo chií, su empeño en lograr la bomba atómica para Irán como vía para solucionar la prisión en la que el país se encontraba llevó a que el resto del mundo, asustado, impusiera no sólo duras, sino muy efectivas sanciones contra los ayatolás, llevando al país a una crisis económica sin precedentes y a un descontento social que amenazaba con romper la estabilidad del régimen teocrático que, de una manera muy extravagante, rige los designios de la nación. “Ahma” fue capaz de sofocar una revuelta que reclamaba la democracia, usando para ello toda la fuerza que fuera necesaria, y no fue poca, pero la sanciones seguían e Irán empezaba a ver que el pulso contra occidente no daba mucho más de sí. La desastrosa intervención de EEUU en Irak de 2003, que arrasó con el régimen Baaz de Sadam Huseein y dio el poder a los chiitas en Bagdad ofreció a Teherán una inesperada, y maravillosa, ventana de oportunidad para poder extender su influjo en la zona, sin necesidad de recurrir ya a guerrillas ni operaciones encubiertas. Para ello sólo tenía que renunciar a la bomba. Y comenzaron entonces, en serio, las negociaciones de Teherán con las potencias occidentales, que concluyeron con un acuerdo hace unos meses, que fue recibido con cierto escepticismo en muchas naciones, con alegría en Washington, principal impulsor del mismo, y con profundo rechazo en Israel, enemigo acérrimo de Teherán, sufridor de sus embates y guerrillas, y en Arabia Saudí. De hecho el pánico al acuerdo con Teherán se vivió de una manera muy impostada en Jerusalén, pero de forma mucho más profunda en Rihad. El enemigo eterno, el chií del otro lado del golfo, ahora se convertía en socio del aliado norteamericano. Los monarcas saudíes empezaron a ver como su dominio en la zona peligraba.

Y la puesta en marcha del acuerdo, la inundación de más petróleo en un mercado ya saturado, y el levantamiento de las sanciones hacen que la guerra poco fría que viven Irán y Arabia Saudí, una guerra entre chiís y sunís, entre presas y árabes, por el control de la región y el liderazgo en la fe, se pueda convertir en algo mucho más serio y peligroso. Son varias las guerras de todo tipo que ahora mismo se superponen en la zona en la que dos grandes potencias, que se odian a muerte, ahora se van a volver a encontrar en igualdad de oportunidades una frente a la otra. Créanme que este acuerdo va a cambiar esa zona del mundo y, quién sabe, también el nuestro.

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