Tras una tarde bastante cómica, a
las 20:00 de ayer se cerró el plazo para presentar las propuestas de grupos en
el Congreso, que serán hoy aprobadas (o no) por la mesa. Podemos exigió desde
un principio contar con cuatro. Uno para su marca madre y otro para cada una de
las agrupaciones regionales “potentes” con las que había concurrido, en
Cataluña, Galicia y Comunidad Valenciana. Lo que ellos llaman confluencias en
ese alambicado y bastante confuso uso del lenguaje, tan habitual por parte de
Iglesias, Errejón y toda su tropa. Finalmente
los valencianos de Compromís quieren ir a su bola y todos los demás estarán
juntos.
Desde que Podemos está en el
Congreso han cambiado muchas cosas, y sinceramente, ninguna para bien. Son unos
genios para el marketing, venden como nadie sus acciones y gestos, y logran que
todos los miren, pese a que nada profundo aporten. Saben chupar cámara, y la cámara
se enamora de ellos a la primera. Dos han sido las expresiones más usadas por
su parte en estos días, las dos sumamente injustas, crueles, falsas y despreciativas,
que dejan bien claro, por si alguien tiene aún dudas, cómo funcionan las
huestes de Iglesias. La primera es esa en la que afirman que, tras el acto de
la semana pasada, por fin los ciudadanos y trabajadores han entrado en el
Congreso. Me pregunto entonces a quiénes han representado los cientos de
congresistas que, desde 1977, han estado sentados en ese hemiciclo y han sido
elegidos por voto popular. ¿Caían de los árboles? ¿Eran recolectados por fuerzas
oscuras? La legitimidad de los congresistas de Podemos es idéntica a la del
resto de congresistas que les rodean, e igual a la de los que les han precedido.
Expresiones como esa denotan, además de una soberbia propia de quienes no ven más
allá de su ego, una injusticia hacia el pasado y un desprecio por el mismo, y
por el resto de votantes de otras fuerzas y elecciones, que no se a que esperan
para emitir una disculpa. La otra expresión, relacionada con el asunto de los
grupos en la mesa y la elección de Patxi López como Presidente de la Cámara, ha
sido la de calificar como búnker a PP, PSOE y Ciudadanos, menospreciando así su
acuerdo. Recordemos que búnker, en el parlamento español, hacía referencia en
los años setenta al grupo de procuradores de Cortes franquistas que se negaban
a realizar la transición. No estaban elegidos por voto, sino por el dedo del
dictador, mantenían las esencias de aquel vergonzoso régimen y trataban de
obstaculizar todos los cambios hacia la democracia. Búnker era franquismo, era
dictadura, y Podemos utiliza esa expresión para confrontar al resto de fuerzas,
dictatoriales según ellos, frente a la democracia legítima, auténtica,
verdadera, única, prístina y pura que representan sus votos y diputados. Ellos
son la democracia, y todo lo demás es búnker, residuo de un régimen dictatorial
que se hunde y que tiene que dar paso a la nueva tierra de libertad, en la que
Iglesias y los suyos guiarán al pueblo hacia la prosperidad y la luz. Y los que
representan a los partidos que no son Podemos no son otra cosa que residuos de
una pasado que, de una manera u otra, debe desaparecer.
Lo cierto es que, analizando un poco las
declaraciones de Podemos y sus dirigentes, no hace falta ser un lince para
encontrar en ellas un tufo dictatorial, bananero, estalinista y retrógrado que
bien podría inscribirse en un reportaje de historia sobre los años veinte y
treinta del pasado siglo en Europa, donde diferentes movimientos, en las antípodas
ideológicas, enarbolaban el mismo discurso de superación en pos del hombre
nuevo, de la nueva patria, y en contra de la burguesa, corrupta, traidora y débil
democracia. Bajo yugos, flechas, esvásticas, hoces y martillos, esos regímenes
sólo trajeron horror y destrucción. Esos tics en el discurso de Podemos solo
dan, de momento, pena. Veremos a ver si en el futuro el sentimiento que generan
es distinto.
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