lunes, enero 11, 2016

El caos de la política catalana

“Lo de Cataluña” se parece bastante al tiempo que hace hoy en Madrid. Ventoso, lluvioso, agitado, desapacible, caótico… tan pronto te viene una ráfaga por un lado como por otro, y el paraguas te sirve en contadas ocasiones, transformándose en veleta las muchas de ellas, siendo imposible saber de dónde va a venir la siguiente ráfaga. De la misma manera, realizar predicciones sobre lo que va a pasar en Cataluña es tarea imposible, como lo era el vienes determinar si iba a haber acuerdo para descabalgar a Mas o no. Finalmente lo hubo, pero la posibilidad de acertar era la misma que tirando una moneda.

El nuevo presidente, Carles Puigdemont, al que yo no conocía de nada, es de la rama soberanista de la antigua Convergencia, de la que ya no queda más que un tronco pelado y la citada rama, habiéndose secado todas las demás. Su investidura fue el fruto de un pacto de Junts pel Sí, con la CUP, los de la CUP, que han disfrutado de tres meses de gloria, y que ahora se encaminan nuevamente a la oscuridad mediática. A lo largo de los meses de conversación se ha visto que Mas, el gran caballero independentista, el gran loco Mas, era el mayor obstáculo para lograr la unión de las fuerzas independentistas que, en su mayoría, y pervirtiendo el sentido de una manera totalmente hispánica, se declaran de izquierdas, en general muy de izquierdas. Los soberanistas de Convergencia, todos ellos de carácter liberal, y que durante décadas han sido los representantes de la tradicional burguesía Barcelonesa, hace mucho tiempo que se habían quedado en minoría en un movimiento al que se subieron para mantenerse en el poder. Ahora, descabezada la figura del padre Mas, consumado su ritual sacrificio en el altar de la patria, Convergencia se encamina hacia su más que probable desastre final, dado que va a perder poder a chorros en un nuevo gobierno, que encabeza uno de los suyos, pero que carece de autoridad y prestigio, y que tiene a Oriol Junqueras como vicepresidente, mostrando nuevamente que es ERC la ganadora de este pulso. De hecho el escenario del viernes mostraba que ERC ganaba en todos los casos. Si había elecciones seguramente se presentaría en solitario y vencería, dejando a Convergencia en la cuneta. Si había acuerdo, como así ha sido, se haría con el control del gobierno, convirtiéndose en el partido fuerte del “prusés” y de toda la política catalana. Desde su única vicepresidencia, Junqueras es el hombre fuerte del gobierno y del parlament. Él es el que va a dictar la estrategia a seguir, tanto en los pasos del proceso de desconexión, como así lo han llamado, como en la gestión del día a día, en lo económico y social. Y también, no lo duden, en todo lo que tenga que ver con la destrucción de Convergencia. Si yo fuera del partido de Mas empezaría a tener cuidado, porque mi futuro político y económico sería muy oscuro. La antigua Convergencia, asediada por querellas y juicios en torno a sus múltiples corruptelas, ha perdido el amparo de la Generalitat que, si bien hará declaraciones comprensivas, dejará de respaldar y defender a los convergentes. Es muy probable que en la sesión de ayer Mas dedicara más tiempo en su mente a pensar cómo salvar su patrimonio, el 100% del mismo, no sólo el 3%, que a cuestiones soberanistas. Y con él otros muchos pesos pesados de su formación, que ayer pasaron a ser pesos sobrantes de un “prusés” que les ha arrollado. Más buscaba su supervivencia y la de su partido, se unió a la ola soberanista y ha conseguido destruir su partido y su carrera. Bonito bagaje.

¿Y ahora? Ni idea. El pulso entre la Generalitat y el gobierno central seguirá, y probablemente se encone cada vez más. En teoría la investidura de ayer impulsa un gobierno de gran coalición en Madrid entre PP y PSOE para poder afrontar el reto soberanista, pero vaya usted a saber. En una coyuntura económica internacional que se enturbia por momentos, en una nacional cogida por alfileres y en una local en la que Cataluña está completamente quebrada, este problema no va ayudar en anda a recuperarnos. Gastará energías, esfuerzos, voluntades y tiempo, y generará costes de todo tipo. Es deprimente contemplar el panorama.

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