A falta de saber en detalle las
consecuencias del terremoto
que ha sacudido el mar de Alborán esta madrugada, y que se ha sentido con
fuerza en Melilla y toda la costa andaluza, vamos con el terremoto político
del viernes, cuyas consecuencias tampoco están nada claras. Merecidos ríos de
tinta se han escrito este fin de semana sobre lo que pasó el viernes, que nos
dejó a todos muy sorprendidos, a mi el primero, no vayan a creerse. La situación
sufrió un golpe que hizo tambalearse a todas las cartas y las ha dejado aún más
al descubierto. Pero, de momento, siguen desemparejadas.
El primero en romper la baraja
fue Iglesias, que proclamó una oferta de gobierno al PSOE en el que él figuraba
como vicepresidente, asignaba los ministerios y dejaba a Sánchez como
presidente honorario de un gobierno formado por la gracia de Iglesias. Tanto
las formas del anuncio, sin que el PSOE supiera nada, y el fondo del mismo,
denotan el absoluto desprecio que Iglesias tiene por el PSOE y, en general, por
todos aquellos que no son él mismo. Su adanismo político y la soberbia que lo caracteriza
son cada vez mayores, y está claro que tiene a los socialistas en el punto de
mira. Como pasó con IU, los considera una palanca para sus intereses, un instrumento
en el que apoyarse para, una vez superado, abandonar en la cuneta, lo más
destrozado del todo si es posible para que ya nadie pueda usarlo. Sánchez se
encontró con esta oferta en la boca del Rey y, supongo, su sorpresa fue mayúscula,
pero su reacción, al contrario que la de otros notables de su partido, no
estuvo a la altura no ya del reto, sino del insulto con el que Iglesias había
tratado al partido. En el órdago de la presidencia, el único al que puede jugar
Sánchez, con una sola posibilidad de disparo, cada vez está más aislado entre
los suyos. No tengo claro si fue este tejemaneje entre la izquierda lo que llevó
a Rajoy a declinar la propuesta de ser candidato a presidente. Él sabía que iba
a perder la votación, tanto en primera vuelta con mayoría absoluta como en
segunda por simple, y que de realizarse destruiría sus opciones a la
presidencia. Pero la opción de no presentarse por ahora, que nadie había
barajado en serio, le proporciona un tiempo que debiera ser capaz de utilizar
para algo, aunque esto ya sea mucho pedir para un Rajoy que, estratega o no,
parece no ser consciente de lo que las matemáticas y los destrozos ideológicos
que ha provocado se reflejan en el actual parlamento. Así, amanecimos el vienes
pensando que esta semana tendríamos votación en el Congreso con un Rajoy
tratando de convencer (suplicar, mendigar, implorar) el voto de alguien que no
sea su grupo y un Sánchez a la expectativa, negociando en la sombra con
Podemos. Y terminamos el Viernes con un Rajoy que ni está ni no está, en una
especie de extraño limbo, con un PSOE hostigado y despreciado por Podemos y un
Sánchez sobre el que cae muchísima más presión de la que esperaba. A día de hoy
ninguno de los dos tiene garantizada la presidencia, más bien no la tienen en
absoluto. Es Rajoy quien pinta con peor aspecto, pero su jugada del viernes
demuestra que los muertos, en política, no parecen existir. Sánchez es quien lo
tiene menos difícil, pero su supervivencia pasa por ser abrazador por quienes
quieren asesinarlo, metafóricamente hablando. Y
los suyos lo saben mucho mejor que él, por lo que parece.
Lo que a mi me gustaría que
sucediera es un acuerdo tripartido entre PP, PSOE y Ciudadanos, que puede
expresarse de múltiples maneras, sobre todo mediante una abstención activa del
PP, que hiciera innecesario un acuerdo del PSOE con Podemos y otras fuerzas
rupturistas, pero parece evidente que estamos muy lejos de ese escenario… o no.
Realmente no se en qué escenario estamos, y todo puede ser posible. De momento
esta semana vuelven las consultas con el Rey, que empieza a situarse en una posición
incómoda y llena de presión, y el reloj de los plazos, dado que no ha habido
pleno de investidura, aún ni ha empezado a correr. Endiablado, apasionante, y
complejo escenario. Mucho más que el argumento de Juego de Tronos. Aquí no te
valen los caminantes blancos, Iglesias
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