No hace falta tener mucha idea sobre economía para darse cuenta de que la idea de fijar la sede de un banco en una torre inclinada ya era todo un
síntoma de estabilidad. De siempre los bancos, para dar sensación de firmeza y
solidez, y presumir de su dinero, edificaban sedes poderosas, con enormes
columnas grecorromanas y aire de palacio imperial. “Estamos forrados y esto no
se cae de ninguna manera” era el mensaje que transmitían. Bankia no.
Frankenstein formado por la unión de cajas podridas, opto por residir en la
torre Kio oeste, donde moraba Caja Madrid. Un banco en una torre inclinada amenaza
con caerse.
La
sentencia del Supremo de ayer, que anula la salida a bolsa de la entidad y
obliga a reintegrar el dinero invertido a los accionistas, eleva el rango
legal de lo que siempre se supo y nunca se admitió. Bankia fue un desastre desde
el principio, su salida a bolsa a punto estuvo de llevarse la entidad y con
ella toda la economía española, y sólo el engaño a clientes y coacciones a
inversores lograron una colocación, que apenas sirvió para retrasar en unos
meses la evidente quiebra de un monstruo que no había por dónde cogerlo. De la
primavera de 2011 al verano de 2012 existió la Bankia zombi. Cuando cayó,
porque no podía ser de otra manera, arrastró al sistema financiero español en su
conjunto y nos obligó a pedir un rescate a Europa para tapar ese agujero. Muchos
de los que ahora gobiernan en funciones siguen negando que hubiera rescate, y
los que gobernaron durante el proceso de generación del espantajo y su salida a
Bolsa afirman que nada malo hicieron. Todos ellos, a sabiendas, mienten y son
culpables de lo que pasó, cada uno en su ámbito de responsabilidad, porque nada
hicieron para frenar una idea, nefasta, que sólo podía acabar mal. En relación
a su volumen como entidad, no ha sido Bankia la que ha salido más cara al país.
Creo que ese dudoso honor lo ostenta Caixa Catalunya, pero por su enorme
tamaño, su implantación geográfica, y por las implicaciones políticas de su
consejo de administración, Bankia resume perfectamente bajo su nombre todo lo
que se pudo hacer mal en la crisis financiera que empezó en 2008 y, en efecto,
se logró incluso empeorar. Cada una de las entidades originarias, sumidas en
una irresponsable burbuja de crédito moroso una vez que reventó la burbuja
inmobiliaria, trato de salvarse mintiendo, ocultando las cifras, maquillándolas,
y recurriendo en todo caso a las amistades políticas para que salvasen, sobre
todo, la cabeza de los dirigentes. En esto el PP, tanto en Madrid como en
Valencia, aparece como el primer culpable, pero dado que las cajas eran
entidades de gestión pública (sí, sí, eran banca pública, qué bien nos salió,
eh??) en su consejo de administración residían, mullidos y resguardados,
representantes de todos los partidos políticos y entidades sociales, muchos de
ellos en las antípodas ideológicas y morales del PP, pero todos amantes del
buen vivir, mejor yantar y del sin freno gastar. La idea de salvar a la
quebrada Bancaja uniéndola con unas pequeñas cajas regionales echas un desastre
y la gran CajaMAdrid, cebada bomba de relojería, era un desastre absoluto. No
hacía nada más que agravar la dimensión del problema, creando una entidad mucho
más sistémica e igualmente quebrada. Pero todos, desde el gobierno de ZP, hasta
el Banco de España de MAFO hasta el ala marxista leninista de IU aplaudieron la
operación. El día de la salida a Bolsa Rato pulsaba una campana virtual en una
pantalla en la antigua sala de corros del palacio de la bolsa de Madrid, y
miles de personas aplaudían al gurú. Muchos de los que estaban allí sabían que
todo aquello era falso, pero que la entrada de engañados inversores privados
les permitiría salvar su pellejo. En cierto modo, tenían razones para
celebrarlo.
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