jueves, enero 14, 2016

El último Estado de la Unión de Obama

Una de las noticias río que van a air evolucionando y llenando la actualidad a lo largo de todo este 2016 son las elecciones presidenciales norteamericanas, que tendrán lugar, siguiendo esa costumbre heredada de la época agraria, el primer martes después del primer lunes de noviembre, que si no me equivoco, en esta ocasión, es el día 15. Eso quiere decir que este año, tras siete en el cargo, es el último de Barac Obama en la presidencia del gigante. Me asombra lo rápido que han pasado estos años, porque recuerdo la emoción de la noche electoral de 2008 como si fuese ayer.

El discurso del Estado de la Unión que pronunció Obama el martes pasado fue, por tanto, su último discurso de este tipo. La presidencia se encamina hacia el final y, junto con la carrera de los sucesores, comienzan los primeros balances de cómo han sido los años de Obama al frente del gobierno. Recordemos que su mandato empieza en un 2008, salpicado por las guerras de Irak y Afganistán, que generan un continuo goteo de muertos que se tratan de ocultar a la población estadounidense, y una crisis económica de proporciones devastadoras que, iniciada en EEUU, se convierte en global. Siete años después la situación en ambos frentes ha cambiado mucho, pero esa evolución dita mucho de ser positiva. Es en la economía donde Obama puede exhibir sus mejores credenciales. La crisis no se llevó por delante al sistema financiero internacional ni a los ciudadanos, pero ha cambiado por completo el panorama productivo y laboral de nuestras economías. La rapidez y contundencia con la que se actuó en EEUU, unido a ventajas objetivas como el ser un enorme mercado único y poseer la moneda internacional de reserva, le permitieron recuperarse mucho antes que una Europa que sigue sumida en el marasmo. Pero no hay que olvidar que la economía norteamericana, recuperada, exhibe datos malos que son graves. La tasa de participación en el mercado laboral sigue bajando, la precariedad crece a la vez que lo hace la desigualdad, los créditos para pagar estudios universitarios amenazan con reventar como una burbuja de impagos masivos, las inversiones en fracking, una de las revoluciones de esta era, caminan hacia la ruina a medida que el barril perfora cifras de precios a la baja, y la señales que hoy mismo emite la economía son presagio de un año, o más, turbulentos y, quien sabe, recesivos. En el plano internacional la situación es, objetivamente, más compleja y peligrosa que hace siete años. La guerra de Irak ya no sale en la tele pero sigue existiendo, y el protagonismo se lo ha robado Siria y el Estado Islámico, que se han convertido en las grandes amenazas regionales y globales. EEUU ha intentado estos años abandonar ese escenario para centrarse en el Pacífico, donde el interés económico y geoestratégico crece a la vez que lo hace una China cada vez más poderosa, pero la realidad, la crudeza de la guerra, ha impedido consolidar este movimiento. Hace un par de años Obama no cumplió sus amenazas de actuar cuando el régimen de Asad traspasó las líneas rojas del uso del armamento químico y, a mi modo de ver, abandonó a su suerte a esa guerra, que ahora está comandada por Asad, el islamismo radical y una Rusia fanfarrona y débil, pero quizás por ello más rabiosa y peligrosa. El escenario es muy complejo para ser analizado y más aún para emitir juicios sobre quién ha actuado mejor o peor.

En el plano interno, los años de Obama se recordarán, quizás, por ser los de la vuelta del poderío empresarial norteamericano, esta vez comandado desde un Silicon Valley en el que Apple, Google, Facebook y demás monstruos gobiernan nuestras vidas, carteras, datos y, esperan conseguirlo, voluntades. Parece que, quizás como resaca de esa grave crisis económica no superada del todo, la ilusión del sueño americano se ha debilitado algo, y los conflictos raciales, quién lo iba a decir con el primer presidente negro, han vuelto a la primera plana de las noticias en un país en el que la violencia interna y el uso de las armas sigue fuera de cualquier tipo de control. Obama, ya como pato cojo, espera sucesor o, más probablemente, sucesora.

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