Menudo año está siendo este 2016
para las bolsas y mercados de todo el mundo. Llevamos
tres semanas naturales del mismo y el desplome de las cotizaciones en, por ejemplo,
el Ibex, alcanza ya el 13%, todo un crash que amenaza con no frenarse, más
allá de rebotes ocasionales, aprovechados por cazadores de gangas, que no
pueden maquillar la descomposición de muchas carteras, cuyos gestores preferirán
no informar a sus clientes de las potenciales pérdidas que llevan acumuladas. Es
momento de aguantar la tormenta y, si uno no necesita el dinero invertido durante
una buena temporada, apagar las noticias y dedicarse a la lectura de los clásicos
o al cultivo de orquídeas.
¿Por qué pasa esto? Hay
explicaciones de todo tipo. La correlación que presentan las bolsas en estos
meses con la cotización del petróleo es enorme. A medida que el barril se
convierte en mero botijo, los mercados caen, en una secuencia que yo creo que se
deriva por una doble vía. La bajada del petróleo, que para el consumidor de un
país que lo importa en su totalidad como España es un regalo, tiene efecto
negativos en enormes industrias de todo el mundo, que realizan grandes
inversiones y poseen stocks de capital y empleados en cifras desorbitantes. La
quiebra del fracking norteamericano arrastrará a muchas financieras que dieron
créditos para ponerlo en marcha, la suspensión de prospecciones o de nuevas
plataformas hará mucho daño a la industria de bienes de equipo, los fondos
soberanos alimentados por el crudo sufrirán mucho y dejarán de invertir en mercados
exteriores, etc. Por otro lado la bajada en sí misma es un síntoma de caída de
demanda. Los principales consumidores de petróleo son los países occidentales,
cuyas economías crecen, pero a bajo ritmo, y los emergentes, cuyas economías se
frenan. En un mundo en el que Brasil se encuentra en recesión, cayendo más de
un 3% interanual (pocas alegrías espero en los Juegos de Río este Agosto) y la
economía china se frena, en un proceso de transformación y, sobre todo,
estallido burbujil de diversos sectores, las perspectivas de consumo de crudo
no van a crecer. Así, el barril es un indicador de debilidad económica global. Como
todo está muy relacionado y es complejo, el derrumbe del crudo supone, por
ejemplo, para España, un estímulo a las familias y empresas, vía reducción de
costes, que puede compensar en parte el frenazo en la demanda de bienes que
puede venir por parte de economías compradoras que ahora no lo van a hacer
tanto. Yo echo gasolina cada varios meses (el coche está en Elorrio y se mueve
menos que las hojas de los árboles en primavera) pero si usted es usuario
habitual verá como se está ahorrando dinero al llenar el depósito, dinero que
puede dedicarlo a ahorrar o a consumir, y que en el fondo es un imprevisto, un
especie de “transferencia” que el estado o alguien le hubiera hecho. Por eso
para nosotros su efecto es ambiguo y, en gran parte, positivo. Pero para la
economía global la cosa no es tan sencilla. Por así decirlo, esto se parece a
la tensión arterial. Una muy baja garantiza supervivencia larga de las
arterias, pero genera desmayos en un cuerpo débil y es peligrosa. Lo mejor es
tener la tensión en su sitio, ni alta ni baja, y el precio actual del crudo es
muy bajo respecto a los años precedentes. Por eso, entre otras cosas, bajan las
bolsas.
¿Y por qué lo hacen ahora? ¿Y hasta cuándo lo
harán? Si supiera ese tipo de cosas puede que les escribiera no desde la
oficina donde trabajo, sino desde mi mansión. Si uno ojea los medios verá
analistas de todo tipo, desde los que dicen que esto ni es grave y será
pasajero hasta los que ven el inicio de una crisis tan devastadora como la de
2008. Probablemente en el medio esté la razón. Tras años de subidas de los
mercados financieros por los estímulos de los Bancos Centrales, puede que toque
ahora una temporada de bajada en una economía global que sigue sin encontrar un
rumbo sólido que le garantice ganancias de productividad y crecimiento
sostenible a medio plazo. Pero recuerden, nadie conoce el futuro, ya que
ninguno hemos estado en él.
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