viernes, enero 15, 2016

El juicio del Madrid Arena

Han comenzado esta semana en España, con años de retraso respecto a lo que hubiera sido debido, un par de juicios de amplio interés mediático y social. El mayor es el que sienta en el banquillo a los implicados en el caso Noos, Infanta Cristina de Borbón incluida. No espero grandes sorpresas de este proceso, aunque se escribirá de él más que de todos los juicios habidos en el país. El otro, más pequeño y local, sienta ante el juez a los encausados por la tragedia del Madrid Arena, sucedida en Todos los Santos de hace ya algunos años. No hay tanta prensa como en el primer asunto, aunque se mantiene la cobertura de los medios, en un caso infame como pocos.

Comentaba el otro día, al respecto del caso de las horribles violaciones de Colonia (por cierto, ¿han vuelto ustedes a saber algo más? ¿no? ¿les extraña?) que allí todos habían actuado mal y que, salvo las víctimas, nadie había cumplido con su labor. Lo mismo se puede decir del Madrid Arena, un asunto turbio y muy desagradable en el que cinco chicas murieron, otros muchos jóvenes podían haber corrido la misma mala suerte y sólo la fortuna lo evitó, y en el que promotores privados, responsables municipales, autoridades de todo rango y funcionarios de todo tipo ofrecieron lo peor de sí mismos para que el desastre fuera inevitable. El único interés que han tenido todas las partes involucradas en esta historia ha sido el de acusarse unos a otros para exculparse a sí mismos y no asumir su responsabilidad en la tragedia. Eso que llamamos arrepentimiento aquí no se ha dado en grado alguno. Tampoco debiera extrañarnos, dado que desde el primer instante se dio una total falta de vergüenza. Por parte de los organizadores de la fiesta, un grupo de delincuentes que contaban con conexiones en el Ayuntamiento y otros organismos necesarios, que superaron todos los aforos posibles y no gastaron un euro en prevención de riesgos ni seguridad, para que todo fuera beneficio en negro camino de sus bolsillos. Por parte de un Ayuntamiento que consintió organizar un evento a todas luces ilegal en un recinto que no cumplía los requisitos y en unas condiciones no ya tercermundistas, sino mucho peores, y que cuando se produjo el desastre trató de eludir sus culpas de una manera patética (recuerden aquella escapadita de Ana Botella, superada por completo, a un spa portugués con los cadáveres de las víctimas aún sin enterrar) y luego maquilló la responsabilidad mediante algunas bajas y dimisiones que se notan a kilómetros que son falsas, meros placebos que se arrojan a los medios para calmarlos y rebajar la presión. En todo el tiempo transcurrido no he oído a ninguno de los actores de esta trama decir “lo siento” o arrepentirse públicamente por todo lo que pasó. No me consta que ningún responsable municipal de “lo que sea” haya ido a visitar a los padres y familiares de las fallecidas para mostrarles un mínimo gesto de disculpa y honrar la memoria de sus seres perdidos. Nadie, nada. Un vacío moralmente aterrador, una negrura en la que parece que viven todos los implicados, que siguen teniendo en mente la única obsesión de salvar su pellejo y que otros sean los castigados. No hay cárcel suficiente para alojar, me gustaría que muchísimo tiempo, a todos los indecentes que, por acción u omisión, causaron el desastre que dejó a la ciudad sin sentido hace ya algunos años. Ese Todos los Santos, en el que se celebraba una fiesta de Halloween, si que tuvo como preludio una noche de difuntos negra, oscura, cerrada.

En todo el tiempo transcurrido las familias de la cinco chicas han tenido que reconstruir sus vidas, acostumbrarse al vacío de una habitación, de una cama, de una silla en la mesa, de un asiento en el coche, que ya nadie volverá a ocupar. Y a la sensación de saberse traicionados por los medios que una sociedad pone para que este tipo de cosas no pasen. Sus hijas fueron a una fiesta en la que todo estaba organizado para que se generase un desastre, como al final sucedió. No me consta que nadie haya ido donde ellas para disculparse, y creo sospechar que esas familias, desde el primer día tras la muerte de sus hijas, no esperan acto de conmiseración alguna por parte de los desalmados que, por acción u omisión, causaron la muerte de sus niñas.

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