Han comenzado esta semana en
España, con años de retraso respecto a lo que hubiera sido debido, un par de
juicios de amplio interés mediático y social. El mayor es el que sienta en el
banquillo a los implicados en el caso Noos, Infanta Cristina de Borbón
incluida. No espero grandes sorpresas de este proceso, aunque se escribirá de él
más que de todos los juicios habidos en el país. El otro,
más pequeño y local, sienta ante el juez a los encausados por la tragedia del Madrid
Arena, sucedida en Todos los Santos de hace ya algunos años. No hay tanta
prensa como en el primer asunto, aunque se mantiene la cobertura de los medios,
en un caso infame como pocos.
Comentaba el otro día, al respecto
del caso de las horribles violaciones de Colonia (por cierto, ¿han vuelto
ustedes a saber algo más? ¿no? ¿les extraña?) que allí todos habían actuado mal
y que, salvo las víctimas, nadie había cumplido con su labor. Lo mismo se puede
decir del Madrid Arena, un asunto turbio y muy desagradable en el que cinco
chicas murieron, otros muchos jóvenes podían haber corrido la misma mala suerte
y sólo la fortuna lo evitó, y en el que promotores privados, responsables municipales,
autoridades de todo rango y funcionarios de todo tipo ofrecieron lo peor de sí
mismos para que el desastre fuera inevitable. El único interés que han tenido
todas las partes involucradas en esta historia ha sido el de acusarse unos a
otros para exculparse a sí mismos y no asumir su responsabilidad en la
tragedia. Eso que llamamos arrepentimiento aquí no se ha dado en grado alguno. Tampoco
debiera extrañarnos, dado que desde el primer instante se dio una total falta
de vergüenza. Por parte de los organizadores de la fiesta, un grupo de
delincuentes que contaban con conexiones en el Ayuntamiento y otros organismos
necesarios, que superaron todos los aforos posibles y no gastaron un euro en
prevención de riesgos ni seguridad, para que todo fuera beneficio en negro
camino de sus bolsillos. Por parte de un Ayuntamiento que consintió organizar
un evento a todas luces ilegal en un recinto que no cumplía los requisitos y en
unas condiciones no ya tercermundistas, sino mucho peores, y que cuando se
produjo el desastre trató de eludir sus culpas de una manera patética
(recuerden aquella escapadita de Ana Botella, superada por completo, a un spa
portugués con los cadáveres de las víctimas aún sin enterrar) y luego maquilló
la responsabilidad mediante algunas bajas y dimisiones que se notan a kilómetros
que son falsas, meros placebos que se arrojan a los medios para calmarlos y
rebajar la presión. En todo el tiempo transcurrido no he oído a ninguno de los
actores de esta trama decir “lo siento” o arrepentirse públicamente por todo lo
que pasó. No me consta que ningún responsable municipal de “lo que sea” haya
ido a visitar a los padres y familiares de las fallecidas para mostrarles un mínimo
gesto de disculpa y honrar la memoria de sus seres perdidos. Nadie, nada. Un
vacío moralmente aterrador, una negrura en la que parece que viven todos los
implicados, que siguen teniendo en mente la única obsesión de salvar su pellejo
y que otros sean los castigados. No hay cárcel suficiente para alojar, me
gustaría que muchísimo tiempo, a todos los indecentes que, por acción u omisión,
causaron el desastre que dejó a la ciudad sin sentido hace ya algunos años. Ese
Todos los Santos, en el que se celebraba una fiesta de Halloween, si que tuvo
como preludio una noche de difuntos negra, oscura, cerrada.
En todo el tiempo transcurrido las familias de
la cinco chicas han tenido que reconstruir sus vidas, acostumbrarse al vacío de
una habitación, de una cama, de una silla en la mesa, de un asiento en el
coche, que ya nadie volverá a ocupar. Y a la sensación de saberse traicionados
por los medios que una sociedad pone para que este tipo de cosas no pasen. Sus hijas
fueron a una fiesta en la que todo estaba organizado para que se generase un
desastre, como al final sucedió. No me consta que nadie haya ido donde ellas
para disculparse, y creo sospechar que esas familias, desde el primer día tras
la muerte de sus hijas, no esperan acto de conmiseración alguna por parte de
los desalmados que, por acción u omisión, causaron la muerte de sus niñas.
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