Una de las grandes sorpresas del año
pasado, no la mayor, que vino de EEUU, pero si igualmente amarga, fue la
victoria de los partidarios del Brexit en el referéndum del Reino Unido. Fue el
primero de los grandes triunfos que consiguió el populismo mentiroso, en una de
las naciones más cultas y libres de occidente. Recordemos que tras ese
resultado, el fracaso de David Cameron era imposible de superar y su dimisión
llegó en breve. Le sucedió, entre los conservadores, la hasta entonces ministra
de interior, Theresa May, una mujer seria, estirada, de porte escuálido pero
mirada penetrante, y que tiene pintas de tener mucho carácter.
Ayer
May pronunció un esperado discurso en el que desgranaba parte de las
intenciones de su gobierno respecto a la ya cercana negociación con Bruselas
respecto a las condiciones de la separación. De entre los duros y los blandos,
May se alinea más con los primeros, sin caer en el fanatismo de Boris Johnson y
algunos otros, pero las declaraciones que había hecho hasta el momento eran
confusas, llenas de argumentos tan brillantes como “Brexit quiere decir Brexit”
y cosas por el estilo. La negociación sólo empezará cuando el gobierno de May
invoque el artículo 50 de los tratados de la UE, que es el que recoge la posibilidad
de salida unilateral de uno de los socios, y ya se anunció en torno a otoño que
esa invocación oficial se daría en marzo de este año, dentro de un par de
meses. Desde entonces son muchos los rumores sobre la sensación de caos que
existe en el gabinete May y su administración sobre cómo gestionar la salida,
qué posición adoptar y qué es lo que se espera obtener de ella. Dado el
desgarro de la partida británica y el daño que va a producir su marcha, a ellos
y al resto de Europa, a todos nos convendría un Brexit blando, en el que los
acuerdos y componendas fueran los más suaves y livianos posibles, pero da la
sensación de que caminamos hacia un Brexit duro, en el que la UE quiera dar un
castigo a los británicos por su actitud y de paso un mensaje a otros países díscolos
que actúan de malas maneras, y los británicos puedan explotar hasta el fondo el
maniqueísmo de sus argumentos y los presuntos réditos de la marcha. Por eso,
también, era importante el discurso de ayer, que marca una primera toma de
posición real del gobierno de Londres al respecto, y las palabras de May, que
no sorprendieron mucho, fueron por esa línea de Brexit duro, de salirse del
todo con todas las consecuencias. Afirmó que el país está dispuesta a renunciar
al mercado único y a las cuatro libertades de circulación que lo definen
(personas, mercancías, capitales y servicios) a cambio de volver a tener el
control de las fronteras y una política migratoria autónoma. Con formas moderadas,
pero discurso firme, May apareció como valedora principal de la irresponsable
decisión de la marcha y dispuesta a llevarla hasta sus últimas consecuencias. Sólo
ofreció, de manera recóndita, una vía para evitar todo este proceso, que es que
el parlamento británico votará el acuerdo final de salida, y eso abriría, en
teoría, la posibilidad a los antibrexit para revocarlo e impedir que se consume
el proceso. El problema es que tras
las últimas declaraciones del líder laborista Jeremy Corbin, en las que se alinea
con la salida de la UE en un discurso que se viste de izquierdas pero que
es de una derecha nacionalista tan cerril como la de May, dudo que una mayoría
significativa de los diputados de Westminster se una para frenar este
disparate.
Desde que el referéndum se celebró la libra ha
perdido bastante valor, los precios en Reino Unido se enfrentan a un
crecimiento que hace temer una vuelta de la inflación por sus fueros, varias
inversiones se encuentran paralizadas y el futuro de los no británicos y de las
instituciones y empresas multinacionales que allí se encuentran es, cada vez, más
confuso y sombrío. ¿Aspira May a una alianza con Trump que le sirva para
compensar los costes de la salida y, así, poder dar un portazo a Bruselas sin
miedo? No lo se. En todo caso, sigo diciendo lo mismo desde verano. La marcha
de Reino Unido es una mala noticia para todo el mundo, para ellos y para
nosotros. Nadie gana cuando se divide y se hace más pequeño.
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