El balance económico de 2016, que
como todos tiene luces y sombras, es mucho más positivo de lo que nadie hubiera
sido capaz de imaginar al principio del ejercicio. Hemos batido récord absoluto
de entrada de turistas y de divisas procedentes de sus bolsillos, la creación
de empleo y el crecimiento han estado por encima de lo esperado y la bonanza ha
sido mucho mayor de la que se estimaba. Este éxito (con sus sombras, no lo
olvidemos) se debe, en parte, al cambio estructural de la economía española
tras el impacto de la crisis y los llamados vientos de cola, en forma de bajada
de precios del petróleo y la indefinida política flexible del BCE.
En 2017 las perspectivas
coinciden en que será imposible repetir unas cifras macroeconómicas como las
del pasado año y la discusión está en cuánto nos alejamos de esos guarismos. En
parte esta visión más negativa se debe a que parte de esos vientos de cola se
van a reducir, o dejar de soplar directamente. El Brexit y la devaluación de la
libra encarece notablemente España (y cualquier otro lugar) como destino turístico
para los británicos y puede que alguno de ellos este año no salga de
vacaciones, y las cifras se moderen. El petróleo ha subido bastante desde sus mínimos
de hace un año, y cotiza cómodo en una franja que supera los 50 dólares el
barril, el dólar se ha reforzado respecto al euro, por lo que el valor de ese
barril de crudo también ha subido al cambio, el BCE se empieza a ver presionado
por las subidas de tipos que llegarán, se supone, desde EEUU, y desde allí
mismo Trump y sus hueste introducen inestabilidad e incertidumbre día a día.
Todos estos factores, y alguno más como el riesgo del islamismo terrorista y el
caos político en Europa, frenan el PIB y, atención, presionan a los precios al
alza. Una de las señales de la “anormalidad” en la que llevamos instalados ya
varios años es el pulso nulo o negativo de los precios. El IPC ha estado en
terreno negativo varios meses a lo largo de ese tiempo y con unos acumulados
anuales que eran de una escasez absoluta. El desempleo y la devaluación
salarial de los que aún lo poseemos ha propiciado que la demanda interna
española sea muy muy débil, y por el lado de la oferta la rebaja permanente, el
uso de la economía colaborativa a costes bajos y la bajada de las materias
primas ha permitido que los precios se quedasen quietos, y todos estos factores
han logrado algo casi milagroso, como es que tanto los perceptores de ingresos
como los empresarios hayan logrado márgenes. Los unos, consumidores,
pensionistas, asalariados, con subidas ridículas, pero que permitían ganar
poder adquisitivo ante unos precios menguantes. Los otros, productores,
distribuidores e intermediarios, beneficiados de la bajada de costes propios y
pudiendo crecer en beneficios y mercados aún con precios estancados. Es una
situación extraña, casi imposible de concebir a priori, y que durante un par de
años más o menos ha propiciado un alivio económico a gran parte de la población.
En cierto modo es lo que nos ha otorgado esta sensación de haber salido de la
crisis, aunque aún vivamos en ella, o más bien en el modelo productivo generado
tras su estallido. Como
reverso a este supuesto paraíso, nada lo es, la desigualdad de rentas ha
crecido y se ha cebado en capas de la población como los jóvenes o primeros
empleados, que han visto sus expectativas e ingresos devaluados por completo,
frente a, vean que curioso, pensionistas y perceptores de rentas fijas (asalariados
indefinidos, funcionarios, etc) que han ganado cuota en el reparto de la riqueza
nacional.
Pues bien, esta situación que he descrito,
curiosa, empieza a quebrarse, porque los citados nubarrones del principio del
artículo van a hacer, entre otras cosas, que despierte el monstruo de la inflación,
que hasta ahora estaba dormido. El
efecto de la subida prevista del IPC para este año, si no hay desviaciones,
supondrá la primera pérdida neta de renta para los colectivos hasta ahora
beneficiados desde hace muchos años, y es probable que introduzca una cuña de
malestar social en ellos, apaciguados como pocos en la convulsa España en la
que vivimos. Si la amenaza inflacionaria se convierte en real, la presión para
quitar las medidas expansivas crecerá en torno a un BCE cada vez más dividido,
y eso sería un freno adicional al ciclo económico. Queda todo el año para ver
qué sucede, pero que tendrá más curvas que el pasado parece seguro.
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